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Del “fin de la historia” a las historias que nunca terminan

En un mundo que vuelve a ser multipolar, los inversores deben demostrar discernimiento y buena memoria

El mundo de ayer, el de la globalización feliz, parece haber quedado atrás definitivamente. Tras la Pax Americana de las décadas de 1990 y 2000 y, posteriormente, el tiempo suspendido de los bancos centrales entre 2008 y 2020, nos hemos adentrado en una nueva era, la de las historias que no tienen fin: inflación persistente, endeudamiento generalizado, envejecimiento de la población y reducción de la mano de obra, retorno de las fronteras y del proteccionismo, transición energética incierta, inteligencia artificial triunfante, tensiones geopolíticas agravadas... y una polarización extrema de l...

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El mundo de ayer, el de la globalización feliz, parece haber quedado atrás definitivamente. Tras la Pax Americana de las décadas de 1990 y 2000 y, posteriormente, el tiempo suspendido de los bancos centrales entre 2008 y 2020, nos hemos adentrado en una nueva era, la de las historias que no tienen fin: inflación persistente, endeudamiento generalizado, envejecimiento de la población y reducción de la mano de obra, retorno de las fronteras y del proteccionismo, transición energética incierta, inteligencia artificial triunfante, tensiones geopolíticas agravadas... y una polarización extrema de las sociedades.

En este entorno en constante cambio, los mercados financieros buscan nuevos puntos de referencia. El primer semestre de 2025 estuvo dominado por el regreso de Europa y los países emergentes a la escena económica y bursátil. La zona del euro, impulsada por ambiciosos planes de estímulos (especialmente en Alemania), una prima de valoración más razonable y un mejor comportamiento relativo de los perfiles value y los valores más enfocados en sus mercados nacionales, podría volver a ocupar un lugar destacado en las asignaciones de activos de las carteras. Por el contrario, EE UU navega entre unas valoraciones forzadas, unos crecientes desequilibrios presupuestarios y una mayor incertidumbre política desde el regreso de la administración Trump. Aunque las grandes tecnológicas siguen proporcionando un apoyo sistemático a los índices estadounidenses, la dispersión de las rentabilidades sigue siendo acusada y no puede descartarse el riesgo de una nueva corrección.

En este contexto, la cuestión de la soberanía europea –energética, industrial, tecnológica y, por supuesto, en materia de seguridad– se impone como una prioridad estratégica. La realidad geopolítica recuerda de forma contundente que la defensa de los intereses europeos y, en un plano más amplio, del modelo democrático exige medios, competencias... y capital. La autonomía ya no es una opción teórica, sino una necesidad estructural. Y eso implica diseñar políticas industriales y fiscales más ambiciosas, pero también dirigir el ahorro y la inversión hacia proyectos que refuercen esta soberanía.

Hablando de la tecnología, podemos decir que este sector ya no es simplemente uno más. Desde los años 90 hasta hoy, gracias a tres revoluciones sucesivas (internet, las redes sociales y la IA), se ha convertido en la columna vertebral de las sociedades y economías modernas. Vida empresarial, sanidad, educación, información, transición energética, política, seguridad, defensa... la tecnología reina e impregna ya todas las funciones vitales de nuestras economías. Ahora, dominarla es una condición sine qua non de la autonomía política y económica. Aunque a menudo se percibe como rezagada, Europa cuenta con una base tecnológica profunda y estratégica capaz de competir en segmentos críticos. La clave está en identificar a los actores adecuados, apoyarlos... e invertir el capital con discernimiento.

Aquí es donde entra en juego la soberanía tecnológica, situada hoy en el epicentro de esta transformación. Afecta tanto a la transición digital, energética o demográfica como a la capacidad de proteger los datos y controlar cadenas de valor críticas. Sectores como la ciberseguridad, el espacio, la inteligencia artificial, la robótica, los componentes o las comunicaciones cuánticas, tradicionalmente infrafinanciados en Europa, están empezando a recibir la atención que merecen. Especialmente significativo es el auge del sector de las tecnologías de defensa, impulsado por el nuevo contexto geopolítico. Este entorno abre una ventana de oportunidad para un tejido empresarial innovador y estratégico, a menudo formado por compañías medianas que ahora, más que nunca, necesitan acceso a financiación a largo plazo.

Si Europa es capaz de desarrollar todo su potencial tecnológico, podrá avanzar decididamente en la senda de la autonomía estratégica iniciada con la guerra comercial entre EE UU y China. Además, un ecosistema tecnológico competitivo y atractivo podría canalizar una parte creciente de los flujos de capital que abandonan los activos estadounidenses en busca de destinos más diversificados y sostenibles. En este sentido, el atractivo del Viejo Continente como refugio inversor podría verse reforzado por sus fundamentos, sus reformas pendientes y su renovada ambición estratégica.

Además de la tecnología, actualmente existen varias temáticas de inversión que se perfilan como oportunidades a medio y largo plazo. Las pequeñas y medianas empresas europeas, olvidadas durante mucho tiempo, están volviendo al primer plano gracias a sus valoraciones con fuertes descuentos, el crecimiento de sus beneficios, su exposición al mercado interno y los planes europeos de estímulos masivos. Luego está el sector de defensa, que se beneficia de un apoyo político sin precedentes en un mundo que se rearma rápidamente. En este sentido, el ejemplo de Rheinmetall ilustra hasta qué punto la geopolítica puede convertirse en un poderoso motor bursátil. Y, al son de Shanghai, Mumbai, Dubai o Goodbye, un remix de los años 2000 y un posible éxito futuro en los mercados financieros, los mercados emergentes podrían salir de un largo túnel de veinte años de pobres rentabilidades animados por la debilidad del dólar, el abaratamiento de la factura energética y una redistribución gradual de los flujos mundiales.

Queda un gran interrogante por resolver: Estados Unidos. En medio de los excesos de la izquierda y la derecha, las incertidumbres geopolíticas y fiscales, y los obstáculos para los consumidores, el llamado retail bull market podría enfrentarse a nuevas pruebas, aunque hasta ahora ha logrado evitar cualquier corrección duradera. En un mundo que vuelve a ser multipolar e inestable, pero rico en oportunidades, los inversores deben demostrar discernimiento, reactividad... y buena memoria. La historia raramente se repite, pero a menudo tartamudea. Como gestores de activos, nos corresponde a nosotros aprovecharlo al máximo.

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