Las ventajas de una supervisión bancaria a la europea
El rescate de First Republic Bank en EEUU propicia el debate sobre las diferencias de los modelos de vigilancia financiera
La operación de emergencia que han articulado las autoridades estadounidenses para rescatar a First Republic Bank se ha saldado con la compra de la entidad por parte de JP Morgan por 10.600 millones de dólares. Un acuerdo por el que el gigante financiero se queda con los depósitos no asegurados y prácticamente todos los activos de la entidad californiana, valorados en unos 103.900 millones y unos 229.100 millones de dólares, respectivamente. El salvavidas lanzado a First Republic constituye la respuesta institucional a la tercera quiebra bancaria en lo que va de año en el país. Entre otros respaldos, los reguladores de California proporcionarán 50.000 millones de financiación en un plazo de cinco años, se compartirán las pérdidas de los préstamos unifamiliares, residenciales y comerciales, se protegerá a los depositantes y se reembolsarán los fondos que tanto JP Morgan como otras entidades insuflaron de forma infructuosa a First Republic. Los accionistas sí perderán su dinero.
Todo apunta a que la crisis de solvencia financiera surgida en el ámbito de la banca regional estadounidense puede provocar unas consecuencias que vayan más allá de las pérdidas financieras y los acuerdos de rescate. Desde el regulador de California se recordaba ayer que las quiebras en una economía de mercado son ciertamente inevitables, pero que existe la posibilidad de “planificar” esos eventos con la exigencia de fuertes requisitos de capital y con “un marco de resolución efectivo” que acabe “con la cultura de rescate del país, que privatiza las ganancias mientras socializa las pérdidas”. Se abre así una puerta, o al menos se pone sobre la mesa, la conveniencia de que EEUU adopte un modelo de supervisión financiera más cercano al que rige en Europa, surgido tras la dura lección que supuso para la eurozona la última gran crisis financiera, que se llevó por delante no solo a un buen número de entidades bancarias, sino casi al propio euro.
La regulación bancaria no es un sistema cerrado y mucho menos perfecto. Tampoco está pensada principalmente para tutelar a los más fuertes, sino para asegurar que los más frágiles cuentan con solvencia suficiente para afrontar mejor los vaivenes de los ciclos económicos y los cisnes negros. Sin duda tiene un alto coste en términos regulatorios, pero es importante recordar que se trata de una factura sustancialmente menor a la que deja una crisis sectorial imprevista, un contagio masivo o una cadena de rescates de emergencia.
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