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El resto de nuestra vida: la importancia de definir las transiciones personales y laborales

La vida partir de los 50 debería afrontarse con el propósito de elegir y planificar las perspectivas

En la actualidad, la idea de un desarrollo vital dividido en compartimentos estancos ha quedado obsoleta. El esquema que define cada etapa vital dedicada a una sola y excluyente actividad pertenece al pasado. La serie tradicional que asigna la infancia y la juventud dedicadas al estudio y la formación, la edad adulta ocupada por el trabajo, y la vejez marcada por la jubilación, pertenece a épocas pasadas. Cada vez más jóvenes estudian y trabajan al mismo tiempo; cada vez más adultos trabajan y estudian (continúan formándose) durante buena parte de sus vidas; y cada vez más personas están jubil...

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En la actualidad, la idea de un desarrollo vital dividido en compartimentos estancos ha quedado obsoleta. El esquema que define cada etapa vital dedicada a una sola y excluyente actividad pertenece al pasado. La serie tradicional que asigna la infancia y la juventud dedicadas al estudio y la formación, la edad adulta ocupada por el trabajo, y la vejez marcada por la jubilación, pertenece a épocas pasadas. Cada vez más jóvenes estudian y trabajan al mismo tiempo; cada vez más adultos trabajan y estudian (continúan formándose) durante buena parte de sus vidas; y cada vez más personas están jubiladas y trabajan, e incluso estudian, hasta edades muy avanzadas. En suma, las etapas vitales en la actualidad son más porosas e incluyentes. No hay barreras, no hay hitos irreversibles que atravesar, la vida es un continuo, pautado por transiciones y adaptaciones, no una serie de saltos sin vuelta atrás.

En estos escenarios vitales, es preciso que las personas comiencen a pensar y planificar sus trayectorias, tanto laborales como vitales, a partir de las etapas medias de sus carreras y de sus vidas, y traten de visualizar esos recorridos y las transiciones que tendrán lugar más adelante.

Por una parte, definir las trayectorias y transiciones vitales significa pensar y decidir qué se quiere hacer de aquí en adelante; definir intereses, actividades y objetivos, e identificar los medios que permitirán realizarlos y alcanzarlos. Definir dónde estamos y dónde queremos estar en cada momento o etapa de las que tenemos por delante.

Y por otra, llevar a cabo el mismo ejercicio en relación con la actividad laboral: qué trayectorias y qué transiciones se esperan experimentar, siendo conscientes de que la actividad laboral no se define siguiendo un patrón único (es decir, el empleo a tiempo completo), sino variable, flexible y adaptable a las condiciones personales y a las circunstancias y factores del contexto. Al igual que asumir que la jubilación tampoco constituye una “ocupación” única (es decir, estar jubilado o jubilada a tiempo completo). También los empleadores deberían desempeñar un papel importante en la facilitación y el diseño conjunto de la planificación y el diseño de las transiciones de las etapas medias y finales de la carrera, responsabilidad que obliga a que las organizaciones incorporen esta prioridad en las políticas y prácticas de gestión de personas.

Por supuesto, definir ambas trayectorias no depende sólo de planes y de decisiones personales, puesto que múltiples factores externos o sobrevenidos pueden afectarlos y modificarlos. Pero el hecho de clarificar y planificar qué trayectorias y transiciones se desean realizar aumenta significativamente la percepción de control sobre la propia vida y, especialmente, de responsabilidad personal acerca de quienes somos y quiénes queremos ser, y sobre qué queremos hacer en y con nuestras vidas.

Para esta definición y planificación es esencial considerar la perspectiva de tiempo futuro, tanto personal como laboral. Es decir, una proyección sobre cuánto tiempo creemos, de manera razonable, que nos queda por delante, tanto en nuestra vida en general (especialmente en buena salud) como en nuestra vida laboral y la necesidad de definir y decidir qué queremos hacer en ambos escenarios, que en gran medida transcurren de forma simultánea. Estas perspectivas sobre el tiempo futuro nos ayudan a no verlo simplemente como periodos vagos, indefinidos, que “ya llegarán” al alcanzar hitos irreversibles: la jubilación, en el caso de la trayectoria laboral; la vida en buena salud y la muerte, al finalizar la trayectoria vital. Esos años de vida a partir, por poner una edad simbólica, de los cincuenta y cinco años, no sólo pueden ser muchos, sino además periodos vitales plenos, activos y con significado, muy diferentes de esas percepciones tradicionales que sólo los imaginan como tiempos idealizados o imprecisos que se afrontarán una vez que se llegue a ellos.

Ni los caminos que nos conducen a esos terrenos ni las actividades que realicemos cuando los alcancemos pueden definirse desde fuera (la edad de jubilación o el deterioro que nos espera), sino que pueden, y deben, ser definidos, planificados y asumidos como propios, tomando las riendas de las trayectorias y las transiciones vitales y laborales que queremos experimentar y que deseamos vivir. Mirar adelante no significa dejar que la mirada se pierda en un horizonte indefinido, sino decidir hacia dónde queremos ir, trazar los caminos que nos conducirán a ellos y procurar los medios para lograrlo.

La vida, a partir de los 50, debería afrontarse con el propósito de definir, elegir y planificar las perspectivas del tiempo futuro personal, así como las trayectorias y transiciones que queremos recorrer. La vida, y especialmente la calidad de vida en estas etapas, dependen en gran medida de la planificación y de la capacidad individual para asumir esa responsabilidad y tomar decisiones informadas y consecuentes. No es delegable, y en ello nos va mucho, tanto personal como colectivamente.

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