Por qué hasta los bancos pequeños son demasiado grandes para caer

La reacción de los reguladores ante el colapso de SVB prueba que el umbral es mucho más bajo de lo que se creía

Un grupo de personas hacen cola ante la sede de SVB en Santa Clara, California.Anadolu Agency (CINCODIAS)

La cuestión de qué se entiende por ser demasiado grande para caer es difícil de determinar. El jueves se cumplen 15 años desde que Bear Stearns, un banco de inversión con activos por valor de 400.000 millones de dólares, fue rescatado del colapso por JPMorgan. La crisis financiera que propició su caída desencadenó una iniciativa mundial durante años por parte de los reguladores para garantizar que hasta los bancos más grandes pudieran liquidarse de manera segura. Aun así, la semana pasada las autoridades estadounidenses se esforzaron por contener las consecuencias del colapso de SVB Financial, una entidad relativamente simple de aproximadamente la mitad del tamaño de la extinta firma de Wall Street. El umbral de lo que se considera demasiado grande es mucho más bajo de los que muchos pensaban.

Muchos fueron los errores que contribuyeron a la caída del décimo sexto mayor banco de Estados Unidos. La entidad conocida como Silicon Valley Bank obtuvo la mayor parte de su clientela de la estrecha comunidad de empresas de capital riesgo y empresas de nueva creación congregadas en los alrededores de San Francisco. Más del 90% de los depósitos superaban el umbral de los 250.000 dólares garantizados por el Federal Deposit Insurance Corporation, lo cual acentuaba su vulnerabilidad en caso de pánico. El banco reunió una cartera de 91.000 millones de dólares en valores a largo plazo cuyo valor se hundió con la subida de los tipos de interés, generando pérdidas que, en caso de realizarse, habrían arrasado con su capital. Lo que hizo SVB fue lanzar una oferta de acciones de 2.000 millones de dólares que fue poco más que una señal de alarma de lo mal que estaba.

Ninguno de estos problemas tendría que haber supuesto una amenaza para el sistema financiero estadounidense. Después de 2008, los reguladores mundiales diseñaron unas normas muy elaboradas para hacer que los bancos fuesen más seguros, y para limitar el impacto económico en caso de hundimiento. Concretamente, las entidades financieras tenían que emitir deuda que se pudiera amortizar en caso de crisis. Combinado con el capital ordinario, constituye una protección, conocida como Capacidad Total de Absorción de Pérdidas (TLAC por sus siglas en inglés), para proteger a los acreedores, y en particular a los depositantes, de sufrir inclusor grandes pérdidas.

Pero los reguladores estadounidenses aplicaron estas disposiciones solo a los bancos más grandes del país. Los bancos medianos y de ámbito regional presionaron con éxito para quedar exentos. Los banqueros argumentaban que emitir deuda extra imponía costes innecesarios a aquellos bancos que se financian principalmente a través de los depósitos. El consejero delegado de SVB, Greg Becker, era un partidario entusiasta de regulaciones más laxas. “SVB, al igual que nuestros pares de tamaño mediano, no plantea riesgos sistémicos,” declaró ante el Congreso en 2015.

La consecuencia fue que, cuando SVB se hundió, no tenía ninguna protección adicional, lo cual dejaba a los depositantes no asegurados expuestos a pérdidas por los depósitos que superasen el capital del banco. Esto contrasta con la pequeña filial británica del banco, cuyos activos apenas sumaban 8.800 millones de libras (11.000 millones de dólares). La unidad británica tenía unos 350 millones de capital adicional que quedó amortizado hasta cero, lo cual ayudó a que pudiera venderse a HSBC por 1 libra.

La caída de SVB subraya otro fallo en el manual tradicional para el rescate de bancos: la escasez de compradores. En el pasado, las autoridades que se ocupaban de un banco caído a menudo ayudaban a acordar una venta a un rival más grande y sólido, como hicieron en el caso de Bear Stearns. Esto se volvió más complicado a partir de 2008, ya que los reguladores disuadían a los principales bancos de hacerse más grandes. Cinco días después de la caída de SVB, ningún comprador ha dado un paso al frente. Tampoco ayuda el hecho de que los perros guardianes estadounidenses hayan dejado claro anteriormente que la consolidación bancaria tiene que cumplir toda una serie de requisitos: la compra de MUFG Union Bank por parte de US Bancorp, anunciada en 2021, tardó un año en ser aprobada.

La consecuencia es que, una vez más, el Gobierno acude al rescate. El domingo, las autoridades, y entre ellas la Secretaria del Tesoro, Janet Yellen, garantizaron todos los depósitos de SVB y de otro banco caído, al tiempo que la Reserva Federal abría una generosa línea de liquidez que permite a los bancos cambiar bonos del Tesoro por liquidez por encima del precio de mercado. Vale que esta vez los reguladores no inyectaron capital directamente a los bancos, como sí hicieron en 2008. Sin embargo, el mensaje implícito de que todos los depósitos bancarios están seguros representa una enorme obligación en potencia para el Gobierno de Estados Unidos.

Resulta tentador calificar la debacle de SVB de fracaso específicamente estadounidense. El hacerlo sería un error. No muchos bancos en el mundo desarrollado han caído en la última década, por lo que los reguladores han tenido pocas oportunidades para probar las herramientas para mantener a flote a las entidades demasiado grandes para hundirse. Eso es en parte porque los bancos son mas seguros. Pero también se debe al hecho de que los tipos de interés bajísimos durante mucho tiempo han protegido a los bancos de las consecuencias de los malos préstamos y las malas inversiones.

En Estados Unidos, los reguladores ya están afilando los lápices. La Fed y la Oficina del Controlador de la Moneda el año pasado descartaron la idea de aplicar las reglas que rigen para los bancos gigantescos a los grandes bancos regionales. El pasado octubre, miembros de la Fed ya señalaron que estos bancos se estaban volviendo cada vez más dependientes de depósitos no asegurados.

Hace 15 años, reguladores y políticos de todo el mundo desarrollado prometieron que los contribuyentes jamás tendrían que volver a responder por los errores de los bancos. El fiasco de SVB demuestra que esa promesa sigue sin cumplirse. Es un recordatorio oportuno de que incluso los bancos pequeños son demasiado grandes para hundirse.


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