Un empujón para la pequeña y mediana empresa
El hecho de las pymes españolas sean en mayor medida de un tamaño muy reducido, resta un importante potencial
A veces, el logro de un cambio sustancial en alguna realidad no requiere de intervenciones o de transformaciones profundas o radicales, basta con introducir un pequeño incentivo o dar un pequeño empujón (nudge), como diría el premio Nobel de Economía Richard H. Thaler, para lograr resultados asombrosos en situaciones que se presentaban como inamovibles. Viene esta pequeña digresión a cuento de nuestro sector pyme, el reducto más amplio y numeroso de empresas que nutre nuestro tejido productivo y que precisa de alguno de esos incentivos para terminar de acometer ese salto transformador que elev...
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A veces, el logro de un cambio sustancial en alguna realidad no requiere de intervenciones o de transformaciones profundas o radicales, basta con introducir un pequeño incentivo o dar un pequeño empujón (nudge), como diría el premio Nobel de Economía Richard H. Thaler, para lograr resultados asombrosos en situaciones que se presentaban como inamovibles. Viene esta pequeña digresión a cuento de nuestro sector pyme, el reducto más amplio y numeroso de empresas que nutre nuestro tejido productivo y que precisa de alguno de esos incentivos para terminar de acometer ese salto transformador que eleve su competitividad.
En la mayor parte de los países de nuestro entorno, y España no es una excepción, la pyme constituye el corazón de la economía. En el caso de nuestro país, aparte de representar el 99,8% del total de empresas, aporta aproximadamente el 62% del PIB y es responsable de alrededor del 66% del empleo total. Esto significa que dos de cada tres empleos son generados por pequeñas y medianas empresas.
Son datos estos, sin duda, que por sí solos justificarían que la pyme figurase en un capítulo aparte y prioritario dentro de las agendas públicas de los países.
Si aplicamos la lente de aumento sobre la realidad de la pyme en España con el fin de caracterizarla, lo que vemos es que alrededor del 94.4% del total son microempresas (empresas con menos de 10 empleados). Ello, de alguna manera, constituye una debilidad para la estructura económica del país, precisamente por la mayor vulnerabilidad que presentan estas organizaciones desde el punto de vista financiero, que suele ser la llave que explica otra serie de déficits, ya sea en materia de captación de talento, desarrollo e innovación o acceso a mercados de escala, por citar solo algunos de ellos.
Pero, además, el hecho de que nuestras pymes sean en mayor medida más pequeñas que medianas, pero sobre todo muy pequeñas, nos resta un importante potencial frente a nuestros competidores más directos. Un análisis comparado con esos países de nuestro entorno nos dice que frente a ese 94.4% de micropymes que conforman nuestro tejido empresarial, en Alemania las empresas que se encuadran en esta categoría representan solo el 82%, y en el caso de Francia el 93%. Y si ponemos el foco en las pequeñas empresas (de 10 a 49 trabajadores), en España constituyen el 5,1% del total, mientras que en Alemania son prácticamente un 15%, y en Francia un 5,7%. Las medianas empresas, de 50 a 249 empleados, apenas llegan en España al 0,5% del total, mientras que en Alemania suponen casi un 3%, en Francia un 1,1% y en Italia cerca del 1%.
Un pequeño empujón o incentivo, como señalábamos al principio de esta tribuna, para que las pymes superasen las barreras que les impiden crecer tendría sin duda un efecto exponencial en nuestra economía. Bastaría con que un reducido porcentaje de pequeñas empresas pasasen a tener la consideración técnica de medianas para lograr dar un salto importantísimo en términos de empleo y, en consecuencia, en generación de riqueza para el país.
Seguramente, habrá expertos más indicados que yo para determinar cuáles deberían ser las medidas incentivadoras que podrían permitir agrandar en España la base de esas empresas. Pero, en cualquier caso, dados los réditos colectivos previsibles, tanto en términos de empleo como de competitividad, hace que valga la pena explorarlos.
Donde sí podemos afirmar que se ha producido durante los últimos años un notable empujón ha sido en el ámbito de las tecnologías, beneficiándose de él todos los operadores económicos, categoría que incluye a empresas e individuos. Efectivamente, el desarrollo y la práctica universalización de las tecnologías ha puesto al alcance de cualquiera, también de las pymes con menos recursos, herramientas que tan solo hace unos años solo eran accesibles a las grandes corporaciones.
Por ejemplo, la popularización de plataformas en la nube, con el desarrollo del modelo de servicio conocido como Saas (software as a service), ha permitido rebajar los precios de acceso a la tecnología y adoptar soluciones específicas y escaladas al tamaño de las necesidades de cada empresa. En el plano de la gestión, herramientas tan sofisticadas como los ERP o los CRM, que hasta ayer solo podían permitirse las grandes empresas, están hoy disponibles para facilitar procesos administrativos y operativos de pequeñas organizaciones. Y si nos referimos al campo de la financiación, ese mismo desarrollo tecnológico ha permitido la eclosión de nuevos modelos de negocio que compiten con la banca tradicional en la provisión de servicios muy especializados. El fenómeno fintech ha facilitado el acceso modelos de financiación y de pagos alternativos a la banca, que basan su éxito en factores tales como menores costes de transacción, instantaneidad y transparencia.
Incluso en el campo de la internacionalización, quizás una de las principales asignaturas para las empresas más pequeñas, las tecnologías se han erigido en un fiel aliado. Plataformas de e-commerce como Amazon, Alibaba o Shopify permiten a las pymes vender sus productos a nivel global sin necesidad de una presencia física en cada país, lo que ha venido a reducir las barreras de entrada y costes asociados a este reto. De hecho, las pymes, tradicionalmente, venían tropezando en su aspiración de vender fuera con factores muchas veces insalvables, como las limitaciones financieras, un conocimiento insuficiente en mercados exteriores y, por lo general, falta de capacitación en el campo del comercio internacional.
Las nuevas tecnologías representan hoy para muchas pymes ese pequeño gran empujón del que hablaba el premio Nóbel de Economía para ganar eficiencia y mejorar su competitividad. Por ello, todo lo que sea promocionar su acceso a estas herramientas, bien mediante información o incentivos para su implantación, son iniciativas en la buena dirección. En este sentido, las pymes no deberían dejar pasar de largo instrumentos como el que representan los Fondos Next Generation, que nutren iniciativas como el Kit Didital.
Y a propósito de economistas, fue Pareto el que vino a decir, en una interpretación libre de su famoso principio 80/20, que basta centrarse en unos pocos objetivos para resolver la mayor parte del problema. Pues bien, centrarse en empujar a las pymes y que con ello ganen en tamaño generaría, sin duda, un espectacular rédito colectivo. Mejoraría nuestra tasa de exportaciones y con ella el PIB y el empleo. En suma, sería la llave para la consecución de mayores cotas de prosperidad y bienestar.
Luis Merino es director general de Ebury en España.
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