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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La dura huella de las 'subprime'

La crisis de las subprime cumple un año. La fuerte dispersión de productos financieros derivados de activos poco fiables generados en EE UU inundó hace ya 12 meses de desconfianza los mercados financieros y paralizó la circulación de dinero entre banca y empresas. Desde entonces, el optimismo extremo se ha tornado en pesimismo y la economía española ha pasado de una posición privilegiada por crecimiento y expectativas a ser una de las más perjudicadas por la sequedad de los mercados financieros, la carestía del petróleo y la crisis inmobiliaria doméstica. Así, el inicio del año supuso un brusco cambio de ciclo y el primer semestre se cierra con todos los indicadores en rojo y con un severo ajuste en la Bolsa.

El IPC armonizado de junio, un 5,1% -la tasa más alta desde junio de 1995-, indica que la economía española ha entrado en un peligroso proceso de estanflación -inflación sin crecimiento-. Es un mal escenario. La variación alcista y acelerada de los precios amenaza la competitividad de las empresas y merma irremediablemente la renta de los españoles. Pero no es consecuencia de una economía recalentada, pues el PIB podría estar creciendo ahora sólo alguna décima en trimestral. Una subida de tipos por el BCE tendría escaso efecto en el control del IPC, pues de poco sirven las medidas de contracción de la demanda cuando ya está inerte por la escasez crediticia.

El petróleo es el gran responsable de una escalada inflacionista que no sólo afecta a España. Sin embargo, como bien ha apuntado el gobernador del Banco de España, no cabe resignarse argumentando que los inputs exteriores son los causantes y que somos víctimas de una oleada importada de inflación. España tiene un diferencial de más de un punto con la UE y no es todo imputable a su excesiva dependencia energética de los carburantes fósiles, pues la tasa subyacente también es notablemente más alta que la de las economías aledañas. No hay excusa. Esta tendencia hay que atajarla, al igual que los fuertes aumentos del coste laboral -ha crecido un 6,3% por hora trabajada- que minan la competitividad de las empresas españolas en todos los mercados, los nacionales y los internacionales.

Una inflación del 5% no es de recibo, y el Gobierno que tan bien se desenvuelve en planteamientos teóricos, debe pasar ya a la práctica con un listado urgente y completo de reformas de los mercados para devolver la estabilidad a la variable más endemoniadamente dañina de la economía. El presidente del Gobierno hizo una relación de cambios normativos esta semana, pero la necesidad demanda bastantes más.

Pero si el Ejecutivo ha de mostrar firmeza en la economía nacional, los problemas de la internacional también deben acometerse con decisión. Tanto el petróleo como las finanzas se negocian en mercados de escaso control. En circunstancias normales, la oferta y la demanda asignan eficiencia a los precios de los bienes que intermedian. Pero en estos dos casos se está poniendo de manifiesto que son manipulables, con unas consecuencias devastadoras para la economía mundial. Las grandes economías mundiales y sus organismos supervisores deben dar claridad al mercado para recomponer la estabilidad, antes de que el daño en los sistemas productivos sea irreparable.

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