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En colaboración conLa Ley

Cuando el pleito sale caro: Las empresas apuestan por acuerdos en 30 días

Dicho plazo puede bastar para cambiar una salida traumática por un cierre digno, o para reconducir una crisis que parecía irreversible

En muchas empresas españolas está ocurriendo un cambio que todavía no aparece con nitidez en los indicadores oficiales del Consejo General del Poder Judicial. Aunque los juzgados de lo social mantienen tiempos de respuesta que en numerosas capitales superan el año de espera, dentro de las organizaciones empieza a imponerse una lógica distinta: ganar tiempo, reputación y cohesión buscando el acuerdo antes que el pleito. En un contexto donde el conflicto mal gestionado erosiona productividad y confianza, optar por el diálogo no es una moda: es gestión del negocio.

Las cláusulas de escalado se están convirtiendo en una herramienta fundamental para gestionar de manera moderna las discrepancias laborales. Obligan a las partes a intentar una solución dialogada antes de acudir al juzgado. Primero se negocia. Si no funciona, se abre la puerta a un proceso de mediación interna o externa. Solo entonces —si la relación ya se ha agotado— se activa la vía judicial. Se trata de resolver sin dañar, de pensar más en mañana que en ayer.

La estadística judicial más reciente confirma que, pese a un leve descenso interanual de asuntos ingresados, los procedimientos pendientes en lo Social han vuelto a aumentar en 2025 y los tiempos de respuesta siguen superando, en muchos territorios, el año de espera. Esto no es solo un dato de gestión pública: para la empresa supone coste de oportunidad, incertidumbre y un desgaste que penaliza a quien quiere hacer las cosas bien. Por eso acuerdos rápidos bien diseñados empiezan a verse como una ventaja competitiva, más que como una renuncia al derecho a reclamar.

Este enfoque encaja con el marco que introduce la Ley de Eficiencia Procesal, ya en vigor, que impulsa el uso de Medios Adecuados de Solución de Controversias (MASC) antes de judicializar. El mensaje del legislador es claro: el conflicto debe intentar resolverse dentro de la empresa antes de llegar al juzgado.

En la práctica, las cláusulas de escalado suelen organizarse en plazos breves, que garantizan agilidad y foco. El desacuerdo debe notificarse con claridad. La negociación se activa de inmediato con información transparente y reuniones estructuradas. Si no hay entendimiento, interviene una persona neutral que facilite el diálogo. El proceso es simple, pero efectivo. Treinta días pueden bastar para cambiar una salida traumática por un cierre digno. O para reconducir una crisis que parecía irreversible.

El reto consiste en diseñar un sistema que gane la confianza de las partes. Sin confianza, no hay acuerdo posible. Por eso las compañías que mejor están aplicando estas fórmulas coinciden en tres pilares: método, personas y dirección. Método significa documentación breve, agendas claras y reglas conocidas por todos. Personas implica neutralidad y competencias de facilitación para quienes dirigen el proceso. Y dirección se traduce en un liderazgo que no solo acepta el acuerdo como vía legítima, sino que lo promueve como signo de madurez empresarial.

Los resultados ya se están dejando sentir. Menos litigios con impacto en la cuenta de resultados. Equipos con menor rotación. Menos ruido interno en torno a la gestión del conflicto. Una reputación empresarial reforzada. Y un mejor enfoque en lo que debe importar: el negocio y las personas que lo hacen posible.

Hay quien interpreta esta corriente como una forma de limitar derechos. Sin embargo, la realidad demuestra lo contrario: se mantiene intacto el acceso a los tribunales, simplemente se reserva para cuando el diálogo responsable se ha agotado. La vía judicial sigue siendo la garantía última. Pero la primera oportunidad se da al acuerdo.

Además, el debate abierto sobre la reducción de jornada a 37,5 horas sitúa a las compañías en un escenario de reordenación de turnos y reorganización interna donde la negociación ágil será esencial. Los costes de implementación están siendo objeto de controversia y el diálogo estructurado puede evitar que esa adaptación derive en un conflicto abierto de alto impacto económico y reputacional.

Si queremos organizaciones competitivas, las decisiones difíciles deben tomarse con responsabilidad. Y la responsabilidad implica gestionar el conflicto. Los acuerdos en treinta días no son la panacea para todos los problemas, pero sí son la frontera que separa a las empresas que aprenden de las que solo se defienden.

España avanza hacia un modelo donde prevenir el conflicto será tan importante como resolverlo. La eficiencia procesal no es únicamente una cuestión de leyes o plazos: también es una decisión de liderazgo sobre cómo queremos gestionar las relaciones laborales. Treinta días no son un eslogan: son la diferencia entre una organización que aprende y otra que se defiende.

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