<I>El perro del hortelano</I>
La actitud europea respecto a la integración comercial americana recuerda la obra de Lope. Fernando Fernández, sin embargo, considera una buena noticia que el ALCA sea una realidad en 2005.
Perdónenme la impertinencia, pero la actitud de los europeos respecto a la integración comercial americana se parece mucho a la descrita por Lope de Vega. No contentos con defraudar durante años las expectativas de un acuerdo comercial entre Europa y Mercosur para no tener que modificar la beatífica política agraria común, nos permitimos dar lecciones de progresía y antiimperialismo amenazando a los países latinoamericanos de las calamidades que se esconden detrás de la propuesta de un Área de Libre Comercio Americana (ALCA). La reciente visita del presidente George Bush a España nos ha ofrecido un nuevo ejemplo de este pasatiempo nacional que consiste en condenar para otros lo que España ha hecho, y por cierto con bastante éxito, que no es otra cosa que integrarse económica y políticamente con sus ricos vecinos del norte.
Cualquier análisis medianamente serio que hagamos de las posibilidades de crecimiento a medio plazo de América Latina ha de partir de la necesidad de poner límite a su excesiva dependencia de los flujos de capital externos. Esta dependencia provoca una elevada volatilidad en el tipo de cambio y dificulta la aplicación de políticas anticíclicas para hacer frente a posibles shocks externos. Shocks que por otra parte son recurrentes en unas economías en las que, pese a los avances realizados, las materias primas todavía representan el 50% de sus exportaciones.
La insuficiencia del ahorro doméstico es la otra cara del espejo de unas exportaciones que, si excluimos el petróleo, apenas superan el 10% del PIB para el conjunto de la región, comparado con más del 30% en los países del sureste de Asia. Y está muy bien que los europeos prediquemos la diversificación exportadora, la eficiencia productiva, las mejoras de competitividad y demás recetas para salir del atraso. Todo eso es positivo para el crecimiento. Pero tenemos que estar preparados para responder a una pregunta elemental: ¿y a quién le van a vender sus productos?
Si los europeos no estamos dispuestos a abrir nuestros mercados, si como dice Enrique Iglesias, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, los españoles no hemos sido capaces de poner a América Latina en la agenda europea, tendremos que aceptar el designio imperialista y confiar en que Estados Unidos aplique una versión moderna -y, ¡oh herejía!, hasta progresista- de la doctrina Monroe.
Las empresas españolas hemos apostado por América Latina. Nuestras inversiones son permanentes, no son oportunistas; no buscan enclaves exportadores. Nos irá tanto mejor a medio plazo cuanto más crezcan esos países. Mi propuesta es sencilla, una tautología. Para crecer hace falta exportar, para exportar hacen falta mercados abiertos. Está bien confiar en los procesos de integración regional, ofrecen buenos resultados a medio plazo si se evitan las desviaciones de comercio y se complementan con acuerdos de política monetaria y cambiaria que impidan las devaluaciones competitivas.
Mientras tanto, el cumplimiento del calendario previsto en la Iniciativa de las Américas por el que el ALCA será una realidad en 2005 es la mejor noticia que pueden recibir los inversores en las grandes empresas españolas. Trabajemos para que sea posible. Es de interés nacional.