Dos Américas: la de Obama y la de Romney
La alternativa entre la reelección de Barack Obama o la llegada a la Casa Blanca de Mitt Romney es más que una diferencia en el conteo de votos: se trata de una visión contrastiva de lo que Estados Unidos ha sido, es, y será. Obama ha sido acusado de ser un tanto distante, reservado y demasiado profesional en su campaña. En contraste, Romney se ha presentado como una opción basada en la efectividad de sus negocios y la primacía que se debe prestar a la iniciativa privada, frente a la desconfianza del gobierno desmesurado, costoso y huérfano de soluciones.
Sin embargo, no son esas las diferencias entre los dos candidatos ni tampoco la base del triunfo de uno u otro. El contraste verdadero está en sus radicalmente diferentes concepciones de Estados Unidos, la realidad que han heredado y que en cierta manera han contribuido a generar desde sus diferentes orígenes. Obama es consciente de su desventaja histórica, catapultado a la Casa Blanca como excepción racial, objeto de noticia pura.
Un ciudadano que en otras latitudes sería calificado como mulato de incierta raíz, sobreviviente de una familia abofeteada por la dureza de la vida, a fuerza de ayuda y trabajo capturó todos los escalones necesarios para llegar al Despacho Oval. Romney es el fiel retrato del triunfo del capitalismo más ortodoxo, hijo de gobernador, practicante de una rama religiosa que se precia de ser genuinamente americana.
De estas dos raíces diferentes proviene la diferente concepción de Estados Unidos de cada uno. Romney ofrece el renacimiento de un país que en realidad nunca existió, idealizado por una historia manipulada, edulcorada por Hollywood, que millones de norteamericanos han adoptado como mito fundamental, irrenunciable, y que paradójicamente les ha proporcionado su formidable seguridad mental.
Ese Estados Unidos es la esencia pura de la nación de opción, forjada sobre la firme convicción de una herencia blanca, iniciada por varones propietarios, creyentes en la viabilidad de un proyecto impelido por la excepcionalidad y la superioridad sobre los demás experimentos políticos y económicos. Pero esa nación, como idea, más que como Estado, no se plasmó por la primacía del capital puesto a funcionar sobre las praderas abiertas en busca del oro californiano, sino por el esfuerzo de millones de inmigrantes, de todas razas y colores que arribaron a este territorio simplemente en busca de una segunda oportunidad (como la que ahora Obama solicita).
Otros lo hicieron obligados, enlatados en las bodegas de los buques negreros, destinados a librarlos a una existencia sin esperanza, de la que los rescató Abraham Lincoln, al precio de la guerra más costosa de la historia del país. Mientras la América del origen mitificado ha desaparecido, el país mestizo apuntalado por decenas de herencias es el que se erige a competir en un globo que también ha cambiado.
Si el mundo dominante durante la Guerra Fría garantizaba la sensación de relativa seguridad y de superioridad de Estados Unidos, paradójicamente el colapso de la Unión Soviética dio paso a un planeta sembrado de mayores riesgos y nuevas amenazas. Los intereses detrás de Romney todavía creen que la decisión unilateral y la adopción de medidas de fuerza garantizan la supervivencia del mito de la superioridad en el exterior que respaldaría la confortabilidad en el interior. Obama, más prudente y consciente de las realidades del planeta, sabe que Estados Unidos potencialmente puede intervenir en cualquier rincón del planeta, pero para ser eficaz necesita las alianzas sólidas con sus socios, y obtenerlas no es fácil.
Significativamente, la sociedad que mayoritariamente puede votar a Obama (minorías, mujeres, asalariados, académicos y numerosos sectores acomodados) es hoy más prudente y recelosa de las aventuras del último presidente republicano y no desea concederle una oportunidad a su candidato. Delante tienen al otro bando que aún si resulta derrotado no se dará por vencido y consolidará las posiciones de confrontación hacia el cambio en dimensiones socializantes y basadas en mayor protección y vigilancia del gobierno.
En resumen, son necesarias reformas de calado en empleabilidad en algunos segmentos de población, desincentivar la jubilación anticipada y mantener un salario de mercado superior al salario de reserva. Por último, mientras algunos agentes sigan viendo a la Seguridad Social como un impuesto habrá problemas financieros, pero no hay ninguna señal de alarma.
Joaquín Roy. Catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.