Celia Villalobos patina en un problema que minusvaloró
La ministra tiene dos caras. La política astuta, capaz de crecerse ante los desatinos, esconde una gestora irresoluta que tiene paralizado el ministerio.
En los últimos días, Celia Villalobos ha visitado varias veces La Moncloa. Sus inoportunas declaraciones sobre el mal de las vacas locas han molestado al presidente del Gobierno, pero nadie cree que José María Aznar ataje esta crisis alimentaria, y política, con la destitución de una ministra que ha demostrado en los meses que lleva al frente de Sanidad que el cargo le viene, como diría un castizo, "demasiado grande"; muy al contrario, Moncloa urde estos días como contrarrestar el descrédito con que Villalobos y su imprudencia han salpicado al Partido Popular. Aznar es el responsable de que Villalobos esté donde está, y por eso, aún hoy, es su principal valedor.
La sorpresa que en los círculos profesionales causó el nombramiento de Celia Villalobos como ministra de Sanidad, se ha ido transformando en estupor a medida que pasaban los meses; Villalobos tiene paralizado el ministerio y los que la conocen o la han tratado aseguran que su ignorancia sobre los materiales específicos de riesgo (MER) es una simple anécdota comparada con su irresolución para afrontar los problemas de la sanidad pública. Aznar quería calmar los ánimos de los facultativos, encrespados por la posibilidad de que los hospitales se convirtieran en fundaciones sanitarias; y bien que lo ha conseguido.
Nadie sabe en estos momentos qué fue de aquella prioridad ministerial de atajar las listas de espera; no se conoce documento o trabajo alguno sobre un tema crucial para el futuro de la sanidad pública como es el de las transferencias sanitarias y su financiación; y, por su puesto, hoy más que nunca está varado el viejo proyecto de entregar a los profesionales un nuevo estatuto-marco y mejorar su carrera profesional.
La falta de respuesta ministerial a éstas y a alguna que otra cuestión ha provocado que algún consejero perspicaz haya decidido negociar directamente con el Ministerio de Hacienda el traspaso de las camas hospitalarias.
Al poco tiempo de ser elegida ministra, Villalobos nombró al afamado cirujano cardiaco Ramiro Rivera asesor personal. Involucrado en un proceso judicial en los tiempos en que trabajó en el Hospital Gregorio Marañón, tras ser acusado de haber desviado pacientes de su consulta privada a la sanidad pública, la designación de Rivera causó cierto revuelo en los ambientes sanitarios, al correrse el rumor de que llegaba para privatizar la sanidad publica. Unos meses después, en julio, Villalobos eligió a Rivera presidente de su consejo asesor para justificar su presencia en el ministerio.
Este órgano consultivo no se ha reunido nunca. No lo hizo entonces, en el mes de julio, cuando se constituyó y la cortesía institucional reclamaba un encuentro entre sus miembros (Grisolía, Oliart y García Vargas, entre otros, forman parte de él); y lo que es más insólito, tampoco lo ha hecho ahora, cuando la crisis alimentaria amenaza con anegar la acción de Gobierno.
Alguien podría pensar que la intervención quirúrgica de Ramiro Rivera el pasado mes de septiembre es razón suficiente para justificar la inoperancia del consejo, pero quienes conocen a Rivera advierten que el cirujano ha mostrado su disposición a abandonar, una vez su convalecencia se lo permita, el despacho que ocupa en el Paseo del Prado.
Más grave aún que el hecho de que los asesores no haya tenido la oportunidad de aconsejar a Villalobos, es la ausencia de peso político del consejo interterritorial, instrumento de coordinación sanitaria creado por el socialista Julián García Vargas cuando era ministro del ramo.
Este órgano de representación territorial apenas tuvo capacidad de demostrar su valía cuando llevaba la cartera José Manuel Romay Becaría, anterior titular de Sanidad; y Villalobos, que lo usó de escudo cuando estalló el escándalo de las listas de espera cardiovasculares, amparando bajo su techo la creación de una comisión para racionalizar las listas de espera (comisión de la que, por cierto, nunca más se supo), no parece dispuesta a rectificar.
Sólo así puede entenderse la contestación que hace unos días dio a uno de los consejeros de Sanidad del territorio Insalud, quien pidió una reunión urgente para tratar el asunto de la EEB y tener información suficiente para poder atender la demanda de sus ciudadanos; este político obtuvo la siguiente respuesta: "No es conveniente que el consejo interterritorial se reúna para discutir este asunto, porque eso supondría alarmar a la población, que pensaría que el problema es más grave de lo que aparenta".
Málaga en el corazón
En los últimos tiempos, Celia Villalobos ha sustituido los consejos de Rivera por los de un periodista, Miguel Ángel Martín, conocido en los ambientes sanitarios por editar Sanifax, un libelo que ha hecho durante años las delicias de los maledicentes.
Pero quienes conocen a la ministra aseguran que no son estas compañías las responsables del parón ministerial; la política, con minúsculas, tiene mucha culpa. Villalobos sigue teniendo el corazón dividido entre el Paseo del Prado y su ciudad natal, Málaga. Allí recala veloz tras el consejo de ministros de los viernes, y ocupa todo el fin de semana en resolver rencillas partidistas.
También hay quien achaca la ausencia de gestión al carácter poco resolutivo de sus colaboradores más directos, Julio Sánchez Fierro y Rubén Moreno, éste último médico vinculado a la burguesía valenciana tras su matrimonio con Rosa Lladró.
"El plazo de cortesía ha concluido -advierten lo sindicatos- y no vale ya que la ministra se esconda detrás de la gestión del Insalud", que ha encargado a un profesional, José María Bonet, del que todos hablan con respeto.
Las protestas pueden encresparse si se confirman los peores augurios, que Insalud ha vuelto a los números rojos tras años de equilibrio presupuestario.