Alemania ve las orejas al lobo, tras el revés ultra, y controla sus fronteras

Su Gobierno vira en política de asilo por el giro electoral, mientras la élite económica recuerda la necesidad de talento

Nancy Faeser, ministra del Interior de Alemania, en el Parlamento del país, en Berlín, el 12 de septiembre.Liesa Johannssen (REUTERS)

A los ciudadanos procedentes de Madrid o de Barcelona les esperaba el lunes 16, fecha en la que se introdujeron los controles policiales en todas las fronteras alemanas, un estricto control policial con perros adiestrados (¿detección de explosivos, de drogas…?) en el aeropuerto de Stuttgart. Los controles son la última respuesta a la presión migratoria y la amenaza del terrorismo islamista. Unos días antes de las últimas elecciones, que evidenciaron el bum ultra, hubo un atentado en Solingen. Un apuñalamiento masivo por un refugiado sirio. Fue el 26 de agosto. Dos semanas después, el país regi...

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A los ciudadanos procedentes de Madrid o de Barcelona les esperaba el lunes 16, fecha en la que se introdujeron los controles policiales en todas las fronteras alemanas, un estricto control policial con perros adiestrados (¿detección de explosivos, de drogas…?) en el aeropuerto de Stuttgart. Los controles son la última respuesta a la presión migratoria y la amenaza del terrorismo islamista. Unos días antes de las últimas elecciones, que evidenciaron el bum ultra, hubo un atentado en Solingen. Un apuñalamiento masivo por un refugiado sirio. Fue el 26 de agosto. Dos semanas después, el país registraba un seísmo por el avance electoral de la ultraderecha, al que había que responder políticamente, aunque solo fuera con gestos disuasorios. La ministra del Interior, la socialdemócrata Nancy Faeser, justifica el controvertido control de fronteras por el riesgo terrorista, por la crisis migratoria, la sobrecarga del sistema de asilo y el alto número de inmigrantes irregulares (34.000 de enero a julio). Alemania no podía seguir así. El discurso consensuado es que el país está al límite: desbordados los sistemas sociales, las escuelas, las viviendas... Tres cuartas partes de la población dice ¡basta! y se posiciona a favor del control de fronteras. Otro duro golpe para el proyecto de un continente unido y con peso geopolítico global.

Alemania le ha visto las orejas al lobo. Un lobo que procede de las posiciones políticas ultras y que ha venido para quedarse. Alemania, desbordada, cae en la policrisis política y económica estructural. Los controles, el primer golpe de efecto gubernamental, se extenderán no solo a las fronteras del este y del sur (hasta ahora se controlaban las fronteras con Austria, Polonia, Chequia y Suiza), sino también a los límites con Dinamarca, Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia. El foco está puesto en los trenes y los autobuses de larga distancia procedentes de Francia y España.

La élite económica alemana pronostica que el avance ultra será negativo para su economía y para la entrada (que urge) de talento global; sobre todo, tras el auge político de los partidos extremos de derecha y de izquierda registrado en las últimas elecciones. 185 economistas han expresado su preocupación en una encuesta del Instituto Ifo, por el giro a la ultraderecha (AfD, Alternativa para Alemania) y por la popularidad de la nueva izquierda del partido de Sahra Wagenknecht, BSW, que también está contra la inmigración y rechaza el apoyo a Ucrania. El Ifo teme la huida del talento global.

Pero la población busca alternativas políticas. De ahí, el vuelco electoral. Y no ha sido solo un aviso. La clave, como así lo interpreta el Gobierno de Olaf Scholz, está en el factor migratorio, en un entorno socioeconómico de desánimo y pesadumbre colectivos. Alemania no sabe cómo podrá salir del revés ultra. Es un alma en pena que se enfrenta a crisis y desafíos múltiples, a los que ahora se suma la incógnita política surgida tras los resultados de AfD en las elecciones en Sajonia (30,6%) y en Turingia (32,8%), dos Estados que forman parte de la ex-RDA. La cuestión es que el auge de la ultraderecha, aunque demoscópicamente anunciado, desborda la razón política. Además, el cordón sanitario previsto para impedir que la ultraderecha gobierne en Alemania implicará coaliciones entre partidos ideológicamente opuestos.

¿Por qué gana terreno el populismo ultra? No existe una explicación simple. Tampoco la tiene el canciller, el socialdemócrata Scholz, quien ha reconocido en un análisis sucinto: “AfD daña a Alemania, debilita su economía y hunde la imagen de nuestro país”. ¿Qué significa este voto contra los partidos que cogobiernan en Berlín y a favor de una ultraderecha populista euroescéptica, xenófoba y antiinmigración? Aunque la democristiana CDU ganó por poco (31,9%) en Sajonia, tendrá que hacer malabarismos para gobernar en este Estado, porque el tripartito actual –CDU, socialdemócratas y verdes– no dispone ahora de mayoría y necesitará a la izquierda de Die Linke o del nuevo partido izquierdista, muy circunscrito a la figura política de Wagenknecht. En Turingia, lo mismo.

Y, al debacle político, le sigue el económico; sobre todo, teniendo en cuenta que el varapalo recibido por el Gobierno marcará sus pasos hasta las elecciones generales de septiembre de 2025.

La ultraderecha es mala para los negocios. Lo dicen la economía alemana, las empresas y los institutos de investigación económica. Uno de los pilares de AfD es el desgaste político que provoca el reto migratorio en tiempos difíciles y en sociedades muy complejas. Muchos de sus argumentos giran en torno al abuso social por parte de la inmigración irregular y de los refugiados. Ante la llegada masiva de emigrantes, la porción del pastel (presupuesto social) se reduce, mientras la población que trabaja en el sector de baja remuneración se siente amenazada por la competencia por los recursos sociales. El Gobierno está tratando de reducir la migración irregular, siguiendo el lema cerebros, sí; irregulares, no, pero no es un asunto fácil. Scholz ha anunciado: “Quien pueda trabajar, deberá hacerlo”. Se trata de recuperar la sensación de que el sistema es justo y de que no es tonto el que trabaja.

No obstante, este debate podría derivar en un dardo envenenado… En el relato sobre la inmigración hay componentes complejísimas; pero el mensaje que cala es que muchos inmigrantes vienen a vivir del rico Estado alemán.

Cuando en noviembre de 2022 se aprobó la ayuda pública denominada dinero ciudadano, el ministro de Trabajo, el socialdemócrata Hubertus Heil, declaró que era el político más feliz del mundo. Argumentaba que esa ayuda económica básica serviría para reducir la polarización social. Hoy se tiene la impresión de que nunca hubo tanto rechazo a los perceptores de las ayudas sociales, sobre todo a quienes tienen un pasado migratorio. Lo que lleva a jugar con fuego… El político democristiano Alexander Throm exige que quienes cobren ayudas hagan tareas sociales en beneficio de la comunidad. Por la mañana, ir a clases de alemán; por la tarde, trabajar en jardines municipales…

En 2022, la oficina federal de empleo declaró su intención de ofrecer trabajo adecuado, según formación previa, a los refugiados procedentes de Ucrania. Ahora se propone el llamado Job turbo, que implicaría trabajar en cualquier cosa, independientemente de la formación profesional adquirida. También se cuestiona el importe del dinero ciudadano. El liberal FDP quiere recortarlo. La cuestión es que la mitad de los beneficiarios son extranjeros. Según datos del Instituto de Investigación del Mercado Laboral, 5,5 millones de personas viven del dinero ciudadano, que asciende a 563 euros mensuales. De ellos, solo 1,7 millones son parados. El resto son ciudadanos que cuidan de sus hijos, de sus mayores, o están enfermos, o participan en cursos formativos. También hay gente que trabaja, pero a la que no le alcanza su sueldo, por lo que necesita ayuda económica para salir adelante. Otra cuestión es que países como Noruega e Irlanda han reducido sus prestaciones para refugiados procedentes de Ucrania. Los partidos democristianos y el FDP reclaman medidas similares y proponen que no accedan automáticamente al dinero ciudadano, sino que se les integre en el sistema de asilo, más pautado.

Lidia Conde Batalla es periodista y analista de política y economía alemana


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