El Consejo Europeo de Barcelona se presenta como una de las grandes citas de la presidencia espa-ñola de la UE, y ciertamente lo es. De lo que en esta cumbre decidan los jefes de Gobierno va a depender en gran medida el perfil de la recuperación económica tan reclamada por todos ellos.
Los objetivos establecidos en la Cumbre de Lisboa son, sin duda, interesantes y dignos de ser debatidos en profundidad. Es obvio que una economía moderna no puede hoy desligarse del fenómeno conocido como la sociedad del conocimiento. Tampoco se puede negar que en la UE el modelo económico está fuertemente ligado al problema de la creación de empleo y a las exigencias de mantener un alto grado de cohesión social.
En este sentido somos europeos y no norteamericanos, y debemos trabajar en un contexto que nos diferencia en la forma de hacer política y en el método para conseguir que los ciudadanos acepten las reformas que imponen los nuevos tiempos.
Un primer dato de la realidad es que el tiempo y el contexto interno e internacional se ha modificado profundamente desde la Cumbre de Lisboa en junio de 2000. Apuntaré los cambios que me parecen más relevantes.
En primer lugar, el euro es una realidad irreversible y de gran éxito. Su introducción y rápida aceptación por los ciu-dadanos obliga necesariamente a los Estados miembros a reforzar la convergencia de sus políticas económicas y a ser respetuosos con las obligaciones derivadas del Pacto de Estabilidad. Lo acontecido en el caso del mecanismo de alerta por déficit excesivo en Alemania y Portugal y la solución ad hoc fabricada por el Ecofin plantea una gran duda respecto al futuro.
En segundo lugar, la ampliación a los países del Este ha entrado en su fase final. Todos sabemos que la Unión Económica y Monetaria es parte central del acervo comu-nitario y la integración pro-gresiva de los candidatos a la adhesión, aunque se establezcan oportunos periodos transitorios, es una tarea que será, sin duda, delicada.
La diferencia de nivel de desarrollo que existirá en la Europa ampliada puede ocasionar algún que otro susto. La sociedad del conocimiento no es por sí misma un elemento capaz de reducir diferencias entre sociedades. Al contrario, se puede originar un gap aún mayor entre pobres y ricos dentro de la UE.
En tercer lugar, el 11 de septiembre ha cambiado el orden de valores de la política norteamericana. El presidente Bush parece que ha convencido a la opinión pública estadounidense de que la disciplina fiscal debe subordinarse al gran objetivo de la seguridad nacional. Así pues, millones de dólares se gastarán en relanzar la máquina militar-industrial norteamericana con el objetivo de dar un salto de gigante en nuevas tecnologías que revolucionarán, como ya ocurrió en el pasado, la sociedad del conocimiento. No parece que EE UU sea sensible en estos momentos al argumento de déficit público cero. Es un desfase en el modelo de política económica que, sin duda, nos afectará en el medio plazo.
En la cita de Barcelona se esperan grandes decisiones en materia de liberalización del mercado de la energía, abrir el espacio europeo de transportes y comunicaciones, el pleno empleo, la integración de los mercados financieros y ocuparse de la gran asignatura pendiente: el I+D. Es, como se puede apreciar, una agenda ambiciosa.
Me temo que no va ser fácil progresar y sería lamentable porque son materias que necesitan decisiones firmes y un alto grado de compromiso político entre los Estados miembros. Para obtener estos compromisos se necesita que la Presidencia del Consejo Europeo sea sutil y ofrezca al mismo tiempo en las materias que se discuten suficiente credibilidad en sus políticas internas para convencer a los otros de que es la mejor solución para todos.
Nuestro presidente de Gobierno, Aznar, no termina de comprender que el tono hace la música y que sus colegas del Consejo Europeo no tienen por qué impresionarse por nuestros telediarios. Afirmar, como hizo en su conferencia de El Escorial, que el eventual fracaso de Barcelona será responsabilidad de los Gobiernos socialistas, que son los causantes del desempleo en la UE, es una fórmula sutil para hacerse amigos y crear el necesario sentido del compromiso entre ellos. Ocupar el último lugar, junto a Grecia, en las políticas de educación e innovación no parece tampoco un dato que impresione al resto de nuestros socios.
No sé si alguien del Gobierno será capaz de explicarle a Aznar que pretender dar lecciones desde la arrogancia teniendo algún capitulo de la gran negociación de Barcelona en muy mal lugar no es el mejor método para lograr el gran salto que todos necesitamos.