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TRIBUNA

<I>Aguas innecesariamente turbias</I>

Hay que poner precio al agua, y la mejor forma de hacerlo es creando un mercado del agua.

Sin que nadie acabe de explicar exactamente por qué, todo el mundo dice que en el asunto del agua el acuerdo general es imposible, que el conflicto entre territorios es inevitable.

Pues bien, no está demostrado que así sea. Lo estaría cuando el conflicto persistiera después de que alguien con capacidad de hacerse escuchar por todos, como por ejemplo el Gobierno, lo hubiera planteado de forma racional, cosa que no ha ocurrido hasta ahora.

Hay un conflicto. Consiste en la excesiva lentitud y heterogeneidad territorial con la que se está produciendo el paso de una cultura de agua gratuita o poco menos que gratuita a una cultura que asume que el agua tiene su precio, un precio que debe incorporar todos los costes acumulados hasta salir por el grifo o por la boca de riego. Mientras no se consolide este proceso, habrá multitud de conflictos derivados.

Veamos cuál podría ser una propuesta de planteamiento racional.

En primer lugar, poner precio al agua. La mejor forma de hacerlo, la que daría un precio menos caro, es la creación de un mercado del agua. El agua en sí misma podrá ser, tanto como se quiera, un derecho universal, un bien público, pero el agua tratada, potable o potabilizada y conducida hasta los grifos y con suministro asegurado, es un bien, si se prefiere un servicio público universal, parecido a la electricidad o el teléfono, lógicamente regulados, pero en un marco de mercado.

Un mercado de agua regulado para objetivar las licencias de acceso y captación de agua de los distintos operadores, fijar los caudales e introducir competencia. De hecho, así funciona en teoría el agua de boca envasada, aunque con un sistema de concesiones bastante arbitrario y sobreexplotador de recursos en muchos casos. Y cabe suponer que dicha agua es tan pública como toda la restante, lo que justifica el mercado es encontrarla envasada y como un producto más en los supermercados. Una vez establecido un mercado digno de tal nombre, automáticamente faltaría me-nos agua en cualquier parte del país, ya no quedaría ningún riego por inundación y la cultura de uso y consumo se modificaría rápidamente. Invito a los lectores a enterarse de cómo se ahorra el agua, por ejemplo, en Bélgica, donde es un bien bastante menos escaso que en España.

¿Cuánta agua menos faltaría una vez introducido el mercado? No es fácil hacer estimaciones, pero mucha me-nos. A algunos lugares ya no haría falta traer agua. A otros, probablemente, sí, pero en mucha menor cuantía.

En segundo lugar, considerar la desalación preferible al trasvase y obrar en consecuencia. En cuanto a precio, los avances tecnológicos han abaratado relativamente los costes de desalación y son ya asumibles en un mercado normal de agua como el señalado en el primer punto.

En cuanto a la calidad, es cierto que no es óptima, aunque la tecnología también mejora ostensiblemente y aun admitiendo que, hoy por hoy, no es suficiente para todos los usos, sí lo es para muchos de ellos. Está bien que los ríos lleguen con agua al mar, incluso está bien que algunos de ellos sean navegables.

En tercer y último lugar y si a pesar de todo sigue haciendo falta trasvasar agua de una a otra cuenca, háganse los trasvases. Entiéndase bien, para uso de boca, sin duda ni reserva alguna; para usos industriales, también; para regar explotaciones agrícolas con sistemas modernos de bajo consumo, y además suficientemente rentables para incorporar el precio resultante del agua puede ser razonable. Para regar cultivos subvencionados o excedentarios, ni un solo centímetro cúbico. Para regar por inundación, pecado mortal.

¿Es eso lo que propone el Gobierno? No. Lo que hace es proponer un macrotrasvase con la magnitud calculada según las demandas de agua actuales en las cuencas deficitarias, demandas que crecerán incesantemente, insaciablemente, si el trasvase se lleva a cabo, y acelerarán además la tendencia a la concentración demográfica y a la despoblación de extensas áreas del país. Y a eso se le llama pomposamente Plan Hidrológico Nacional. No tiene nada de raro que las aguas bajen revueltas.

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