Castigo brutal y anticipo inesperado

Empieza un nuevo tiempo, que puede ser largo si se gobierna con inteligencia, pero la anticipación de las elecciones apunta a que Sánchez no se resigna a perder el poder

El líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, celebra la victoria del partido en la sede nacional del PP.Eduardo Parra (Europa Press)

Todavía digiriendo los resultados electorales, Pedro Sánchez disuelve las Cortes y anticipa elecciones. No es ilógico, al contrario. Sabedor como es de la debacle, y si es que vuelve a ser candidato –quién sabe los motivos últimos de su viaje a Washington– toda vez que no hay tiempo para primarias y otro candidato, Sánchez juega con dos bazas: una, concentrar todo el voto útil posible de la izquierda, vistos los resultados de lo que queda de Podemos; dos, centrar la campaña en los posibles pactos o alianzas del PP y Vox antes de que con el paso del tiempo se alcance la normalidad. Y a esa ruleta fía su futuro en España. No de España.

No son percepciones. Es y ha sido una realidad. Debacle del socialismo, caída enorme de Podemos, y victoria contundente y clara del Partido Popular, que recupera mucho voto moderado y todo el de un Ciudadanos del que la noche del domingo los españoles firmaron su certificado de defunción. Dos millones de votos recuperados, y casi 800.000 de diferencia con el segundo partido. En algunas plazas y ciudades victoria arrolladora y absoluta, en otros, necesitarán coaligarse. Ahí viene la hora, la de verdad, toda vez que, ahora sí, Vox se hace inevitable para alcanzar no pocos Gobiernos autonómicos y alcaldías capitales.

Los populares prácticamente han engullido todo aquel voto que en su día se fue hacia la formación naranja y ahora regresa. El revés electoral del socialismo y, sobre todo, del Gobierno es absoluto, demoledor. El desgaste, pero, sobre todo, la percepción que el ciudadano tiene del Gobierno de Sánchez y su coalición pasa una factura drástica para estos. Una pésima campaña unida a una desacertada estrategia, han hecho el resto. La soberbia no permite escuchar críticas. Y pretender o excusar que no les entienden y que todo lo hacen bien, recibe un castigo colosal. Pedro Sánchez ni compareció, toda vez que se multiplicaba durante la campaña. Sabe que buena parte de ese castigo es en primera persona, rehúye de momento la responsabilidad. Se antojan cinco, seis meses de durísimo final político.

Núñez Feijóo consolida su liderazgo dentro del Partido Popular, y lo hace de un modo categórico y aplastante. Da un paso de gigante para Moncloa. Y lo hace sobre dos bases esenciales en su estrategia, tanto personal como política y partidista; a saber, ganando poder territorial y ganando en número de votos. Y aunque él ha dicho en la noche electoral que no era su momento, y puede terminar finalmente por serlo también en julio. No se presentaba, pero sobre sus espaldas tomó la campaña, el mensaje y la acción. Hace cuatro años la ventaja de los socialistas fue de 1.600.000 votos. Hoy los populares a nivel nacional no solo han dado la vuelta a esos resultados, sino que superan a aquellos y se aproximan al millón de votos de ventaja. Y creciendo, porque de percepciones va la política, y esta ya sabe lo que sucederá. No hay margen para el más mínimo error y negociar con Vox tendrá múltiples lecturas. Llegar a la Moncloa, significa ganar en el Mediterráneo y en el sur, en Andalucía, donde Moreno Bonilla lleva en volandas el cambio total andaluz, haciéndose el PP con las principales alcaldías, entre ellas, la simbólica Sevilla.

Aquello de que cada arena electoral significa y juega en su propio ámbito no es del todo cierto; el domingo muchos votaron en clave de elecciones generales. Deseosos de dar una patada al tablero político y partidista. El multipartidismo se ha debilitado en España. Si Ciudadanos era una crónica extintiva anunciada, la debacle de Podemos anuncia hartazgo, cansancio y que a los españoles ya no convence tanto griterío y una formación de Gobierno en coalición que no es tal.

Recuperan plazas simbólicas como Valencia y Aragón, pero también Baleares, Cantabria, La Rioja y Extremadura. Esta hasta el último momento, como Castilla La Mancha, ha pendido del escrutinio, agónico desde Toledo y que Page retiene. Otra cuestión para los populares es depender de Vox. Y el precio a pagar, esta vez, tercera fuerza política, y que ha pagado el pato de la inexperiencia en los últimos años. Pactar con ellos no será solo una investidura, será gobernar y conformar Gobiernos y alcaldías y tocar poder y gestión, bastante neófitos en estas lides.

Feijóo no se ha cansado de pedir desde hace muchos años que gobierne la lista más votada. No será así, tendrá que gobernar con Vox o que este facilite el sillón, y eso abre un nuevo escenario de cierta normalidad que hasta el presente no se ha querido ver.

El mapa autonómico, con la excepción de Cataluña y País Vasco, donde no había elecciones, al igual que Galicia y Andalucía, estas dos con absoluta popular, se tiñe de Partido Popular, dejemos al margen aquello de azules y rojos, y lo hace con fuerza, expandiéndose por el poder municipal de un modo claro y, en ocasiones con mayorías muy sólidas y en otras, ganando el PSOE, la pinza de las dos derechas hará el resto, salvo posiblemente en alguna ciudad o pueblo donde al final gobernará en el consistorio la fuerza más votada si no hubiere acuerdos. El pragmatismo ha llegado y esto se irá incorporando al discurso del PP y de Vox. Por el contrario, a la desesperada, al socialismo ya no le vale vender el miedo a la ultraderecha o tildarlo de miles de adjetivos. Los españoles han votado con normalidad por todo el mapa a la formación de extrema derecha. Sin complejos ni miedos, como equidistantemente han hecho lo contrario, con su antagónico de extrema izquierda.

Empieza un nuevo tiempo, el de un cambio de ciclo ignoto en su duración, pero que tiene hambre y vocación de hacerlo por mucho tiempo si se gobierna para todos y con inteligencia y no frentismo. El partido socialista, tras cinco años en la Moncloa y desde 2019 con mucho poder territorial y municipal, sufre un varapalo irreversible a corto plazo.

La anticipación de las generales de diciembre a julio es síntoma de que Sánchez no se resigna del todo a perder el poder. Sabe que el tiempo corre en su contra. Y ha dejado descolocados a todos. Espadas en alto. Ha subido la apuesta, la pregunta es si ha pensado alguna vez en el partido o no, y el mañana del mismo. Arranca siete semanas frenéticas. ¿Quién dijo que la política había muerto?

Abel Veiga es Profesor y decano de la facultad de Derecho de Comillas Icade

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