Fallece Joao Havelange, el padre del negocio del fútbol
El directivo brasileño ha muerto en Río de Janeiro a los 100 años de edad. Fue presidente de la FIFA entre 1974 y 1998, etapa que le generó diversas acusaciones de corrupción.
A nadie se le escapa que el fútbol de hoy en día es algo más que simple deporte. La aportación de las marcas de ropa deportiva, los ingresos por publicidad o los multimillonarios contratos televisivos son el sustento de las entidades de élite, donde el aficionado queda relegado a un segundo plano. El progreso de un deporte que hoy tiene miles de millones de seguidores dispuestos a pagar por consumirlo.
El principal responsable de ese cambio fue Jean-Marie Faustin Godefroid de Havelange, más conocido como Joao Havelange, presidente del organismo rector del fútbol mundial, la FIFA, entre 1974 y 1998, y que falleció este martes en su ciudad natal, Río de Janeiro (Brasil) a los 100 años de edad a causa de una neumonía. Estaba hospitalizado desde junio, lo que le impidió acudir a la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos que se celebran en esa ciudad. Porque, además de cambiar el rumbo del fútbol, Havelange está considerado como el principal responsable de que Río de Janeiro sea, estos días, sede olímpica. Desde 1963 hasta 2011 fue miembro del Comité Olímpico Internacional (COI), periodo en el que se convirtió en una de sus figuras más influyentes. El estadio donde se celebran las pruebas de atletismo, de hecho, lleva su nombre. También fue nadador y waterpolista olímpico.
Pero fue al frente de la FIFA donde su influencia se multiplicó. Un 11 de junio de 1974 se convirtió en su presidente, con el apoyo de la gran figura de la época, Pelé, siendo el primer ejecutivo no europeo en ostentar ese cargo, que mantuvo durante 24 años. Solo Jules Rimet, el inventor del Mundial de Fútbol, ostentó durante más tiempo ese puesto. Pero si Rimet dio vida al torneo deportivo más importante del mundo tras los JJ OO, Havelange le dio una dimensión económica desconocida hasta entonces.
Con Joseph Blatter como mano derecha, Havelange explotó la vía de los ingresos televisivos y comerciales del fútbol, en una FIFA que rozaba la quiebra y con apenas 12 empleados. Como declaró en una entrevista, “cuando llegué, me encontré con una casa vieja y 20 dólares en caja. Cuando me fui, dejé contratos por más de 4.000 millones”.
Autócrata en la gestión, con estatus de jefe de Estado, no tardó en iniciar su mandato firmando sendos contratos de patrocinio con Adidas y Coca-Cola. Elevó los países miembros de la FIFA de 150 a 194, uno más que la ONU, la mayoría pequeñas federaciones de las que se ganó su favor para sucesivas elecciones. También amplió de 16 a 32 los equipos participantes en los mundiales y creó los torneos internacionales de juveniles. Más partidos, y por tanto, más dinero por sus derechos televisivos. El fútbol pasó de ser un deporte a un producto de consumo de carácter internacional, llevando la Copa del Mundo a países como EEUU y atrayendo a multinacionales como McDonald’s o Nike al deporte del balón.
Pero las acusaciones por corrupción le persiguieron de forma insistente tras su renuncia en 1998, cuando dejó al mando a su delfín, Joseph Blatter, hoy inhabilitado por ocho años para ejercer el cargo. Solo una cristalizó. En 2010, la FIFA reveló que Havelange recibió un soborno de 1,2 millones de euros en 1997 de la empresa ISL, fundada en 1982 por Horst Dassler, presidente entonces de Adidas, que ya era patrocinadora del organismo. ISL vendió los derechos televisivos y de marketing de la FIFA durante el mandato del brasileño, con contratos que superaron los 2.000 millones de dólares. Havelange perdió su condición de presidente honorario de la FIFA, y dimitió como miembro del COI en 2011.
Una investigación de la BBC también desveló que ISL sobornó durante años, y de forma sistemática, a miembros de la FIFA, incluido Ricardo Teixeira, presidente de la federación brasileña entre 1989 y 2012 y yerno de Havelange. A este también se le ha acusado de tráfico de armas y de permisividad con las dictaduras. Nunca se probó el primer extremo, aunque sí mantuvo la sede del mundial de 1978 en Argentina, pese al golpe de estado de Videla en 1976.