La arriesgada receta de Fráncfort contra la inflación

La persistente mano dura del BCE puede tener resultados adversos para una economía con preocupantes síntomas de anemia

Christine Lagarde, presidenta del BCE.RONALD WITTEK (EFE)

La reunión celebrada ayer por el Consejo de Gobierno del BCE podría definirse con tres adjetivos: atípica, dispar y arriesgada. Atípica, porque por primera vez en varios meses los mercados no han tenido demasiado claro cuál iba a ser el signo de la decisión; dispar, porque la resolución de subir por décima vez los tipos no ha sido adoptada por unanimidad, sino por “mayoría reforzada”, y arriesgada, porque esta nueva vuelta de tuerca puede salir como Fráncfort espera o tener resultados negativos muy serios para una economía con preocupantes síntomas de anemia.

Aunque la presidenta del BCE, Christine Lagarde, sugirió ayer que la decisión de llevar el precio del dinero al 4,5%, el nivel más alto visto nunca en la zona euro, puede ser la última cucharada de aceite de ricino que Europa necesita para doblegar la inflación, también dejó claro que los tipos deberán mantenerse en ese nivel durante un tiempo lo “suficientemente largo” como para lograrlo, por supuesto siempre a salvo de que los datos macro no aconsejen otra subida.

El principal argumentario del BCE para justificar su decisión es, por tanto, la doma de una inflación que se ha moderado en los últimos meses, pero que está todavía lejos del 2% y a la que algunos factores, como el repunte que está experimentando el petróleo, podrían volver a dar alas. Se trata de una razón poderosa y fácil de defender en una economía con buen tono muscular, pero que pierde peso en un contexto de nueva rebaja de las ya frágiles perspectivas de crecimiento de la zona euro – un 0,7% en 2023, un 1% en 2024 y al 1,5% en 2025– y con la locomotora alemana en recesión.

La mano dura del BCE se está haciendo notar en los costes de financiación de la economía, en la restricción de los créditos y en el consumo de las familias, que hasta ahora ha estado alimentado en buena parte por el ahorro acumulado durante la pandemia. Pero de ahora en adelante la factura de la estrategia monetaria de Fráncfort, que supone apostar por el enfriamiento económico como medicina de choque para limar los precios, puede traducirse en una recesión que vaya más allá de lo que el BCE espera o en un período de estanflación.

Después de haber reaccionado tarde a un rally de precios que no supo diagnosticar, el reto actual de Fráncfort es difícil y arriesgado: alcanzar un punto de equilibrio que permita librar a Europa de una inflación pegajosa sin hacer un roto en la economía que se le vaya de las manos.

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