Empresas que parecen museos: así crean sus colecciones de arte las compañías
Los expertos señalan un cambio en el tipo de compañías que adquieren obras. En España, la tónica general es que se compre para aumentar una colección, no como inversión
Comprar una obra de arte para la colección de una empresa es como salir a Bolsa, hay que esperar al momento adecuado. Es lo que defiende Lorena Martínez, directora de la colección de arte contemporáneo de la Fundación Coca-Cola y con una extensa trayectoria en el sector. “Lo que se busca es la excelencia en una obra. Hay que esperar hasta tener la obra perfecta de ese artista, ...
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Comprar una obra de arte para la colección de una empresa es como salir a Bolsa, hay que esperar al momento adecuado. Es lo que defiende Lorena Martínez, directora de la colección de arte contemporáneo de la Fundación Coca-Cola y con una extensa trayectoria en el sector. “Lo que se busca es la excelencia en una obra. Hay que esperar hasta tener la obra perfecta de ese artista, no comprar la obra porque sea de él o de ella. Es más importante que sea buena. Y si te toca esperar dos años, pues esperas”. Asegura que cuando un consejero delegado o presidente de una compañía tiene “la sensibilidad” para tener una buena colección, es capaz de respetar los tiempos, porque los comprende, y no tiene prisa por adquirir. “Cuando una empresa tiene que salir a Bolsa, hasta que no está perfectamente todo, no sale”, sostiene.
A la hora de elegir qué pieza comprar, lo primordial, según Martínez, es “ver el contexto”, saber cuáles son las necesidades de esa colección. “Cada empresa es distinta. Las hay cuyo fin es coleccionar artistas jóvenes, por ejemplo. Puede haber otras que quieran cambiar totalmente lo que venían adquiriendo y empezar de nuevo con una idea distinta”.
Para Nimfa Bisbe, directora de colecciones de arte de la Fundación La Caixa, decidir qué comprar es “lo más difícil que hay”. Para que entre una obra, aparte de que tiene que ser aprobada por un comité de adquisiciones compuesto por expertos internacionales en arte contemporáneo, lo importante es que encaje bien en la colección. Es un proceso largo, en el que se debate mucho”. Una dificultad que, añade, se ha ido agrandando ya que en los años 80, “cuando se empezó la colección”, había unas tendencias muy claras, y la zona a la que prestaban atención era, básicamente, Europa y Estados Unidos. “Hoy es el mundo entero”.
Para Javier Aparici, fundador de la firma de moda Sohuman y coleccionista que asesora a compañías y grandes patrimonios sobre arte contemporáneo, lo que hay que tener en cuenta fundamentalmente son los objetivos del destinatario de la obra. “¿Qué es lo que quiere conseguir? Convivir con ella a lo largo de su vida o que tenga una revalorización en el mercado. Y una vez lo sabes, a partir de ahí, aconsejas. Yo siempre prefiero que tengan un matrimonio para toda la vida respecto a la obra de arte, más que un noviazgo”. Coinciden Aparici y Martínez al asegurar que cuando los empresarios acuden a ellos, se suelen dejar aconsejar, sin tratar de imponer su gusto o criterio.
¿Amor al arte o inversión?
España es, en palabras de Aparici, “un mercado más conservador” donde las empresas prefieren tener una colección “más a largo plazo”, mientras que compañías de otros países “miran mucho más la revalorización” y ven las piezas “como una parte más de su activo”. “Las nacionales rara vez venden. Quizá si de pronto tienen un artista que se ha revalorizado mucho desde que adquirieron su obra, la ponen en el mercado para, con los beneficios, adquirir otras de jóvenes artistas. Otra cosa es que quiebre y se necesite liquidez para pagar a acreedores”.
Es lo que ocurrió, por ejemplo, con la obra San Pedro penitente, de Bartolomé Esteban Murillo, que Abengoa adquirió en 2014 por seis millones para devolverla al lugar para el que fue creado, el Hospital de los Venerables de Sevilla. La empresa la puso como garantía de la deuda de ocho millones que tenía con la Seguridad Social y acabó saliendo a subasta en la liquidación de la firma. Una subasta que, a pesar de haber comenzado en los inicios de 2023, aún no se ha concluido.
En términos similares a Aparici se pronuncia Martínez cuando afirma que “las empresas adquieren para una colección, hay pocas aquí que lo hagan para vender luego. Para inversión hay otro tipo de compañías, que son fondos basados en eso, y estos sí compran para luego, en el momento dado, ponerlas en el mercado”. Como una de las excepciones en España de compañías que han vendido, a Martínez se le viene a la cabeza una donde ella trabajó, “Altadis, cuando pasó a nuevas manos”. Y aprovecha para destacar la labor que hizo por su colección Pablo Isla, durante su etapa como presidente del grupo. “Pero normalmente se dona. Haber coleccionado todas esas obras y pretender venderlas a nivel mercado a precio de ahora es complicado, excepto que sean dos o tres piezas de artistas muy reconocidos y que falten en los museos”. Precisamente la colección de arte contemporáneo de la Fundación Coca-Cola, de la que se encarga Martínez, fue donada en febrero del año pasado al museo DA2 de Salamanca. La componen 404 obras de pintura, fotografía, escultura, dibujo, instalaciones y vídeo, pertenecientes a más de 250 artistas de España y Portugal.
“Diría que la inversión financiera es algo ya superado. En la crisis de 2012, cuando muchos coleccionistas quisieron liquidar o rentabilizar su inversión en arte contemporáneo, se dieron cuenta de que ese retorno era bastante incierto, cuando no verdaderamente ficticio”, defiende José María de Francisco, director de la feria Estampa, que junto a CEOE organiza el lunes la segunda edición de Colecciona Corporativa, una jornada para dar visibilidad al papel que el arte juega en las empresas y fomentar el coleccionismo corporativo.
Cambio en el perfil de empresas
En lo que respecta al tipo de empresa que compra arte para hacer una colección, De Francisco asegura que se ha producido un cambio. “Si en los 80 y 90 los bancos, como BBVA, o las grandes empresas, como Coca-Cola o Telefónica, hacían grandes colecciones corporativas, en los últimos años dejaron de comprar, terminaron su ciclo de puesta en valor del coleccionismo corporativo. Esa tarea o responsabilidad ha pasado a empresas más pequeñas”.
Martínez, por su parte, se muestra agradecida a que “cada vez más empresarios jóvenes estén coleccionando”. “Hay emprendedores que piensan que coleccionar arte es algo que deben hacer como responsabilidad social. Existe un número interesante de colecciones corporativas que no son de grandes empresas”, añade.
Aquellas obras que fueron adquiridas por corporaciones hace décadas han sido testigos mudos, desde las paredes de los despachos, de los cambios acaecidos en el sector empresarial español. Un ejemplo es CaixaBank y las sucesivas fusiones y adquisiciones que han dado forma a la entidad en la actualidad. “En el pasado había una colección, que se llamaba Testimonio, pertenecía a La Caixa y terminó en 2004. Reunía a artista españoles y su función era decorar lugares de trabajo. Luego pasó a la fundación y aún la tenemos en nuestro patrimonio”, explica Bisbe, antes de añadir que el banco también tiene obras en la actualidad, aunque prefiere no hablar de ellas porque no es con las que trabaja.
Colaboración público-privada
Sí explica Bisbe que es la colección internacional la más importante de la fundación, “la única para la que se sigue comprando y que empezó en los 80″. Tras su origen, asegura Bisbe, estaba la idea de “recoger el presente del arte contemporáneo en un momento en el que no había grandes museos. No estaban el Reina Sofía, ni el Macba ni el IVAM”.
Precisamente, esa intención de llegar hasta donde no pueden las Administraciones públicas está presente en la creación, en 2012, de 9915, la asociación de coleccionistas privados de arte contemporáneo, de la que De Francisco es socio fundador y secretario de la junta directiva. Cuenta que cuando la crisis financiera hizo que el dinero público destinado a la cultura se fuera rebajando, “las galerías y el mercado tuvieron que volver la cabeza con más atención, transparencia y garantías hacia los coleccionistas privados”. Considera un síntoma de “madurez” de la sociedad española, que sea capaz de mantener, “desde la ciudadanía, las estructuras de las industrias culturales sin tener que recurrir al dinero público”.
Sin embargo, aún son muchas las obras prestadas por particulares para exposiciones temporales en museos en las que aparecen las palabras “colección particular”, sin especificar a quién pertenece. A diferencia de otros países, en los que hay incluso salas de pinacotecas con nombres de empresas, familias o de una persona. De Francisco asegura que en España esta situación está cambiando poco a poco y cada vez son más “los coleccionistas que salen del armario, por decirlo de alguna manera, aunque no sea la expresión más correcta”. Relata, además, que al patrocinar una exposición, una sala, o al prestar y donar sus obras, las empresas “ven la oportunidad de asociar su nombre a la cultura”, lo que les puede reporta beneficios para su imagen. Martínez, por su parte, se muestra más cauta y defiende que los coleccionistas no se sentirán cómodos dando a conocer las piezas que poseen “hasta que no haya una ley de mecenazgo, porque ahora lo que se hace con ellos es castigarlos”. Eso sí, pocos son los que dudan en poner su nombre, incluso lo exigen, cuando donan alguna obra.
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