Asumir riesgos para obtener resultados

La incertidumbre siempre ha existido y existirá en un futuro a la hora de invertir, por ello es preciso hacerlo de forma eficiente

Personas caminan frente al edificio de Nasdaq en Nueva York (EE UU).Ángel Colmenares (EFE)

El cierre del año natural suele ser un momento de reflexión para muchos de los que participamos en los mercados financieros y casi siempre llegamos a la misma conclusión: se ha tratado de un año complicado y el próximo ejercicio está nuevamente lleno de incertidumbres.

Este año 2024 vuelvo a sacar estas mismas conclusiones tratando de recordar algún año que se hubiera afrontado con optimismo y tranquilidad pero, la verdad, no recuerdo ninguno. Este año aún es más grave, porque a pesar de los excelentes resultados de la mayoría de los índices bursátiles, del control de la inflación que ha permitido el inicio de una serie de bajadas de tipos de interés por parte de los bancos centrales en el mundo desarrollado, y de una actividad económica mejor de lo pronosticado por la mayoría de las instituciones internacionales, no tengo la sensación de que haya sido un año sencillo para la mayoría de inversores.

La lista de posibles problemas financieros latentes es larga, siendo siempre difícil medir la magnitud de sus efectos: Bolsas excesivamente caras, exceso de deuda pública, (y en algunos casos privada) en los países desarrollados, volumen de operaciones corporativas en empresas no cotizadas, posibilidades de que China retome su senda de crecimiento, problemas estructurales puestos de relieve en el reciente informe de Mario Draghi en relación con la competitividad en Europa que nos aboca a un empobrecimiento generalizado, etc. En mi opinión, los niveles de la valoración implícita alcanzados por las Bolsas es una cuestión que puede afectar a los inversores y ahorradores con horizontes temporales de medio y largo plazo, generando percepciones de riesgo exageradas.

Uno de los síntomas con los que se debe diagnosticar una burbuja bursátil es el del exceso de precios de las compañías cotizadas en función de los beneficios que obtienen. Precisamente, la ratio más utilizada es el PER, que mide la relación precio-beneficio. Se calcula también para todos los índices, permitiendo a los analistas poner en perspectiva los datos más recientes con las series históricas. Los índices bursátiles objeto de análisis, pueden estar ponderados por la capitalización bursátil de las compañías que los componen, o equiponderados, en cuyo caso todas las compañías que los componen tienen el mismo peso.

Sin embargo, los datos cuantitativos de información de PER, siendo de amplia difusión para los principales índices, precisan de la aplicación de un análisis cualitativo complementario para evitar conclusiones precipitadas. Así, las valoraciones a través de esta ratio para su comparación histórica están afectadas por otras variables a considerar, entre otras los tipos de interés, la inflación y los tipos impositivos. Del mismo modo debemos revisar qué compañías componen los índices, ya que las ratios habituales son diferentes según los sectores y la tipología de los negocios, sus requerimientos de capital o previsibilidad de sus beneficios.

El retorno de los índices de renta variable han sido excepcionales en el presente ejercicio, y en general desde que se superó la Gran Crisis Financiera (2008-2011). A modo de resumen, el retorno anualizado de los índices y sus beneficios desde 2011 ha sido del 14,5% y 9,3% en el S&P 500, respectivamente; o del 19,1% y 14,9% en el tecnológico Nasdaq 100; cifras significativamente inferiores en los principales índices europeos.

Las fuertes revalorizaciones de la Bolsa estadounidense en el sector de la tecnología en los últimos 15 años han provocado un cambio en la composición de los índices y, como consecuencia, una fuerte revalorización de los mismos. Este hecho se ha visto reflejado en una diferencia de comportamiento destacable entre los índices ponderados por capitalización y los equiponderados. Este análisis lo podemos resumir en las diferencias de comportamientos entre un índice como el S&P 500 y el Russell 2000: en los últimos 15 años (desde noviembre de 2009), el primero ha tenido un retorno anualizado de 2,9% adicional al experimentado por el segundo. Este mejor comportamiento asciende al 5,8% desde el comienzo de la pandemia del Covid-19 hasta nuestros días. Ello da muestra de cómo el sector tecnológico ha ganado, no solo momentum en el índice S&P 500 durante los últimos cinco años, sino también peso, en consecuencia. El gráfico adjunto da cuenta de ello.

La transformación digital vivida y las grandes revoluciones en campos como la inteligencia artificial, biotecnología o ciberseguridad, entre otros, que se están produciendo a una gran velocidad, y que quedan recogidas en el comportamiento de los índices, no debe confundirse con una típica burbuja sin fundamento en el crecimiento de los beneficios. Además, las transformaciones económicas generan inevitablemente un mayor dinamismo empresarial, que tiene como consecuencia un mayor número de operaciones corporativas de fusiones, adquisiciones o, incluso, desapariciones.

La gran diferencia con la burbuja del año 2000 es, precisamente, que las compañías que se han incorporado a los grandes índices están obteniendo beneficios, tienen franquicias importantes, retornos sobre el capital destacables y una relevante capacidad de generación de flujo de caja libre. En consecuencia, el inversor particular debe ser cauteloso, por tanto, con algunas afirmaciones alarmistas que causan pánico al comparar el momento actual con la burbuja del año 2000.

Tal y como iniciamos el artículo, nos enfrentamos a una nueva situación en el mundo financiero porque el mundo real también lo hace. En la situación actual los inversores particulares pueden estar seguros de estar protegidos por un marco regulatorio garantista, vehículos y servicios de inversión competitivos y eficientes y mucha transparencia. No nos bloqueemos por los riesgos que siempre han existido y existirán para invertir nuestro ahorro de forma eficiente y sí ocupémonos de hacerlo correctamente porque es bueno para nosotros mismos y para la sociedad.

Rafael Peña, fundador de Olea Gestión.

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