Cambiar paro por pensiones y otras ideas para reformar la jubilación
En un mundo con más automatismo y menos trabajadores, que las tecnológicas contribuyan al gasto social es estético
Este artículo es una versión de la ‘newsletter’ semanal Inteligencia económica, exclusiva para suscriptores ‘premium’ de CincoDías, aunque el resto de suscriptores también pueden probarla durante un mes. ...
Para seguir leyendo este artículo de Cinco Días necesitas una suscripción Premium de EL PAÍS
Este artículo es una versión de la ‘newsletter’ semanal Inteligencia económica, exclusiva para suscriptores ‘premium’ de CincoDías, aunque el resto de suscriptores también pueden probarla durante un mes. Si quieres apuntarte puedes hacerlo aquí.
En un mundo con menos trabajadores, también caerá el desempleo, dicen algunos economistas con permiso de la IA. De hecho, España ya lleva varios años acumulando un superávit en la recaudación de la cuota del desempleo del orden de 6.000 millones de euros anuales. Una parte se dedica a políticas de formación y el resto se lo queda Hacienda.
La Airef ya advirtió, cuando tenía como presidente a José Luis Escrivá, que la cuota que se cobra por paro es mucho más alta que en los países vecinos. Es una porción del 7,05% de la nómina, que se reparte en un 5,5% para la empresa y un 1,55 % para el trabajador. En la UE –datos de 2019– la media está en el 3,8%. Desde al menos 2018, el ala socialista del Gobierno desliza la idea de reducir esa cuota para dársela a la parte destinada a pensiones. Pero ni Trabajo, que ve en peligro los recursos destinados a formación, ni Hacienda, quieren. (Un portavoz de Hacienda dice que la oferta nunca se ha planteado en firme).
Ese superávit del desempleo no soluciona el problema de las pensiones, pero es un buen pellizco que colabora en reducir el déficit que cada año se encuentra la Seguridad Social para pagar lo que le dicta la Ley y hacerlo sin acudir a los famosos “recortes”. En 2024, el Estado tuvo que transferir (con origen en los impuestos) alrededor de 50.000 millones a la Seguridad Social, que es la cifra que toman los expertos para medir el tamaño del agujero.
La Seguridad Social abona prestaciones de las que debería hacerse cargo el Estado, los llamados gastos impropios. Son por ejemplo el complemento para que las pensiones lleguen a un mínimo, o el Ingreso Mínimo Vital. Estamos hablando de alrededor de 20.000 millones de euros que son parte de esa transferencia.
Otra reforma pendiente, impopular, pero que caerá por su propio peso, es la de la viudedad. La pensión está diseñada para el mundo que fue y que, afortunadamente, ya no es. Ahora mismo, su cobro es compatible con cualquier salario (una presidenta de un banco podría cobrar pensión de viudedad) y solo tiene el límite de la pensión máxima cuando la viuda ya cobra otra pensión de jubilación. Se debe hacer con mucha sensibilidad, sin poner en peligro las situaciones de vulnerabilidad de tantas viudas españolas que no tienen otro ingreso. Pero las futuras generaciones de mujeres ¡y hombres! que se jubilen lo harán con sus propias pensiones. Se deberían diseñar pasarelas o prestaciones temporales para que el cónyuge que se queda solo con hijos a cargo pueda acomodar su situación los primeros años.
Con la concentración de patrimonio en los mayores de 65 años es importante también tener en cuenta la existencia de otros ingresos –como rentas de alquiler– para otorgar ciertas prestaciones asistenciales (por las que no se ha cotizado).
Una reforma de la pensión de viudedad ahorraría alrededor de 1% del PIB, unos 15.000 millones. Pero los partidos perciben que es muy impopular y no está sobre la mesa. Sin embargo, con la pedagogía necesaria es una reforma con sentido común que corrige situaciones excesivas. Las familias cada vez van a ser menos tradicionales, y el sistema actual no recoge la transformación social de familias monoparentales o reconstituidas.
Inteligencia artificial
Pero si algo marcará el mundo que viene será el impacto de la IA, que deja a las proyecciones laborales en la mayor de las incógnitas. Una hipotética mejora del 10% de la productividad (que aumentaría en un 10% la economía) sumaría al sistema 60.000 millones de euros en recaudación para gasto social. Es decir, pagaría lo que falta de las pensiones. Pero es posible que ocurra con un impacto inicial de aumento del desempleo.
Por eso, otras voces piden buscar soluciones imaginativas para gravar a los sectores más intensivos en tecnología. Albino Prada, profesor de la Universidad de Vigo, apuesta por imponer más contribución a las compañías cuyo beneficio descansa en el capital en lugar de en los asalariados. Prada teme que los sectores intensivos en mano de obra, como la Educación o la Sanidad, terminen siendo los “costaleros” del sistema, ya que dedican más recursos a cotizaciones y nóminas. En cambio, otras actividades se aprovechan de la digitalización para reducir la mano de obra, y dar más beneficios.
Prada dice que su propuesta va más allá que la idea de poner impuestos a los robots. En su caso quiere cobrar una cuota sobre el valor añadido bruto, es decir, la riqueza que no se genere con salarios y que puede incluir el valor de las marcas, la innovación o los datos. En la fórmula que ha ideado rebajaría la contribución social de la masa salarial en un 5%, así que el resultado final sería un ingreso extra de 30.000 millones de euros.
El encaje legal de una propuesta como esta es complicado y algunos expertos advierten de que las reformas que rompan la contributividad del sistema –lo que recibe cada jubilado por lo que ha cotizado– ponen en peligro la idea misma de reparto y solidaridad de las pensiones. Como está diseñado el sistema actual se paga una prima (la cuota) para cubrirse de un riesgo (el paro o la jubilación). Es decir, contratamos un seguro. La visión de Prada se acerca más a la idea de que las cotizaciones son un impuesto al trabajo. Pero también es cierto que la mayoría de los países de Europa continental tienen un modelo mixto en el que los impuestos acuden a sostener las pensiones.
La idea es sugerente y en un mundo como el que anticipó Amazon esta semana, con más automatismo y menos trabajadores, la posibilidad de que las tecnológicas contribuyan al gasto social es estético.
Este artículo es una versión de la ‘newsletter’ semanal Inteligencia económica, exclusiva para suscriptores ‘premium’ de CincoDías, aunque el resto de suscriptores también pueden probarla durante un mes. Si quieres apuntarte puedes hacerlo aquí.