La inversión de Hacendado mató a la estrella de los fondos
La gestión pasiva levanta ampollas en parte del mercado, pero los motivos para su auge son tan sólidos como algunos riesgos que puede exacerbar
A finales de 2023, el volumen de fondos estadounidenses de inversión pasiva alcanzaron los 13,3 billones de dólares (12,2 billones de euros), según la firma de análisis Morningstar. Los fondos de gestión activa cerraron en 13,2 billones (12,1 billones de euros): por primera vez en la historia la gestión pasiva superaba en volumen a la activa. El crecimiento ha sido exponencial: en 2015 los fondos bajo esta categoría rebasaban por primera vez la cota de los cuatro billones de dólares, mientras en aquel momento los de gestión activa rondaban los 10.
La gestión pasiva es inversión automáti...
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A finales de 2023, el volumen de fondos estadounidenses de inversión pasiva alcanzaron los 13,3 billones de dólares (12,2 billones de euros), según la firma de análisis Morningstar. Los fondos de gestión activa cerraron en 13,2 billones (12,1 billones de euros): por primera vez en la historia la gestión pasiva superaba en volumen a la activa. El crecimiento ha sido exponencial: en 2015 los fondos bajo esta categoría rebasaban por primera vez la cota de los cuatro billones de dólares, mientras en aquel momento los de gestión activa rondaban los 10.
La gestión pasiva es inversión automática: el fondo compra las acciones que componen un índice para replicar su comportamiento. Imaginemos que un índice está compuesto por cinco empresas, que pesan un 30%, un 25%, un 20%, un 15% y un 10%, respectivamente. Un fondo de gestión pasiva invertirá exactamente estos porcentajes de su cartera en cada empresa. La gestión activa implica que un experto seleccione los valores que considere vayan a comportarse mejor en determinado plazo, los que paguen más dividendo o los que le permitan diversificar su cartera.
Si la inversión pasiva se ha disparado en los últimos años es por algunas ventajas indudables: las comisiones ultrabajas, la sencillez (no hay que pensar en si el gestor es bueno o malo) y, la comodidad operativa de los ETF o fondos cotizados (si bien no toda la inversión pasiva se canaliza vía ETF, ni todos los ETF son de gestión pasiva). Este estilo de gestión fue creado en los años 70 por John Bogle bajo la convicción de que es imposible batir al mercado. Es la marca blanca de la inversión, el Hacendado de las finanzas, y los motivos de su auge son paralelos. Ahora bien, al igual que ocurre en el mundo del gran consumo, este crecimiento despierta también recelos y una suerte de pelea de gallos en el mundo de la inversión.
Los partidarios de la gestión activa no han ahorrado calificativos. Los analistas de Bernstein han considerado la inversión pasiva una suerte de marxismo leninismo: “Una economía supuestamente capitalista en la que la única inversión es pasiva es peor que una economía de planificación centralizada”. Mike Burry, el inversor retratado en el famoso libro The Big Short, apuntó que pueden generar burbujas. Paul Singer, fundador de Elliott Management, considera que estos fondos están “devorando el capitalismo”.
Hay críticas más de fondo. El mercado se comporta de forma caprichosa, desmedida y a veces errática, pero mal que bien ejerce de filtro sobre las empresas. Si el precio de la acción solo depende de su pertenencia a determinados índices se pueden diluir los incentivos. A un fondo de gestión pasiva le es indiferente si el consejero delegado ingresa en prisión. Pero estamos aún lejos de ese punto. El mercado no tuvo piedad de Grifols después del informe de Gotham. Y de los afamados (y un tanto cansinos) siete magníficos, Tesla ha sido castigada con dureza, y Apple ha perdido brillo.
Otro aspecto es la concentración de poder en las grandes gestoras (Blackrock, Vanguard y State Street), crítica que ha adoptado el propio John Bogle. En 2018 alertó, en una tribuna en The Wall Street Journal, que “si se mantienen las tendencias históricas, un puñado de gigantescos inversores institucionales tendrá algún día el control de voto de prácticamente todas las grandes empresas estadounidenses. La política pública no puede ignorar este creciente dominio y considerar su impacto en los mercados financieros, la gobernanza corporativa y la regulación”.
A cierre de 2023, en EE UU ya había tanto dinero invertido en fondos de gestión activa como pasiva
Otra crítica habitual es la formación de burbujas, si bien el dinero invertido en gestión pasiva no infla las cotizaciones per se; si Nvidia sube, el fondo indexado con acciones de Nvidia sube en paralelo, pero no contribuye a ello porque no compra más. Ahora bien, el dinero nuevo que entra en este tipo de productos apoya las cotizaciones, de forma proporcional al peso en el índice. Sí existe, por ello, un efecto inercial, pues las acciones que más han subido son las que más peso han ganado en el índice y, por tanto, las que se llevarán más parte del dinero nuevo que entre en el fondo. Pero para que una acción suba más que el resto hace falta otro comprador: o bien gestión activa o bien inversores finales.
En términos de falta de incentivos y acumulación de poder los miedos son más teóricos y subjetivos; no sabemos en qué momento la acumulación de activos por parte de estos fondos genera esos efectos secundarios. Pero es indudable que la tabula rasa de la inversión pasiva simplifica el mercado: las acciones suben o bajan dentro de un paquete, y la inversión pasa a ser una apuesta a favor o en contra de la tendencia que, además, se ejecuta con extrema sencillez. Es verosímil que este contexto agudice la correlación entre categorías de activos, siempre bajo una decisión binaria: riesgo sí, riesgo no. Y es, más o menos, como se mueve el mercado últimamente.
Tampoco cabe acusar solo a la inversión pasiva de un comportamiento en manada que no es nuevo en el mercado; si algún profesional de la inversión capta el espíritu de los tiempos es Cathie Wood y su gama de fondos temáticos ARK, una apuesta a tumba abierta por la tecnología que ha dado grandes rendimientos pero también severas caídas, según soplara el viento. Pero se trata de un ETF de gestión activa.
El problema principal es que, como intuyó en su día Bogle, es muy difícil batir al mercado. El informe Spiva de S&P compara las rentabilidades de la gestión activa y pasiva, y a su autor se le considera el hombre más odiado por los gestores. Según sus cálculos, el 85% de los fondos estadounidenses es incapaz de batir al mercado. Como proveedor de índices (un negocio muy lucrativo) S&P es parte interesada. Los datos de Morningstar son mejores, pero no concluyentes: en un plazo de 10 años, el 47% de los fondos de gestión activa sobrevive y mejora a su referencia… pero el 53% no..
Teniendo en cuenta las diferencias de comisiones, no extraña que la gestión pasiva haya ganado terreno en una comunidad inversora que, sea por las crisis, por las prácticas comerciales abusivas o por ambos motivos, ha quedado escaldado. La selección de valores tiene una razón de ser, y es cierto que el mercado no tendría sentido alguno si operara solo con el piloto automático. Pero los gestores tradicionales necesitan mostrar que lo que el partícipe paga por la gestión de los fondos es un dinero, valga la redundancia, bien invertido.
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