2026, entre el optimismo económico y los retos de la inteligencia artificial
El escenario que se perfila invita a una cierta esperanza, sustentada en la estabilidad macro y la contención de la inflación
Nos acercamos al cierre de ejercicio y empiezan a llegar las previsiones que realizan las gestoras y casas de análisis para el año que viene. La tónica general es de razonable optimismo en un entorno en el que el crecimiento económico parece bastante soportado en niveles próxim...
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Nos acercamos al cierre de ejercicio y empiezan a llegar las previsiones que realizan las gestoras y casas de análisis para el año que viene. La tónica general es de razonable optimismo en un entorno en el que el crecimiento económico parece bastante soportado en niveles próximos al crecimiento potencial de las economías, lo que implicaría, además, pocas presiones inflacionistas. Estamos hablando de crecimientos del PIB próximos al 2% en Estados Unidos y al 1% en Europa. En China se espera un crecimiento un poco menor al de este año, unas cinco décimas menos, aunque con la sensación de que pueden estimular bastante más la economía (este año han sido bastante comedidos) si fuera necesario. El acuerdo de tregua comercial entre Estados Unidos y China, con alcance hasta noviembre del año que viene, ha reducido el ruido geopolítico y un posible acuerdo de paz en Ucrania podría mejorar las expectativas de crecimiento en Europa.
La reciente debilidad de los datos de empleo en Estados Unidos alimenta la expectativa de dos o tres recortes de tipos –incluyendo uno ya prácticamente descontado en la reunión de diciembre– por parte de la Reserva Federal. En la zona euro, sin embargo, no se esperan grandes cambios en política monetaria. Aunque se ve más factible un recorte que una subida de tipos.
En la zona euro la inflación parece bastante estabilizada cerca del objetivo del 2% del Banco Central Europeo. En Estados Unidos, que se encuentra algo más alta respecto al nivel objetivo, no parece haberse activado significativamente con los aranceles -algo que preocupaba-, aunque permanece la duda de que su efecto pueda venir con algo de retardo y la podamos ver repuntar durante los próximos meses, algo que limitaría las opciones de recortes de tipos de la Fed.
Entrando en las recomendaciones por tipo de activos, en renta fija se mantiene el posicionamiento reciente. Aunque las valoraciones de los bonos corporativos están ajustadas, siguen siendo del favor de los grandes inversores. Se espera que el flujo (demanda) siga siendo muy positivo, las compañías están bastante saneadas y, puestos a comparar, preocupa más la salud financiera de los gobiernos. Se apuesta, en general, por duraciones moderadas, 3 a 5 años, evitando bonos con vencimientos muy largos o muy cortos.
Respecto al dólar estadounidense, la opinión mayoritaria sigue apuntando a una nueva depreciación el año que viene. Se considera una moneda cara (habría que matizar que principalmente frente a unas divisas asiáticas que parecen muy baratas),con una economía dinámica, sujeta a aranceles y cuyo banco central está recibiendo presiones políticas.
En cualquier caso, la preocupación del mercado por la situación del dólar se ha relajado considerablemente. En una encuesta mensual, en este caso del mes de noviembre, que realiza Bank of America entre los gestores de fondos, el “riesgo” dólar ha pasado a ser una de las menores preocupaciones, cuando era de las más importantes hace solo dos meses.
Actualmente, la mayor preocupación de los gestores -45% de los encuestados y muy por encima de la siguiente inquietud- es una burbuja en la inteligencia artificial.
Y aquí es cuando entramos en la renta variable. En un contexto macroeconómico como el descrito, con un crecimiento económico y una inflación razonables, se mantiene un tono optimista en renta variable. Eso sí, se espera una mayor democratización en el desempeño de los beneficios empresariales para el año que viene -hasta ahora muy sesgado positivamente a favor de Estados Unidos y sus grandes compañías tecnológicas- lo que ya de por sí favorecería una diversificación amplia (mayor de la que reflejan unos índices muy concentrados), teniendo en cuenta la prima de valoración de las grandes corporaciones estadounidenses frente al resto del mercado.
El debate sobre la inteligencia artificial es complejo y no tiene respuestas sencillas. Sin embargo, existe un cierto consenso en que la inteligencia artificial ha llegado para quedarse y que su impacto será tan transformador como lo fue el de internet en su día. El principal riesgo de unas expectativas elevadas es que puedan llevar a una inversión excesiva en un sector donde resulta difícil prever quién se beneficiará realmente y a qué ritmo. Como ejemplo, durante el auge de internet, las compañías que más invirtieron inicialmente fueron las empresas de telecomunicaciones tradicionales, pero las que al final obtuvieron los mayores beneficios fueron las grandes plataformas tecnológicas estadounidenses justo las que ahora se están embarcando en grandes programas de inversión.
En conclusión, el escenario que se perfila para 2026 invita a un cierto optimismo, sustentado en la estabilidad macroeconómica y la contención de la inflación, pero no exento de riesgos asociados a sectores en plena transformación, como el de la tecnología y la inteligencia artificial. En este contexto, apostar por la diversificación será clave para navegar con éxito un año que promete grandes oportunidades y desafíos.