El ojo biónico de Elon Musk: ver más allá de la tecnología
El éxito del proyecto Blindsight, de Neuralink, dependerá del equilibrio entre innovación, accesibilidad y ética
El sueño de devolver la vista a los ciegos, o a las personas con deficiencias visuales, es tan antiguo como el hombre pero, como todo lo que toca Elon Musk, es ahora noticia en el mundo entero. Y lo es porque una de las empresas del magnate, Neuralink, está colaborando con una universidad española y otra norteamericana para desarrollar un ojo biónico que logre acabar con la ceguera.
A pesar de que no han trascendido muchos detalles, el proyecto es firme. Aseguran desde la compañía que en 2030 podría estar operativo, si bien tendrá que ir mejorando con el tiempo. Al principio, los invidentes percibirán gráficos muy sencillos, como los de los videojuegos antiguos de Nintendo, pero el dispositivo, que recibirá el nombre de Blindsight, irá mejorando con el uso hasta exceder las capacidades de una persona normal. Esto es así porque el dispositivo estará basado en la comprensión de escenas impulsadas por inteligencia artificial para “aumentar la escena visual”. A mayor uso, mayor ajuste y precisión con los resultados.
Todo parece prometedor y, sin embargo, el camino hasta la realidad no va a resultar sencillo. Su éxito no va a depender tanto de la tecnología desarrollada como de su capacidad para lograr un proyecto escalable y accesible a todas las personas con deficiencias visuales. Así nos lo demuestra las experiencias previas. A pesar de su concepto innovador, el proyecto impulsado por el magnate de origen sudafricano no es el primero que busca devolver la luz a quienes viven en penumbra. Cuenta con precedentes como el Argus II, el primer ojo biónico comercialmente aprobado.
El Argus II y sus lecciones
El Argus II, desarrollado por Second Sight, marcó un hito cuando obtuvo el marcado CE en Europa en 2011 y el visto bueno de la FDA en EE UU en febrero de 2013, bajo una vía acelerada para dispositivos humanitarios. Consistía en una cámara montada en unas gafas, conectada a un procesador que enviaba señales eléctricas a un implante retiniano de 60 electrodos, estimulando el ojo desde dentro.
Clínicamente, el sistema demostró su impacto: el 89% de los pacientes mejoraron significativamente en pruebas de localización de objetos y movilidad espacial tras tres años, y a los cinco años la mayoría de los dispositivos seguían funcionando con seguridad aceptable.
Sin embargo, el contexto empresarial resultó crítico: Second Sight cesó el soporte técnico alrededor de 2020, dejando a muchos usuarios sin actualizaciones ni mantenimiento. Fue un recordatorio duro: la tecnología puede ser fantástica, pero, sin sostenibilidad financiera, puede quedarse obsoleta.
Lo bueno es que, en 2025, Elon Musk y Neuralink tienen un precedente, un espejo donde mirarse para no cometer errores. Blindsight, aseguran, es un implante cerebral capaz de reemplazar totalmente el ojo y el nervio óptico, conectándose directamente con la corteza visual. Según Musk, permitirá restaurar la visión incluso en personas ciegas de nacimiento, siempre que la corteza visual esté intacta. El sistema se basa en la misma tecnología que Neuralink ya utiliza en su chip Telepathy, con el que pacientes paralíticos han controlado cursores y dispositivos con la mente.
Hacia el ‘humano aumentado’
Este panorama redefine el concepto de humano aumentado. No busca solo restablecer capacidades, sino expandirlas. Estamos ante un posible futuro donde la visión ya no se limita al espectro visible, sino que es una mezcla radical de biología e inteligencia artificial. Pero también plantea cuestiones éticas profundas: ¿quién accederá a ese nivel de mejora? ¿Qué impacto tendrá en nuestra identidad?
Mientras resolvemos estas cuestiones, la tecnología no descansa. Aunque los ojos biónicos parecen de ciencia ficción, en la vida cotidiana ya se trabaja en soluciones de humano aumentado para problemas frecuentes, como la presbicia (vista cansada). En España, el 42% de la población padece presbicia, pero ya existen desarrollos que buscan paliar sus efectos.
Uno de ellos son las gafas inteligentes optoelectrónicas, creadas por el equipo de Pablo Artal (Universidad de Murcia). Estas gafas adaptan automáticamente su poder óptico según el movimiento de los ojos y el enfoque deseado, liberando al usuario del cambio de mirada típico de las lentes progresivas. En el terreno quirúrgico, lentes intraoculares multifocales diseñadas con IA (usadas en centros Vithas) ofrecen visión continua y natural, con menos deslumbramientos o halos.
Más sencillo aún se antoja el tratamiento aprobado recientemente en Estados Unidos para combatir la presbicia. Se trata de un colirio que mejora la visión de cerca durante 10 horas con una sola aplicación diaria. Este mismo año podrían estar a la venta en farmacias del país norteamericano.
Estas innovaciones no solo corrigen la presbicia: buscan replicar la adaptabilidad visual juvenil. Son formas de mejora visual, sin necesidad de cirugía o con intervenciones mínimas.
Interfaces directas con el cerebro
Los saltos del Argus II a Blindsight ejemplifican cómo la tecnología médica está escalando desde soluciones parciales hasta interfaces directas con el cerebro. Al mismo tiempo, aplicaciones prácticas como las lentes inteligentes muestran que la visión aumentada no es solo para casos extremos; puede integrarse en nuestra rutina diaria.
Ahora bien, el éxito dependerá del equilibrio entre innovación, accesibilidad y ética. El ejemplo de Argus II es claro. No basta con fabricar ojos biónicos o lentes futuristas; necesitamos que sean sostenibles, seguros y equitativamente accesibles. Sin ello, será una más de las tecnologías condenadas al fracaso por su alto coste y difícil implantación.
No basta con inventar un coche. Necesitamos un Henry Ford que lo haga accesible a todas las capas de la sociedad y nos permita alcanzar un sueño tantos siglos perseguido. Que todos podamos ver en igualdad de condiciones.
Alicia Richart es socia en IBM Consulting