Y a todo esto, ¿qué ha pasado con las criptomonedas?

El mercado sigue vivo, a pesar de los desastres financieros y los escándalos. ¿Necesitaremos otro ‘Basilea’? Probablemente sí

Javier Méndez Llera
Changpeng Zhao, co-fundador y CEO de BInance.Ben McShane (Sportsfile for Web Summit via Ge)

A finales de 2021, el valor total de las criptos superaba los tres billones de dólares. A mediados del año en curso, esa cifra se habrá reducido hasta los 1,3 billones. Es decir, una caída de casi el 70% en menos de dos años, cuando justo antes de la pandemia el valor total de estos activos no superaba el cuarto de billón.

Mientras tanto, muchas cosas han pasado: más de una docena de plataformas han quebrado, siendo el más sonado el desplome de FTX, con el añadido del escándalo ligado a la operativa que realizaba su fundador Sam Bankman-Fried. Inmediatamente le siguieron los casos de Block Fi o Genesis, pero uno de los golpes más duros para el sistema surge de la quiebra del SVB; ya no una plataforma de contratación, sino todo un banco ligado al negocio del blockchain. Todo ello después de que algunas monedas, como Terra o Luna, en este caso stablecoins, se desplomasen sin remedio, haciendo desaparecer de un plumazo más de 30.000 millones de dólares de capitalización total. Finalmente, se mantiene la leyenda negra de sector como generador de impacto medioambiental negativo. Se calcula que, en estos momentos, hay más de 45 países que han impuesto prohibiciones totales o parciales a las criptomonedas y, sobre todo a sus plataformas de contratación.

Ese es el caso de Binance, un operador originariamente chino, obligado a emigrar por las rígidas limitaciones impuestas por las autoridades de este país. Su moneda (BNB) se ha visto muy impactada, en esta ocasión y de forma muy reciente, por una demanda del regulador de los mercados en EE UU, la SEC, con una petición de congelación de todos los activos del operador en el mundo. Por tanto, Binance se convierte en una nueva víctima de una regulación, absolutamente necesaria, eso sí, pero que, en estos momentos, necesitaría un mayor grado de concreción y de coordinación internacional para dejar claras las reglas del juego en mercados que nacen y se desarrollan con una celeridad difícil de alcanzar en los procesos regulatorios.

¿Necesitamos alguna suerte de Basilea para controlar en estos operadores sus grados de exposición de riesgo, la idoneidad del establecimiento de ratios de capital o incluso un proceso reglado y más transparente de liquidación de las operaciones? Probablemente, sí. Probablemente, también la falta de este escudo regulatorio (globalmente aceptado) seguirá generando nuevos casos de impacto mediático que no juegan a favor de la consolidación de estos mercados.

No obstante todo lo anterior, el mercado sigue vivo, a pesar de los desastres financieros y los escándalos múltiples acontecidos, en algún caso ligados a hechos indudablemente delictivos. Varios países de primer orden mundial siguen trabajando sobre el concepto de los CBDC (monedas digitales oficiales emitidas por bancos centrales); los reguladores de países como EE UU, la Unión Europea o China mantienen avances en formatos de regulación (notablemente en Europa con la Markets in Currency Assets Directive o MiCA). Algunos países, como Emiratos o Singapur, se postulan como hubs de actividad para el sector, atrayendo a múltiples plataformas bajo fórmulas de regulación relativamente laxas. En definitiva, todo indica que el mundo cripto puede encontrarse en un momento bajo, pero no muerto (“down, but not out”).

Como adelantábamos antes, ¿podrían estos activos volver a resurgir bajo una suerte de regulación mínimamente tranquilizadora para los inversores? ¿Algo parecido, por ejemplo, al control que actualmente se ejerce sobre las fintech? Muchos expertos del sector plantean dudas al respecto por el inevitable aumento de costes que supondría. De hecho, gran parte del coste de las transacciones financieras habituales soportan gastos ligados a controles sobre blanqueo de capitales o modelos como el “know your customer”, que impactan en la rentabilidad final para los operadores. El mundo del blockchain sería mucho más sensible a esto que las fintech.

Probablemente, el asunto clave en estos momentos resida en las posibles palancas de interés para los inversores respecto de estos activos: ¿pueden ser atractivos en ámbitos de fuerte inflación o depreciación de monedas? Donde suceda esto, las apreciaciones de monedas como el bitcoin serían mucho más atractivas que en las correspondientes a mercados con divisas fuertes. Según The Economist el bitcoin, denominada en libras libanesas sube más de un 5.000% en el año, por poner un ejemplo. Al mismo tiempo, muchos ciudadanos de países con Gobiernos con un historial de mala gestión o simplemente de corrupción podrían estar más inclinados a su uso generalizado.

Esto parece apuntar a un punto medular, de cara al futuro, de una vuelta en toda regla al interés por esta nueva clase de activos. Por desgracia, en muchas partes del mundo a lo largo de los últimos años se ha ido generando una ola de escepticismo hacia los poderes establecidos, lo que ha venido alimentando una mayor confianza en activos respaldados globalmente y sin intervención alguna de las autoridades locales. Para muchos ciudadanos existe la sensación de que estructuras como el blockchain permitirán consolidar (y, por lo tanto, asegurar frente a terceros) derechos de propiedad que pueden quedar fuera del control de decisiones gubernamentales arbitrarias o de índole estrictamente política sin tener en cuenta los legítimos intereses privados.

Con todo, es muy probable que nos encontremos a mediados de 2023 en uno de esos momentos valle en el devenir de las industrias, y las criptomedas serán una de ellas, que sientan las bases de la evolución futura de las mismas. Sigamos vigilando de cerca este mercado.

Javier Méndez Llera es Secretario general en el Instituto Español de Analistas

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