La fiesta (y los riesgos) de invertir en IA

Aunque es difícil cuestionar el alto potencial que exhibe el sector, la fiebre que se ha desatado recuerda de forma inquietante a episodios como el de las .com

Un teléfono móvil con el logotipo de Nvidia, sobre la placa madre de un ordenador.DADO RUVIC (REUTERS)

La fiebre por invertir en inteligencia artificial se ha convertido en un fenómeno contagioso, alimentado por unas rentabilidades exuberantes, que atraen el capital como la miel atrae a las abejas. Como ocurre en todo sector en auge, especialmente en un mercado como el tecnológico, la dificultad para el inversor minorista estriba en saber moverse entre tanto brillo, una tarea en la que no solo cuenta testar la calidad del valor, sino también acertar con el ciclo de la inversión.

Un puñado de nombres, ampliamente conocidos, lideran el sector, pero el hecho de que se trate de un mercado aún inmaduro, plagado de startups y sometido a cambios teconológicos constantes favorece especialmente la inversión mediante fondos. El perfil de los que apuestan más fuertemente por el sector incluye unas rentabilidades que superan las del mercado, una amplia exposición a EE UU y una cartera en la que figura, casi inevitablemente, Nvidia, junto a grandes tecnológicas como Microsoft, Apple y Alphabet. Nvidia, fabricante de chips para inteligencia artificial, se ha convertido en una estrella fulgurante, con una valoración que ha superado a las de Amazon y Alphabet y que la ha convertido en la tercera mayor cotizada del mundo, únicamente por detrás de Microsoft y Apple.

Aunque es difícil cuestionar el enorme potencial que, a fecha de hoy, exhibe el sector, la fiebre por invertir en IA recuerda de forma inquietante a otros episodios que terminaron en naufragios, como es el caso de la burbuja de las empresas .com, cuyo estallido puso fin a una etapa especulativa que tuvo su punto álgido entre 1997 y 2001.

Entre los factores que pueden aguar esta exuberante fiesta figuran una regulación todavía incipiente, tanto en Estados Unidos como en Europa, que puede ralentizar el crecimiento o poner en riesgo los ingresos adicionales que las compañías están anticipando para hacer crecer el negocio, así como sus valoraciones globales. A ello hay que sumar la presión de las autoridades de la competencia, que están examinando los vínculos entre las Big Tech y las startups de IA, y los conflictos por derechos de autor que se adivinan en el horizonte por la titularidad del material que utilizan estas compañías, un combate cuya factura puede ser cara.

Las nuevas tecnologías son proclives a generar grandes oleadas de inversión bajo la invariable promesa de adelantarse al futuro, pero la clave de su sostenibilidad está no solo en ganar un sprint, sino en ser capaces de provocar un aumento consolidado de productividad que justifique el desembolso de los inversores.

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