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Una integración financiera que no se quede coja de nuevo

Solo queda esperar que los intereses nacionales no agoten el fuelle de Bruselas una vez más

Los planes de la Comisión Europea para dotar de más poderes a la autoridad europea del mercado de capitales no solamente enlazan con las propuestas de Enrico Letta o Mario Draghi, también con el sentido común. Para los mercados financieros, relativistas por definición, las fronteras no son un concepto binario o un límite, sino un elemento más en la ecuación, una fricción cuantificable. Hay muchas más diferencias (culturales, operativas, de sustrato económico) en las operaciones de un banco español y uno letón que entre dos fondos de inversión de valores de ambos países. Las firmas cotizadas, sobre todo las de un cierto tamaño, solo juegan en la liga global, y para la mayoría de los gestores de inversiones el escenario doméstico es la zona euro, donde no hay efecto divisa, y no la Bolsa española. Los fondos ligados al Ibex son minoría. Pero la supervisión bancaria está centralizada en el BCE, y la bursátil, aún no.

El paquete presentado por Bruselas este jueves tiene más fondo que forma; es más de lo que parece. Quizá por eso se tope con algunas reticencias en las capitales, particularmente en aquellas cuya industria se pueda beneficiar de una supervisión más laxa. Malta es un ejemplo reciente, y un tanto preocupante, lo que explica que el mercado cripto sea una de las primeras atribuciones de la ESMA (la CNMV europea) en supervisión directa. Además de reforzar este organismo, otro aspecto clave es el cambio de aproximación normativo: en lugar de directivas cuyos términos de aplicación y plazos dependen de las autoridades nacionales (es decir, sujetas a sus prioridades políticas y encajes parlamentarios), la Comisión apuesta por aprobar reglamentos de aplicación directa.

Es un primer paso, dentro de un abanico amplio de iniciativas para fortalecer el mercado de capitales europeo como vía fundamental para asegurar la autonomía estratégica y económica del continente: los avances en la integración europea se dan a fuerza de sustos.

En este sentido, la experiencia bancaria deja un sabor amargo, pues la unión bancaria propugnada tras la crisis de 2010 ha quedado en el limbo, sin fondo de garantía de depósitos y sin armonización legal en áreas clave (como la mercantil o concursal), lo que explica la práctica ausencia de fusiones transnacionales. La experiencia de la emisión conjunta de deuda es también positiva, y también se ha quedado a medio camino. La integración financiera ya cojea por estas dos patas. Solo queda esperar que los intereses nacionales no agoten el fuelle de Bruselas una vez más.

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