Una fuerza de la naturaleza calzada en Birkenstock
El CEO, Oliver Reichert, ha logrado popularizar las sandalias y captar socios como LVMH, pero la OPV ha resultado decepcionante
Las sandalias alemanas Birkenstock se han vuelto mainstream: hace años que dejaron de ser algo propio de frikis o hippies, y ahora se codean con las marcas de LVMH y las lleva hasta Barbie. Su CEO es Oliver Reichert (Alemania, 52 años), una fuerza de la naturaleza, como lo describen sus colaboradores, y que no tiene empacho en presumir de sus márgenes de beneficio y compararlos con los de la propia LVMH. Aunque ahora que ha empezado a cotizar en Nueva York, mide más sus declaraciones.
De hecho, ...
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Las sandalias alemanas Birkenstock se han vuelto mainstream: hace años que dejaron de ser algo propio de frikis o hippies, y ahora se codean con las marcas de LVMH y las lleva hasta Barbie. Su CEO es Oliver Reichert (Alemania, 52 años), una fuerza de la naturaleza, como lo describen sus colaboradores, y que no tiene empacho en presumir de sus márgenes de beneficio y compararlos con los de la propia LVMH. Aunque ahora que ha empezado a cotizar en Nueva York, mide más sus declaraciones.
De hecho, la OPV, lanzada el miércoles, no se ha dado bien: la acción cotiza a 37 dólares, frente a un precio de salida de 46, que estaba en medio de la horquilla inicial, 44-49. La valoración total queda en 7.000 millones de dólares. El 66,5% de las acciones colocadas proceden del accionista mayoritario, el fondo L Catterton, la sociedad de inversiones de Bernard Arnault (dueño de LVMH), que retendrá el 83% del capital, mientras el 8% de las acciones irán destinadas a los empleados.
Frente a la habitual discreción de los directivos alemanes, Reichert cuenta muchas cosas sobre sí mismo. Vive en una granja perdida en medio de la Baja Baviera, a 60 kilómetros de Múnich, con su esposa y sus cuatro hijos. Tienen dos perros y varios caballos. “Esta parte del mundo me centra: los bosques, las praderas, los lagos y las granjas representan la libertad total”, contaba al Financial Times. Si no se dedicara al calzado, “sería un agricultor centrado en producir alimentos de alta calidad a gran escala. Me encantaría cultivar todo tipo de verduras y criar animales bien tratados, como hacían los granjeros hace 150 años. Me gusta ir con las estaciones y creo que podría ser mejor que dirigir un negocio en una gran ciudad.”
Le encanta la playa de Benirrás, en Ibiza. En el avión, ve películas para desconectar, aunque la mayor parte del tiempo la dedica a ver fotos de su familia. Hijo de uno de los pioneros del marketing en Alemania, se considera más hippy que sus padres, pese a que ellos ya calzaran Birkenstock. “Creo que a mí me importan menos las convenciones sociales”, apuntaba a El País.
Mide 1,80 metros y jugó al fútbol americano: dada su gran masa muscular, le gusta la ropa cómoda y sencilla. Colecciona chaquetas de cuero, y dirigió un club de música tecno. Entre sus músicos favoritos están el compositor y pianista Ludovico Einaudi y el violonchelista Yo-Yo Ma. Su artista preferido es el alemán Joseph Beuys, que desarrolló la escultura, la performance y las instalaciones, entre otras disciplinas. Para Reichert, fue el primero que mezcló arte y comercio de forma honesta.
El ejecutivo estuvo al frente de una cadena de gasolineras (JET Tankstellen), fue reportero de guerra en el Congo (se siente muy vinculado a África) y Kosovo, y dirigió un canal de televisión de deportes, del que dimitió cuando el negocio fue a peor.
Después de eso, un amigo marchante de arte le presentó a Christian Birkenstock, uno de los tres hijos del patriarca Karl, y que lo nombró CEO. Christian es el único de sus hermanos que sigue teniendo acciones. Reichert apaciguó las disputas entre los herederos, separando la marca de la familia, y simplificó la estructura en 2013. Prescindió de los asesores financieros, “esos idiotas integrales”. Fomentó la creatividad y diversificó los productos: desde hace seis años vende también camas y cosméticos.
Durante la pandemia, convenció a Arnault, uno de los más ricos del mundo, para que invirtiera en su empresa: pagó inicialmente 4.000 millones de euros por el 65%, a través de L Catterton (formado por el capital privado Catterton, LVMH y y el holding familiar de los Arnault, Financière Agache), que tiene sede en EE UU. Pese a ello, LVMH no ha incluido las sandalias entre sus marcas de lujo (las sigue considerando demasiado de andar por casa), aunque sí se asocian de forma puntual, como con las Birckenstock Dior, que cuestan 960 euros.
La crisis financiera y el Covid potenciaron las zapatillas de Birkenstock, tanto por su comodidad como por su aspecto poco sofisticado. A eso se ha sumado la película Barbie, cuya protagonista elige las sandalias, que representan el mundo real (la píldora roja de Matrix), en vez de los tacones de su mundo de fantasía. El cameo se produjo sin que Birkenstock colaborara formalmente con Mattel, la dueña de Barbie.
En 2018, Reichert retiró sus productos de Amazon, a la que acusaba de vender copias falsificadas; y a principios de año dejó de distribuirlos a través de la mitad de las 3.200 cadenas de zapaterías alemanas (el castigo afectó sobre todo a las pequeñas), para favorecer sus canales propios.
L Catterton, como señala Pamela Barbaglia, analista de Reuters, confiaba en un camino más fácil para la OPV después de que la firma de cosméticos israelí Oddity Tech saliera a Bolsa en julio con una subida del 40%. Se había asegurado el respaldo del fondo soberano de Noruega, entre otros, y había fijado cautelosamente el precio en la mitad de su rango. Pero aspiraba a un múltiplo de 19 veces el ebitda, muy por encima del de los grupos de lujo europeos. Además, coincidió con la presentación de unos malos resultados trimestrales de LVMH, que arrastraron las cotizaciones del lujo. Los mercados siguen estando de mírame y no me toques.
Caballos
Su esposa Yara, de 53 años, tuvo un grave accidente en junio, cuando un caballo montado en un remolque le dio a la puerta, que al abrirse la golpeó. Estuvo hospitalizada una semana.
Por suerte, no afectó a sus hijos, que estaban allí. “Subestimamos la potencia de los caballos”, declaró luego.
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