Dos perfiles contrastados para cubrir el hueco de Calviño

La salida de Nadia Calviño del Gobierno de Pedro Sánchez es, probablemente, el movimiento de mayor calado económico desde la moción de 2018, y políticamente el segundo más relevante desde la salida de Pablo Iglesias. La vicepresidenta primera ha sido una pieza capital del Ejecutivo, desde una labor de política económica muy exigente (pandemia, fondos europeos e inflación) hasta una interlocución clave con las instituciones europeas y la clase empresarial, siendo en todos los casos el principal contrapeso liberal (en el significado clásico de la palabra) a los planteamientos más intervencionistas de los socios del PSOE; Podemos, primero, y Sumar, ahora.

Sánchez ha optado por un movimiento a tres bandas (una minicrisis de Gobierno mes y medio después de la investidura) que, paradójicamente, tiene tintes continuistas tanto en lo político como en lo económico. Solo que con los papeles un tanto cambiados. El ascenso de María Jesús Montero indica que la ministra de Hacienda (peso pesado en el Gobierno desde 2020, cuando empezó a ejercer de portavoz) asumirá, dentro de la vicepresidencia primera, las labores de perfil más político, así como la coordinación de las prioridades económicas. Y, como ministra de Hacienda, tendrá que lidiar con dos grandes retos e intereses contrapuestos, tanto para sacar adelante los Presupuestos con una aritmética parlamentaria precaria y nuevas exigencias de Bruselas, como para pactar la financiación autonómica con una mayoría de comunidades de gobierno popular.

Carlos Cuerpo, por su parte, asumirá la cartera de Economía. El hasta el viernes secretario general del Tesoro será el encargado de lidiar con Bruselas, como ya ha hecho con las reglas fiscales. La solvencia técnica y la seriedad están fuera de toda duda para un profesional muy cercano a Nadia Calviño, con quien se topará en sus frecuentes visitas a Bruselas. Su menor perfil político se ve compensado con el ascenso de Montero quien, a su vez, descarga en José Luis Escrivá la compleja labor de lidiar con la función pública, que combinará en un heterodoxo cóctel con la transformación digital.

Que el relevo se divida en dos da idea del vacío que deja Calviño. Como ministra ha lidiado con situaciones sin precedentes, y como vicepresidenta ha ejercido (quizá en ocasiones sin quererlo) de fuerza gravitacional en un Gobierno con una tendencia, ocasional pero recurrente, a la dispersión. Los dos sustitutos son perfiles continuistas de solvencia contrastada. Pero los retos que afrontan, a distintos niveles, no son mejores que los de su predecesora.

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