Los problemas económicos de Gran Bretaña son, por desgracia, internos
Su deuda y su déficit se deben a un exceso crónico de la demanda del sector público sobre la del privado
Los costes de financiación pública están aumentando vertiginosamente en todo el mundo, pero el Reino Unido está en una situación especial: los rendimientos de los bonos del Estado a largo plazo han alcanzado esta semana su máximo en 27 años. No debería sorprender a nadie. Por desgracia para los inversores, ...
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Los costes de financiación pública están aumentando vertiginosamente en todo el mundo, pero el Reino Unido está en una situación especial: los rendimientos de los bonos del Estado a largo plazo han alcanzado esta semana su máximo en 27 años. No debería sorprender a nadie. Por desgracia para los inversores, los problemas económicos del país son de origen interno y la solución parece lejana.
En julio, la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria (OBR), de carácter independiente, informó de que, de entre 36 economías avanzadas, Gran Bretaña tiene la sexta deuda pública más alta, el quinto déficit presupuestario más alto y los terceros costes de financiación pública más altos. Además, tiene un déficit por cuenta corriente, está agobiada por una deuda externa equivalente a casi cuatro veces su PIB y alberga uno de los principales centros financieros internacionales del mundo. No es de extrañar que los inversores recuerden con inquietud la tristemente célebre advertencia de 2017 del entonces gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, de que el país depende de la “bondad de los extraños” para financiarse.
Algunos economistas incluso están evocando el fantasma de la peor pesadilla económica del Reino Unido: su humillante rescate en 1976 por parte del Fondo Monetario Internacional (FMI). El reciente nombramiento de Minouche Shafik como asesora económica principal del primer ministro, Keir Starmer, parece una coincidencia inquietante. Como antigua segunda al mando del prestamista soberano de última instancia, sabe cómo solicitar un crédito.
Sin embargo, hablar de un rescate del FMI es erróneo. Por un lado, el tamaño de la economía británica y el balance soberano hacen que un rescate del FMI nunca podría funcionar. Y, lo que es más importante, no es necesario. Esto se debe a que los desequilibrios económicos que afectan al Reino Unido son internos, no externos, y están impulsados por el Gobierno, no por el sector privado.
La clave del papel del FMI está en la primera letra de sus siglas. La institución con sede en Washington existe para proporcionar liquidez en divisas extranjeras de emergencia a los países que sufren cambios repentinos en los flujos de capital internacionales. Eso es algo que los bancos centrales nacionales, que no pueden imprimir divisas, no pueden hacer. Pero también significa que el FMI solo es la solución cuando los déficits por cuenta corriente o las salidas de capital se descontrolan. Sin embargo, en el caso del Reino Unido, esos desequilibrios externos ya no son el problema.
Durante la última década, los desequilibrios externos del Reino Unido se han reducido y están lejos de la zona de peligro. El déficit por cuenta corriente, por ejemplo, ha bajado desde un máximo histórico de casi el 6% del PIB en 2016 a solo el 2,7% el año pasado. Incluso el propio FMI afirma que no es motivo de preocupación.
En cuanto al balance, las obligaciones exteriores netas del país eran de apenas el 10% del PIB a finales de 2024, casi la mitad del máximo reciente del 19% alcanzado en 2021. Y, aunque es cierto que su exposición externa bruta sigue siendo alta en comparación con otros países, debido en gran medida a la City de Londres, también se ha ido reduciendo. Los activos y pasivos externos brutos han caído en más de un quinto en los últimos cinco años.
Por último, la estructura de la posición financiera internacional del Reino Unido se ha vuelto más sólida. En 2006, el Banco de Inglaterra comparó la combinación del país de grandes participaciones netas en capital extranjero financiadas por un nivel igualmente épico de deuda externa neta con las operaciones de un gigantesco fondo de cobertura “que obtiene ingresos netos mediante préstamos para invertir en proyectos que generan un rendimiento superior al coste de la financiación”. Esa arriesgada actividad alcanzó su punto álgido en 2009, cuando la exposición absoluta combinada alcanzó un máximo de más del 80% del PIB. Una vez más, el desequilibrio se ha reducido a la mitad, hasta el 40% el año pasado.
Sin embargo, a medida que los desequilibrios externos del país han disminuido, sus vulnerabilidades fiscales se han disparado. Según la OBR, la deuda pública del Reino Unido está en el 95% del PIB, su nivel más alto desde principios de los años 60. Esa cifra ha aumentado casi 25 puntos porcentuales en los últimos 15 años y 60 puntos en dos décadas. La mayoría de las economías avanzadas han sufrido un deterioro de las finanzas públicas, pero el Reino Unido se ha situado sistemáticamente entre las peores. Su déficit presupuestario se ha situado en el cuartil superior de las economías avanzadas cada año durante la última década. El déficit de 2024, del 5,7%, fue 4 puntos porcentuales superior a la media de las economías avanzadas y el tercero más alto de los 28 países europeos avanzados. Si la prioridad del Tesoro británico es situarse por debajo de la mediana relevante en cuanto a deuda y déficit cuando se produzca una crisis mundial, los funcionarios del Ministerio de Hacienda deben estar sudando.
Todo esto demuestra que los desequilibrios del Reino Unido son internos y que las soluciones están en el país. Un déficit por cuenta corriente del 2,7% del PIB frente a un déficit fiscal del 5,7% implica que el sector privado del Reino Unido registró un superávit externo del 3,0% del PIB el año pasado. Esto no es prueba de un tipo de cambio real sobrevalorado ni de que los hogares y las empresas del Reino Unido estén gastando más de lo que pueden permitirse. Más bien muestra un déficit fiscal fuera de control derivado de un exceso crónico de la demanda del sector público sobre la del sector privado. Las soluciones lógicas son la austeridad fiscal y una reforma integral de la oferta para incentivar el crecimiento y la inversión impulsados por el sector privado.
Esas son las aspiraciones que al Gobierno laborista, en el poder desde hace un año, les está costando hacer realidad. En junio, retiró su emblemática iniciativa para frenar el gasto social tras la oposición de los propios legisladores del partido. Mientras, a finales de este año, promulgará una prometida reforma de los derechos de los trabajadores, a pesar de que el organismo regulador independiente ha dado la voz de alarma sobre los costes. Lo que falta no es un rescate en divisas, sino apoyo político interno y un plan económico coherente.
Casi se podría perdonar a los inversores por lamentar que la balanza de pagos de Gran Bretaña ya no sea un problema. Si lo fuera, una visita del FMI podría ser una perspectiva más realista. En cambio, los inversores en bonos que buscan un catalizador para cambios políticamente dolorosos deben reconocer que están solos.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías