Rusia y Estados Unidos replantean su entramado de intereses en Asia central
El juego de intereses en Asia central va mucho más allá de la caza y captura de Osama Bin Laden como responsable de los atentados del pasado 11 de septiembre. La región, rica en recursos energéticos, suscita el interés de las grandes potencias también por su estratégica situación geopolítica. Estados Unidos y Rusia libran una batalla soterrada por el control de la zona.
Los ataques de Estados Unidos sobre Afganistán han vuelto los ojos de la actualidad a los países del Asia central, donde el frágil equilibrio de poderes de la región se ve de nuevo golpeado por la inestabilidad.
Una inestabilidad en muchos casos alimentada por las grandes potencias para defender así sus intereses económicos y políticos, del que tampoco escapa en esta ocasión el nuevo conflicto afgano. La necesidad de responder a las demandas de cooperación de Estados Unidos sin irritar, al mismo tiempo, a su amplia capa de población musulmana están transformando los equilibrios de la región.
Tras la caída del muro de Berlín y posteriormente de la Unión Soviética, Moscú había perdido el control sobre muchas de las repúblicas que entonces se declararon independientes y que son fronterizas con Afganistán como Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán. Estados Unidos aprovechó entonces la recuperada independencia de estas y otras repúblicas de la región, como Kirguizistán y Kazajistán, para tratar de aproximarse a un territorio rico en recursos petrolíferos y gasísticos que, además, le ofrecía la oportunidad de aislar al régimen iraní y abrir una vía al comercio a través de Afganistán y Pakistán hacia el mar Arábigo.
Una de las claves de este conflicto pasa por el acuerdo entre la californiana Unocal y la saudí Delta Oil para la construcción de un gasoducto [con posibilidades de ampliarlo a oleoducto] desde Turkmenistán hasta Pakistán, y de ahí hacia los Emiratos Árabes, a través de Afganistán. El acuerdo se conoció en 1996, bajo el anterior Gobierno afgano de Burhanudin Rabbani, pero la zona que atravesaba el proyecto estaba controlada por los talibán, que se convirtieron en los principales protectores del proyecto.
El director del Centro de Investigaciones para la Paz, Barnett R. Rubin, reconoce que "aunque no hay evidencia del apoyo directo de Estados Unidos a los talibán, lo cierto es que los intereses económicos estadounidenses se vieron favorecidos con el ascenso de los radicales islámicos al poder".
Pero las cosas cambiaron, y mucho, con el dominio talibán en Afganistán y en 1998 Unocal abandonó el proyecto, mientras que Delta Oil lo retomó en 1999. Los antiguos aliados se han convertido hoy en protectores del también en su día colaborador estadounidense Osama Bin Laden, lo que ha llevado a EE UU a liderar la mayor caza humana de la historia con bombardeos desde el pasado día 7 de octubre.
La caída del régimen talibán proporcionaría, al menos de momento, una relativa calma en la región, y con ello se podrían retomar proyectos como el que impulsó Unocal.
"La pacificación de Afganistán permitiría que numerosos proyectos avancen, como el petróleo y el gas del mar Caspio, de Turkmenistán y de Kazajistán, hacia Pakistán, India y otros mercados", asegura Naji Abi Aad, experto del Observatorio Mediterráneo de la Energía.
"El impacto económico en los productores del Golfo sería mínimo, pero su influencia en el mercado disminuiría", asegura Abi Aad.
Hasta ahora, Rusia tiene en los yacimientos del Caspio una importante fuente de ingresos. Su industria es la única en la zona con capacidad y desarrollo suficiente para llevar a cabo la explotación de estos recursos, como reconoce el experto en países de la ex Unión Soviética, Michael Ritchie.
"El mapa energético de Asia central y de Afganistán está siendo rediseñado", asegura Ritchie. Y Rusia no quiere perder su baza económica y política.
El Kremlin ha encontrado una magnífica oportunidad, con la ofensiva internacional antiterrorista, de despliegue diplomático para reforzar la cooperación multilateral contra el terrorismo y los tráficos ilícitos que, para Moscú, tienen su epicentro en Chechenia y Afganistán.
Desde que se iniciaron los bombardeos estadounidenses, Moscú ha desplegado a toda su diplomacia por las antiguas repúblicas soviéticas y ha retomado la alianza que mantiene con estos países a través del Foro de Shanghai para la cooperación en la defensa.
Al mismo tiempo, y poco después de los atentados, Rusia estrechó sus lazos con el Gobierno iraní, sellando un acuerdo para reforzar su cooperación "política, económica, comercial y militar", que pasa, entre otros aspectos, por la construcción de una central nuclear en Irán por parte de Moscú. El juego de intereses no ha hecho más que comenzar.
Los problemas separatistas, transformados ahora en terrorismo
La lucha internacional contra el terrorismo ha dado a muchos países la oportunidad de presentar ante el mundo sus largos problemas secesionistas como casos de terrorismo, lo que legitimaría su enfrentamiento particular a los ojos de la comunidad internacional.
Es el caso de China y Rusia, con sus problemas separatistas en las provincias de Xinjiang y Chechenia, respectivamente. El Gobierno chino ha hecho un llamamiento a la comunidad internacional para recabar su apoyo en la campaña que libra contra el ahora redenominado separatismo islámico, como parte de la lucha mundial contra el terrorismo. Pekín sostiene que "tiene pruebas convincentes" de que los militantes del movimiento separatista musulmán en Xinjiang están vinculados a otras organizaciones terroristas en todo el mundo. "Nuestra lucha contra el terrorismo forma parte de la guerra de la comunidad internacional", aseguró el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores. De ahí su solicitud de que todos los países realicen "más esfuerzos integrados" y muestren su "comprensión" hacia la batalla que libra China.
Xinjiang se encuentra en la frontera con Afganistán, Pakistán, Tayikistán, Kirguizistán y Kazajistán y en su territorio habitan unos 10 millones de chinos musulmanes, muchos de los cuales reclaman la creación del Estado independiente del Turkestán oriental.
Lo mismo sucede con Rusia y Chechenia. Moscú insiste en que varios de los pilotos suicidas que actuaron en Nueva York y Washington habían luchado en Chechenia, contra la que libra una batalla desde hace dos años. Incluso el fiscal general ruso aseguró que Al Zaeda financia y entrena a rebeldes chechenos. Desde el pasado 11 de septiembre, el ministro de Asuntos Exteriores, Igor Ivanov, repite por todas las cancillerías que Rusia combate el mismo tipo de terrorismo islámico que persigue EE UU.