En colaboración conLa Ley

‘Justicia artificial’: IA y democracia

¿Sería posible en un futuro no muy lejano sustituir a los jueces y sus sentencias por una inteligencia artificial mil veces más rápida?

Verónica Echegui, a la derecha, en 'Justicia artificial'.

¿Sería posible en un futuro no muy lejano someter a referéndum una reforma constitucional en España que sustituyese a los jueces y sus sentencias por una inteligencia artificial, mil veces más rápida, capaz de computar toda la jurisprudencia aplicable y de dictaminar sobre los casos con un índice de fiabilidad muy cercano a la decisión humana? Esta es la interesante premisa que plantea la película Justicia Artificial (2024) dirigida por Simón Casal e interpretada por Verónica Echegui, Alba Galocha, Tamar Novas y Alberto Ammann.

Justicia Artificial se nos presenta en un formato de thriller con tintes políticos, empresariales y sociológicos, pero no es la investigación de una muerte que se produce al inicio del film, presuntamente accidental, el leit motiv sobre el que la película pretende planear. La intriga no es sino una excusa para abordar las cuestiones morales, económicas y políticas que una decisión tan trascendental como sustituir a los jueces por máquinas en el ejercicio de la administración de justicia plantearía en un Estado de derecho.

La película tiene a su favor que todas las preguntas que realiza nos parecen razonablemente cercanas. Pese a que la estética es algo futurista, la ciudad gallega donde se desarrolla la acción no dista mucho de la actual La Coruña salvo por detalles como los coches autónomos, unos paisajes más gélidos y un mar muy gris, símbolo quizás de que el futuro plantea muchas incógnitas. También está correctamente representado en Justicia Artificial el cada vez más amenazante y creciente poder de las empresas tecnológicas, en este caso la propietaria de los algoritmos con los que se va a impartir justicia, y cuyos intereses aparecen diluidos entre la propaganda por un mejor y más rápido sistema judicial y el afán corporativo por lanzar su producto al mercado (en este caso a la sociedad) lo antes posible, lo cual desencadena luchas de poder en el accionariado y el consejo de administración de la compañía.

En su contra está el ritmo lento y pausado de la intriga que plantea Justicia Artificial y la permanente impresión de que es una película que solo encandilará a los profesionales del mundo de la justicia, que veremos en ella reflejadas algunas situaciones que repetidamente vivimos o conocemos en nuestros tribunales.

Pero el visionado de la película merece la pena solo por los interrogantes que tiene la jueza protagonista, a quién interpreta con mucha personalidad Verónica Echegui, sobre esa inteligencia artificial capaz de administrar justicia. ¿Es realmente la mejor opción dejar la justicia en manos de un algoritmo? ¿Es cierto que los algoritmos no tienen el sesgo humano que puede devenir en una falta de justicia? ¿Es siempre ético este algoritmo? ¿Puede una empresa o su algoritmo controlar el tercer poder de un Estado democrático? ¿Puede el algoritmo contribuir a crear nueva jurisprudencia? ¿Estamos los humanos preparados para dejar nuestro futuro y nuestros derechos en manos de máquinas que se conducen por algoritmos previamente programados?

Sin dejar de reconocer los problemas actuales de la justicia, y de ser en determinados momentos muy crítica con algunos de ellos, como el persistente retraso en su administración, el corporativismo de los jueces, la influencia política en el estamento judicial o su eventual falta de independencia o equidad, Justicia Artificial plantea un debate muy interesante que, dados los avances tecnológicos, es posible que pronto llegue a nuestra sociedad. Y la solución también la apunta la propia película cuando propone que no habrá sustitución de humanos por máquinas pero si deberán las herramientas tecnológicas ayudar a administrar una justicia más rápida y equitativa que contribuya a mejorar nuestra sociedad.


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