Las coordenadas (geo)políticas de la inversión saudí en España
Si la operación en Telefónica da buen fruto, el país árabe sumará a las antiguas relaciones una ambiciosa diplomacia inversora
El desembarco en Telefónica de la empresa saudí de telefonía móvil, controlada a su vez por el fondo soberano saudí, ha despertado el interés en España sobre este país árabe, sobre su forma de gobierno, sobre la intencionalidad de tal decisión o sobre las implicaciones que pudiera tener en términos éticos o de seguridad nacional. La apuesta saudí puede leerse desde la racionalidad económica y de búsqueda de rentabilidad, pero también admite una lec...
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El desembarco en Telefónica de la empresa saudí de telefonía móvil, controlada a su vez por el fondo soberano saudí, ha despertado el interés en España sobre este país árabe, sobre su forma de gobierno, sobre la intencionalidad de tal decisión o sobre las implicaciones que pudiera tener en términos éticos o de seguridad nacional. La apuesta saudí puede leerse desde la racionalidad económica y de búsqueda de rentabilidad, pero también admite una lectura política. Esta y otras operaciones impulsadas por el fondo soberano ilustran la intensidad y dirección de algunos de los cambios que se están produciendo en Arabia Saudí. Analicemos, una a una, las coordenadas que nos ayudan a entender el significado político y geopolítico de este tipo de operaciones.
Primero debemos detenernos en el contexto político saudí. Su régimen político no es una democracia, ni lo pretende. Los partidos políticos están prohibidos y es la monarquía quien detenta el poder, sin rendir cuentas y sin separación de poderes. Eso no quiere decir que no haya facciones o pueda haber cambios. De hecho, los equilibrios de poder internos se están viendo alterados. Por primera vez desde 1953, la sucesión al trono no será entre hermanos, sino de padre a hijo. En 2017, vía real decreto, el rey Salman reemplazó a su hermano por su hijo en la línea sucesoria y los miembros de la familia recibieron la llamada al orden a través de una campaña contra la corrupción que incluyó el arresto de varios royals en un lujoso hotel. Era un aviso para navegantes de que el príncipe heredero, Mohamed Bin Salman – a quien a menudo se le nombra con las siglas MBS– estaba ahora al mando y no toleraría intrigas palaciegas. MBS atemoriza a sus rivales y, a la vez, intenta ganarse el favor de la población lanzando un programa de modernización y construyendo una nueva narrativa para el país. MBS es un treintañero y aspira a reinar muchas décadas. Este horizonte temporal favorece inversiones cuyos réditos se materializarán a medio y largo plazo.
Esta inversión busca la modernización y diversificación económica y, una vez más, esto tiene una intencionalidad política. Arabia Saudí ha sustentado el funcionamiento del Estado, la relación con sus ciudadanos y su proyección internacional en las rentas del petróleo. Estas han reportado a su clase dirigente recursos que permitían comprarlo casi todo, también las voluntades dentro y fuera del país. Pues bien, aunque el actual episodio de precios altos de la energía pudiera cegarnos, Arabia Saudí intuye que su extrema dependencia de una sola fuente de ingresos se está volviendo demasiado arriesgada y, más todavía, si se redobla la presión política, social y medioambiental por la descarbonización a escala global o si continúan abaratándose las energías renovables. Partiendo de esa premisa, lo inteligente es invertir, antes que pudiera ser demasiado tarde, las rentas del petróleo en otros sectores para que sigan llenando las arcas del Estado. Dentro de esta estrategia, el sector tecnológico es especialmente atractivo.
La tercera coordenada se encuentra en los cambios en la estructura de poder del sistema internacional. La política exterior saudí pivotó durante más de seis décadas en una relación preferente con Washington y partía de la premisa de que los estadounidenses garantizarían su seguridad si Riad les proporcionaban seguridad energética. Sin llegar a la ruptura, esta relación simbiótica se ha enfriado. No hay un único factor o acontecimiento, sino una suma de muchos elementos: los atentados del 11 de septiembre, la irrupción o el retorno de otras potencias globales como China, Rusia y la India en un mundo más multipolar, el desarrollo de la industria petrolera y gasista en Estados Unidos, la percepción saudí de que Washington había menospreciado los intereses saudíes en la negociación del acuerdo nuclear iraní o el revuelo político por crímenes tan escandalosos como el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí en Estambul. Como parte del distanciamiento, Riad suelta lastre y llama a otras puertas. Entre estas, también a las de Europa. En plena guerra en Ucrania y con los precios energéticos disparados, los saudíes se sienten más deseados y creen que el pragmatismo y las urgencias políticas se impondrán sobre cualquier otra consideración. Es su momento.
La cuarta coordenada nos invita a centrar el enfoque en los cambios en Oriente Medio y especialmente en el Golfo. Por historia, por tamaño y por población Arabia Saudí siente que es una especie de hermano mayor y aspira a que esta primacía se acepte de forma natural por parte de las otras dinastías del Golfo. No obstante, Qatar y más recientemente Emiratos Árabes Unidos, han demostrado ambición y capacidad de actuar de forma autónoma en cuestiones sensibles para los saudíes. Ambos países y sus gobernantes abrazaron de forma mucho más temprana la retórica de la modernización, de apuesta tecnológica, de conectividad y de la diversificación económica. Los fondos soberanos qataríes y emiratíes hace tiempo que invierten en grandes empresas europeas, entre ellas varias españolas, y estas participaciones proporcionan réditos económicos, pero también reputación y acceso a compañías e individuos políticamente bien conectados. Arabia Saudí quiere hacerse respetar y recuperar terreno perdido en la peculiar competición con sus vecinos, también en el ámbito de las inversiones.
La última coordenada nos acerca a casa. ¿Es la españolidad de Telefónica un factor relevante? Lo que está claro es que no juega en contra de la decisión saudí. A pesar de algunas polémicas que han llegado a afectar incluso a la jefatura del Estado en España y de campañas de la sociedad civil para restringir la venta de armas a Arabia Saudí, las relaciones bilaterales entre ambos países son antiguas y son robustas. Los saudíes perciben España como un país amigo y constatan que hay actores en la arena política y económica que se afanan en preservar esta relación y los réditos económicos que de ella se derivan. En todo caso, si la operación de Telefónica fructifica, se estaría añadiendo una nueva dimensión a la especial relación hispano-saudí. A la vieja “diplomacia de reyes” y a una más reciente “diplomacia de contratos”, los saudíes añadirían una ambiciosa diplomacia inversora.
Eduard Soler i Lecha es Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Barcelona y colaborador de Agenda Pública
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