El proteccionismo y la libre circulación de personas, los oídos sordos de la inversión en hoteles, y el empedrado infierno del alquiler

La relación entre migración y empleo es delicada

Trabajadores inmigrantes en la construcción.M. Casamayón

La relación entre migración y empleo es delicada. Agilizar la contratación de extranjeros para ocupaciones en las que escasea mano de obra, como ha hecho el Ministerio de Inclusión, Migraciones y Seguridad Social (que hace así honor a su nombre), no termina de convencer a los sindicatos, que preferirían que se formara adecuadamente a los parados españoles, o que los empresarios subieran los salarios, para que los trabajos resultaran más atractivos para los locales. Aseguran, por si las moscas, no tener nada en contra de los extranjeros.

La cuestión es que si las empresas subieran los su...

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La relación entre migración y empleo es delicada. Agilizar la contratación de extranjeros para ocupaciones en las que escasea mano de obra, como ha hecho el Ministerio de Inclusión, Migraciones y Seguridad Social (que hace así honor a su nombre), no termina de convencer a los sindicatos, que preferirían que se formara adecuadamente a los parados españoles, o que los empresarios subieran los salarios, para que los trabajos resultaran más atractivos para los locales. Aseguran, por si las moscas, no tener nada en contra de los extranjeros.

La cuestión es que si las empresas subieran los sueldos de la construcción o la agricultura (los sectores donde más se recurre a inmigrantes), también crecerían, probablemente, los precios que pagan los clientes finales. Mientras, miles de temporeros españoles marchan cada año a la vendimia francesa, igual que muchos médicos emigran a Reino Unido u otros países. Se supone que, en una Europa y un mundo abiertos, debería defenderse la libre circulación de personas, que teóricamente ayuda a ajustar las necesidades del mercado. Pero a veces soplan vientos proteccionistas, y de distintos puntos cardinales.

La inversión en hoteles hace oídos sordos a los augurios climáticos

Ni las altas temperaturas de partes de España este verano ni las previsiones de los agoreros climáticos están haciendo mella en los inversores en hoteles. Quizá sea por eliminación, porque el resto de sectores inmobiliarios está aún más impracticable en un contexto de tipos altos y sobre todo inciertos; quizá sea porque a los fondos soberanos de Oriente Próximo les sobra el dinero, y razonan con acierto que el Mediterráneo seguirá siendo más atractivo para el turismo que el desierto del Golfo. El caso es que es el único segmento que aguanta la crisis, con cifras similares este año a las del pasado.

El infierno del alquiler está empedrado de buenas intenciones

Según una encuesta entre agencias inmobiliarias hecha por su patronal, el mercado del alquiler se ha reducido un 31% por culpa de la Ley de Vivienda, que endurece las condiciones para los caseros, los cuales habrían preferido poner su casa en venta, o pasarla al alquiler turístico, paradójicamente menos restrictivo. Más allá de las cifras concretas, no sorprenden estas consecuencias: lo que realmente ayuda a bajar las rentas es que se amplíe el parque de arrendamientos, no medidas coercitivas que alejan a los pequeños propietarios, que son la gran mayoría, y que lo que menos quieren es tener problemas. El infierno está empedrado de buenas intenciones, y la legislación de la coalicación gobernante tiene todos los visos de haber resultado contraproducente.

La frase del día

“Estamos de acuerdo con Biden en la necesidad de un nuevo orden mundial. Pero él se refiere a uno que gire en torno a EE UU, y ya no será así”

Dmitry Peskov, portavoz del Kremlin

Que haya más opciones para pagar es bueno... si no es a costa de la tradicional

Que un establecimiento no acepte el pago con tarjeta, o con móvil, que siempre deja rastro, siempre da qué pensar. También ocurre a veces que la máquina no funciona. Sea real o no la avería, nunca está de más llevar algo de efectivo en el bolsillo, aunque esa es una práctica cada vez menos extendida, sobre todo entre los más jóvenes, los llamados nativos digitales. Ya pagan o con el teléfono, o con el reloj; y los vendedores tienen terminales de pago hasta en un móvil. Ante tanto avance, los billetes y las monedas empiezan a ser antiguallas, y hasta los artistas callejeros o los mendigos exponen su número de Bizum. Que haya múltiples opciones para pagar ha de ser bienvenido, el problema es cuando las novedades se convierten en obligatorias, como ocurrió a veces durante la pandemia.

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