El BEI, la gran reserva de capital que Europa ignora
La UE necesita con urgencia una gran fuente de inversión pública que no afecte a las cuentas fiscales ni genere fricciones políticas
Ya nadie duda de que la Unión Europea necesita enormes inversiones públicas. Hasta los países frugales lo reconocen. La única pregunta es de dónde pueden salir esos fondos. .
Esta es, quizá, una pregunta más complicada de lo que parece. Los altos tipos de interés y las reglas fiscales limitan el margen de maniobra de los gobiernos. La inversión privada tampoco despega, ya que le falta el impulso del Estado y sufre tanto como el sector público del encarecimiento del crédito. En pocas palabras: las fuentes de financiación para las grandes prioridades europeas escasean.
Pero hay u...
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Ya nadie duda de que la Unión Europea necesita enormes inversiones públicas. Hasta los países frugales lo reconocen. La única pregunta es de dónde pueden salir esos fondos. .
Esta es, quizá, una pregunta más complicada de lo que parece. Los altos tipos de interés y las reglas fiscales limitan el margen de maniobra de los gobiernos. La inversión privada tampoco despega, ya que le falta el impulso del Estado y sufre tanto como el sector público del encarecimiento del crédito. En pocas palabras: las fuentes de financiación para las grandes prioridades europeas escasean.
Pero hay una excepción con enorme potencial que la UE apenas ha sabido explotar: el Banco Europeo de Inversiones. Con 200.000 millones de euros de capacidad adicional para prestar y 58.000 millones más en caja, el BEI podría desempeñar un papel decisivo en la financiación de la UE durante los próximos años.
En este sentido, el Informe Draghi calculó que la UE necesita entre 750.000 y 800.000 millones de euros más cada año para afrontar sus grandes retos: energía limpia, defensa, infraestructuras e inteligencia artificial, entre otros. El informe proponía además una hoja de ruta para hacer estas inversiones posibles. Doce meses después de su publicación, Mario Draghi advertía al Parlamento Europeo de que la UE seguía avanzando en la dirección equivocada.
Esta realidad no es culpa, o al menos no exclusivamente, de los responsables políticos. Los tipos de interés siguen unos dos puntos por encima del nivel previo a la invasión rusa de Ucrania, lo que encarece la deuda pública y desplaza otras partidas de gasto. Francia, por ejemplo, gastará este año 66.000 millones de euros solo en intereses, más que en defensa o educación. Y cualquier intento de crear margen fiscal –ya sea con nuevos impuestos sobre el patrimonio o recortes en otras áreas– enfrenta enormes resistencias.
Por eso, los gobiernos buscan fórmulas innovadoras que permitan aumentar la inversión sin vulnerar las reglas fiscales. El ejemplo más prometedor –y uno que España ha apoyado con acierto– es el NextGenerationEU, el programa de deuda e inversión conjunta de la UE. Aunque ha sido un éxito, su ampliación choca con la posición de varios Estados miembros. Cualquier intento de ampliar este programa requeriría de largas negociaciones, por lo que la UE no puede apoyarse exclusivamente en él.
Mientras tanto, la UE necesita con urgencia una gran fuente de inversión pública que no afecte a las cuentas fiscales ni genere fricciones políticas. Esa fuente existe: el Banco Europeo de Inversiones.
El BEI pertenece a los 27 Estados miembros de la UE y su mandato es apoyar las políticas europeas. Desde que Nadia Calviño asumió la presidencia el año pasado, el banco ha ganado impulso: se ha consolidado como “el Banco del Clima”, ha lanzado el programa TechEU para impulsar la inversión tecnológica y ha reforzado su apoyo a infraestructuras y defensa. Además, Calviño ha fortalecido EIB Global, su brazo de financiación exterior, clave para apoyar a Ucrania y al desarrollo global.
Aun así, el BEI podría hacer mucho más. Mientras otras instituciones multilaterales han incrementado sustancialmente su volumen de préstamos, el BEI apenas lo ha hecho. En la última década, el Banco Interamericano de Desarrollo creció un 55%, el Banco Mundial un 72% y el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo un 74%. El BEI, en cambio, apenas lo ha incrementado, aumentando su volumen de préstamos tan solo un 1,5%.
Sin embargo, tiene margen legal y financiero de sobra para prestar más. A comienzos de este año, su Consejo y el Consejo Europeo autorizaron elevar su ratio de apalancamiento (es decir, la proporción entre los préstamos que concede y el capital propio que respalda esos préstamos) hasta el 290%, pero hoy tan solo llega al 210%. Si utilizara toda esa capacidad, podría movilizar 200.000 millones adicionales sin que los Estados tuvieran que aportar un solo euro.
El banco también acumula exceso de liquidez. Por norma, debe mantener efectivo equivalente a sus gastos anuales –una “cobertura de liquidez” del 100 %–, pero su rentabilidad constante y su limitada expansión crediticia han disparado ese colchón hasta el 724 %. Eso equivale a 58.000 millones de euros más de lo necesario.
Para España, uno de los grandes accionistas, debería ser una prioridad política que el BEI utilizara toda su capacidad y cumpliera con su mandato. No hacerlo implica desaprovechar recursos públicos españoles, ya que nuestro país aportó 2.500 millones de euros en capital al BEI para que preste a proyectos que impulsen el crecimiento, la innovación y la transición ecológica en toda Europa –no para que acumule efectivo–. Además, los socios permiten que el banco conserve sus beneficios (28.000 millones en la última década) precisamente para reforzar su actividad crediticia. Que esa actividad esté estancada contradice ese propósito.
El BEI es una institución extraordinaria, entre otras cuestiones, por su eficiencia financiera y política: no necesita nuevos fondos públicos ni largas negociaciones para avanzar en sus propósitos. Si tiene margen en su balance –y lo tiene–, basta con emitir más bonos y aumentar su financiación a las prioridades europeas.
Esa capacidad adicional de 200.000 millones en préstamos y 58.000 millones en liquidez no resolverá todos los problemas del continente, pero son cifras colosales que no están al alcance inmediato de ninguna otra institución de la UE. Bien invertidos, esos fondos pueden tener un efecto multiplicador: movilizar más capital público y privado, cubrir las crecientes brechas de financiación y apuntalar las prioridades estratégicas de la UE.
Ha llegado el momento de que el BEI elabore un plan para aprovechar todo su potencial de inversión, y de que España impulse ese cambio.