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Inversión institucional local: el paso decisivo para consolidar el capital privado en España

El ‘private equity’ no es un fin; es una herramienta para que las empresas crezcan, innoven y compitan

En 2025, los inversores de private equity han situado a España entre sus mercados favoritos en Europa, apoyándose en la solidez de varios indicadores y en un dinamismo que destaca frente a buena parte de las grandes economías del continente. Contribuye, además, el despertar de un segmento donde España ha tenido una desventaja histórica que hoy se ha traducido en oportunidad: el amplio mercado de empresas medianas –con capacidad de crecer de forma orgánica y por consolidación–. Destaca también la pujanza de sectores donde la transformación –digital, salud, servicios profesionales, transi...

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En 2025, los inversores de private equity han situado a España entre sus mercados favoritos en Europa, apoyándose en la solidez de varios indicadores y en un dinamismo que destaca frente a buena parte de las grandes economías del continente. Contribuye, además, el despertar de un segmento donde España ha tenido una desventaja histórica que hoy se ha traducido en oportunidad: el amplio mercado de empresas medianas –con capacidad de crecer de forma orgánica y por consolidación–. Destaca también la pujanza de sectores donde la transformación –digital, salud, servicios profesionales, transición energética– se está traduciendo en creación de valor.

En la cadena de la inversión, por tanto, puntuamos muy alto en la atracción de capital. Pero… ¿qué ocurre con el proceso previo, el de la captación de nuevos fondos por parte de gestoras nacionales para desarrollar precisamente esas inversiones? El ahorro de largo plazo se convierte en inversión productiva si se canaliza, antes y mejor, a través de lo que se conoce como fundraising, hacia proyectos concretos de fondos o gestoras. Aquí el progreso está siendo notable: 2024 cerró con un fuerte repunte en la captación y 2025 apunta en la misma línea; pero sigue costando mucho más –por cuantía y por plazos– cerrar el círculo que en Reino Unido, los países nórdicos o Francia, por ejemplo. Y, si miramos a Estados Unidos, la distancia se agranda todavía más.

En economías muy bancarizadas, todo lo que sea facilitar la captación de fondos alternativos ayudará a diversificar las fuentes de financiación y a reducir vulnerabilidades. Por tanto, aunque los datos recientes son esperanzadores, hay mucho recorrido para seguir mejorando con el objetivo de engrasar una arquitectura de fundraising robusta que, a la larga, fortalecerá el ecosistema financiero en su conjunto.

Para que ese avance sea posible, el punto de partida es claro: mejorar la comunicación y elevar la transparencia. El ecosistema financiero necesita más diálogo; foros hay muchos, lo que falta es conexión real y, sobre todo, confianza. En la cadena de la inversión confluyen tres piezas: los inversores que aportan el capital –principalmente institucionales y grandes patrimonios que actúan como LPs, el llamado capital paciente: planes de pensiones, aseguradoras, universidades, fondos soberanos y family offices–; los gestores que canalizan esos recursos y toman decisiones de inversión –fondos y sociedades de capital riesgo y sus gestoras–; y el marco de políticas públicas que configura el propio ecosistema de inversión de un país. ¿Qué palancas puede activar cada uno de ellos para que el diálogo fluya mejor?

En primer lugar, el papel de lo público ha sido y sigue siendo importante: los vehículos y programas de impulso han ayudado a poner en marcha primeras y segundas generaciones de fondos y a anclar proyectos con potencial. Pero puede seguir dando pasos. Como coinversor y, sobre todo, para crear un entorno favorable y un marco de intereses comunes entre todos los actores que fomente el entendimiento real. El ejemplo francés muestra la potencia de acuerdos público-privados que alinean a aseguradoras, bancos y gestoras en compromisos de inversión a varios años en capital riesgo y crecimiento.

En segundo lugar, merece la pena aterrizar el papel de los inversores institucionales, depositarios del ahorro de millones de personas. Su responsabilidad es grande: proteger ese ahorro y hacerlo crecer. Pero, para que la captación de sus compromisos pueda ser más fluida, ayudaría contar con claridad estos procesos: cómo se decide, con qué tiempos trabajan o qué permite o no su mandato; también qué esperan en gobierno o en sostenibilidad. Si además mantienen un diálogo regular entre equipos de inversión y comisiones de control, el recorrido se vuelve más llevadero.

Por último, en el papel de los fondos receptores es donde encontramos un mayor número de oportunidades relacionadas con la comunicación. ¿Qué diferencia a una gestora que cierra su fondo en meses de otra que se queda a mitad de camino? Los básicos no cambian: del otro lado quieren ver un historial contrastado, cultura de excelencia, solvencia, equipos con experiencia y alineación real con los inversores. Pero, además de “ser bueno”, hay que ser distinto de forma creíble y saber mostrarlo y demostrarlo.

La confianza que necesitan los inversores se construye con un trabajo sistemático de comunicación: un acercamiento constante a sus potenciales patrocinadores y a la sociedad donde operan. Transparencia sin artificios, acceso al equipo, información periódica disciplinada y comparable, y la constancia de contar si se cumple lo que se promete. Y con una presencia de marca bien definida y sustentada en la autenticidad. No se trata de hablar por hablar. Se trata de construir relaciones a largo plazo y de entrenarnos en la cultura de contar –con profundidad y profesionalidad– como parte del camino.

El capital privado no es un fin; es una herramienta para que las empresas crezcan, innoven y compitan mejor. Y, por tanto, para impulsar la economía. Es responsabilidad de todos trabajar con el objetivo claro de explicar –en todos los espacios posibles y de forma proactiva–; de responder antes de que pregunten y de fomentar un diálogo claro.

Ahí está, a mi juicio, una gran oportunidad: aprovechar el interés que ya existe y convertirlo en un círculo virtuoso en el que más institucionales confíen en los fondos españoles y en el que más capital español invierta también en España, con estándares que nos acerquen a los países que nos llevan años de ventaja y con una forma de trabajar que haga previsible cada paso. Tenemos un país que atrae capital y un tejido empresarial con margen para dar otro salto de productividad. Si sumamos una cultura de comunicación orientada al inversor, España puede pasar de ser un gran destino a ser, además, un emisor relevante de capital con identidad propia. No es solo una cuestión de tamaño; es, sobre todo, una cuestión de credibilidad de todos los actores implicados. Y esa es una de las mejores inversiones para el desarrollo del país.

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