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EL PULSO EXTERIOR

<I>Imagen exterior y presupuestos</I>

Resaltaba el lunes el presidente Aznar, al inaugurar la cumbre de embajadores en Madrid, el protagonismo y la pujanza "irrenunciables" que, en su opinión, tiene hoy nuestro país en las relaciones internacionales, mientras enfatizaba el "valor en alza" a escala mundial de la "marca España". Una afirmación que, al margen de la obligada dosis de triunfalismo tolerable en las arengas de los líderes políticos, está todavía más en el camino de las buenas intenciones que en la meta de las realidades.

Es cierto que desde nuestra adhesión a la Unión Europea la imagen exterior de España ha subido muchos enteros en la consideración y respeto de la comunidad internacional. También lo es que gracias al esfuerzo conjunto de la Administración y de la sociedad civil nuestro país se ha colocado en el sexto lugar entre los grandes inversores del mundo (aunque con un fuerte riesgo de concentración sectorial y geográfica que nos hace también excesivamente vulnerables como se está demostrando ahora con la crisis de Argentina).

Pero, al margen de nuestro posicionamiento empresarial en América Latina o de los abrazos entre Aznar y George Bush, la realidad cotidiana nos demuestra que seguimos siendo una potencia de segundo orden, con escaso poder de decisión, y en muchas ocasiones ni siquiera de opinión, en los grandes debates a escala planetaria. Si casos como el del submarino nuclear británico Tyreless o los desplantes de Marruecos (por citar hechos recientes) no fueran de por sí reveladores de nuestro verdadero peso en el planeta, no hace falta más que hacer un recorrido cotidiano sobre los periódicos y los informativos de radio y televisión norteamericanos, franceses, alemanes, italianos o británicos para darse cuenta de que sólo muy esporádicamente y casi siempre coincidiendo con noticias sobre atentados terroristas o con los conflictos laborales y la inseguridad ciudadana en los comienzos de la temporada turística se presta atención a las cuestiones españolas.

Partiendo de esta realidad, sí resulta loable que desde el Gobierno español se aspire a "más ambiciones" en el ámbito internacional y que nuestros políticos y diplomáticos asuman el riesgo de la iniciativa para que, como también dijo el presidente, no tengamos que seguir "a rastras" de otros países y ocupemos de verdad el rango de primera potencia que por historia nos pertenece. La presidencia española de la UE es una oportunidad histórica para ello y para potenciar, a todos los niveles, la marca España como símbolo de un país desarrollado, moderno, tecnológicamente avanzado y exportador de capitales.

Porque en eso sí coincidimos con el jefe del Gobierno, en la imagen de España "vale la pena invertir". Pero invertir en sentido real, y eso no significa sólo grandes planes y utilizar mejor los recursos actuales -que también-, sino trasladar esta prioridad teórica a los Presupuestos del Estado, es decir todo lo contrario a lo que nuestras autoridades económicas han venido haciendo en los últimos tres años.

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