<I>El experimento mexicano</I>
La voluntad de diálogo parece llevar a la clase política mexicana a experimentar el clima de consenso que acompañó a la transición en España.
La semana pasada tuve la oportunidad de participar en México en la reunión del World Economic Forum dedicada al país norteamericano. Ya se ha escrito mucho sobre lo que ha significado la victoria de Fox y el ejercicio de alternancia en el poder decidida por una sociedad como la mexicana, consciente de que su única opción para resolver muchos de sus problemas era un profundo cambio no sólo en el sistema político, sino también, y sobre todo, en el futuro económico y social de este fascinante país. Zedillo abrió las puertas a este cambio propiciando, por primera vez, la celebración de unas elecciones transparentes y fiables.
Hoy, México es seguramente el experimento político, económico y social más interesante de América Latina. No van a ser fáciles de combinar, por el nuevo Gobierno mexicano, todas las variables que se presentan para responder, en primer lugar, a las propias demandas de la sociedad local y, en segundo lugar, a las expectativas que se han creado en la comunidad internacional. México y crisis política; México y crisis financiera; México y revuelta indígena han infundido una imagen muy distorsionada de lo que pasa realmente allí.
Es insólito para la mentalidad europea que se organice una marcha como la que está protagonizando el subcomandante Marcos para concluir en el Congreso con una negociación de la ley que deberá resolver muchas de las justas demandas presentadas por los zapatistas. Es extraordinaria la respuesta de Fox frente a tamaño desafío, no sólo aceptando el reto de la marcha, sino incorporando al debate político la enorme deuda que tiene el país hacia los más pobres, especialmente las comunidades indígenas. México edificó toda una cultura del mestizaje como un elemento de su identidad nacional. Hoy, este axioma se pone en cuestión y se acepta que el mestizaje sirvió sólo a unos pocos y no favoreció a muchos.
La solución que aporten los mexicanos a esta nueva relación tendrá una enorme influencia en otros países latinoamericanos que no han sido capaces de resolver el permanente divorcio entre las elites criollas, que estuvieron siempre en el poder, y la mayoría mestizada, que pide más justicia social. La apertura con que se está produciendo este debate en la sociedad mexicana es un punto de referencia para el futuro.
El trasfondo de este problema se manifiesta en lo que es el gran reto de México, su modelo económico. La Administración Zedillo preparó el terreno intentando ordenar una economía que estaba ligada a la imagen de la crisis y de la vulnerabilidad. José Ángel Gurria, secretario de Finanzas de la época, me confesaba poco antes de las elecciones que estaba convencido que incluso si las perdían, la transmisión de poder a Fox no produciría ningún otro nuevo cataclismo y sería el primer síntoma de que México estaba superando sus demonios internos. Así fue. La transición y transmisión de poderes fue un ejercicio democrático impecable y no hubo crisis.
La búsqueda de un modelo económico más estable para México tiene una condición necesaria, la reforma fiscal. México no puede esperar más este aspecto. Los mexicanos saben que una parte de la vulnerabilidad de su economía se debe a la ausencia de ahorro interno, a la ausencia de un sistema fiscal justo y transparente. No es normal que México, miembro de la OCDE, tenga apenas un 11% de peso fiscal en relación con su PIB, incluyendo el ingreso del petróleo. Así es difícil garantizar políticas de acompañamiento sociales y de infraestructuras y atacar el gran reto de las desigualdades.
Será necesario un alto grado de complicidad y consenso entre Gobierno y oposición. Un buen síntoma ha sido la aprobación del Presupuesto para 2001 por unanimidad, sabiendo que ninguno de los tres grandes partidos mexicanos dispone de mayoría en las Cámaras. Será la única vía razonable para acometer las reformas que los mexicanos reclaman.
Voluntad de diálogo, sentido del compromiso, el pacto antes que la ruptura, parecen llevar a la clase política mexicana a experimentar el clima de consenso que acompañó a la transición en España. Por convicción, o simplemente porque la necesidad nos lleva a la virtud, parece que el consenso se está convirtiendo en una referencia sumamente útil para el gran experimento mexicano.