La importancia del relato, también en el mundo financiero

Se pretende hacer pasar por crisis generacional de nihilismo financiero al porcentaje habitual de adicción a los juegos de azar

Keith Gill, o Roaring Kitty.AP

Decía Federico Fellini que la religión es la única metafísica que el hombre de la calle es capaz de comprender y de adoptar. Lo que venía a querer decir que, sin un relato adecuado, todo se vuelve incomprensible.

De ahí que desde el fiscal general del estado hasta el último concejal de pueblo, y desde el representante comercial más anticuado hasta financieros de muchas campanillas, todo el mundo esté siempre pergeñando un relato con el que llevarse al huerto a los lectores de periódicos, a los votantes, a los consumidores y a quienes toman decisiones (sobre si salir o no a cotizar en Bo...

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Decía Federico Fellini que la religión es la única metafísica que el hombre de la calle es capaz de comprender y de adoptar. Lo que venía a querer decir que, sin un relato adecuado, todo se vuelve incomprensible.

De ahí que desde el fiscal general del estado hasta el último concejal de pueblo, y desde el representante comercial más anticuado hasta financieros de muchas campanillas, todo el mundo esté siempre pergeñando un relato con el que llevarse al huerto a los lectores de periódicos, a los votantes, a los consumidores y a quienes toman decisiones (sobre si salir o no a cotizar en Bolsa; sobre la conveniencia de lanzar una emisión de bonos para que los inversores no se olviden de un nombre de prestatario que antes tenía mayor presencia en el mercado, o sobre la necesidad de una opa hostil que mejorará el panorama bancario nacional).

Aunque sea en los mercados financieros, el relato tiene que ser a veces sociológico y dramático. Por eso se habla ahora de nihilismo financiero.

No hay como juntar una palabra perteneciente al ámbito de la filosofía (nihilismo) y apodarla con el adjetivo que hace alusión al mundo del dinero para que todo ello parezca un nuevo fenómeno inexplicable al que hay que dedicar sesudas reflexiones.

Quienes gustan de emplear la expresión asignan a quienes la encarnan una voluntad más o menos expresa de negar el valor o el significado real de los métodos de inversión o, incluso, de la inversión misma. Se empezó a usar en 2021 y ha hecho fortuna, como si de un fenómeno parisino se tratara.

Es la vieja costumbre de segregar lo financiero de lo real, solo que llevada a su extremo. Esa costumbre de contraponer la economía real a la economía financiera siempre ha tenido más que ver con la demagogia política o con la lucha entre escuelas de pensamiento que con nada tangible.

Es más, lo tangible es lo contrario. La experiencia de todo el mundo es que sin economía real no hay economía financiera digna de tal nombre: sin bancos no hay préstamos hipotecarios, y, sin estos, la posibilidad de comprarse una vivienda desaparece para la inmensa mayoría de la población, con lo que también mengua la actividad en la construcción, el empleo que genera y uno de los puntales del crecimiento económico.

Esa disociación es pura disonancia cognitiva.

En los años ochenta, a los franceses les gustaba hablar de las Bolsas como lotería, casino, etc. Lo hacían en las páginas de Le Nouvel Observateur llamando “levitación financiera” a la subida de las Bolsas que culminó en el crac de octubre de 1987. Así devenía en algo mágico o taumatúrgico (“levitación”) que poco o nada tenía que ver con la solidez de la industria pesada…

La aparición del nihilismo financiero se asocia con el apogeo de las criptomonedas, con la afición por la especulación en Bolsa e, incluso, con las pretensiones antisistema de muchos de los que lo practican. También, por qué no, con las diatribas que lanza Donald Trump de vez en cuando contra lo que llamó la charca del estado profundo.

Y, precisamente en el mismo mes en el que partidarios de Trump invadieron el Congreso de Estados Unidos, se produjo un momento cumbre de ese nihilismo financiero: la acción concertada (y, por tanto, poco nihilista) de pequeños inversores a través de la red social Reddit para provocarle pérdidas a los fondos de inversión libre (hedge funds) que habían estado tomando posiciones cortas (venta en Bolsa de títulos tomados a préstamo) contra la cotización de una compañía venida a menos llamada Gamestop. Contra lo que hubiera podido esperarse, consiguieron su propósito de ganar dinero ellos y de provocarle pérdidas importantes a alguno de los hedge funds.

El que puso cara a aquella improbable revuelta financiera pasó a ser conocido como Roaring Kitty (el gatito que ruge) y por su atuendo para estar en casa ante la pantalla de su ordenador evocaba al joven revestido de búfalo que fue la imagen de la ocupación del Congreso.

La mezcla de todo ello se conoció con el efímero relato de YOLO (You Only Live Once). Es decir, solo se vive una vez, que ciertamente es una exhibición de nihilismo propio del milenio: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”.

A todo ello se le está intentando buscar una explicación sociológica que se podría resumir con el lema de uno de los que iniciaron Podemos: “Juventud sin futuro”. Una explicación sociológica que ya se daba para el movimiento punk hace 50 años.

Desde entonces han ido pasando, y madurando, varias generaciones de jóvenes, que el futuro sí que lo han encontrado. Se pretende hacer pasar por crisis generacional de nihilismo financiero lo que solo es el porcentaje habitual de adicción a los juegos de azar. Revestidos con trajes nuevos.

En una de sus novelas, Agustina Bessa, la gran escritora portuguesa, presentaba a una mujer que se quejaba de que su marido bebía. Una vecina le contestaba: se le pasará. Después, que iba con otras mujeres. Se le pasará también, le decían. Finalmente. se quejaba de que se había aficionado al juego. Su vecina respondía: eso sí que es malo. No se le pasará.

El resultado incierto de las inversiones hace que se las pueda asemejar a los juegos de azar. Algo, el parecido y la confusión, que no se pasará.

Juan Ignacio Crespo es economista y estadístico del Estado

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