Invertir cuando el mercado es más imprevisible que nunca
Las Bolsas llevan varios siglos adaptándose a cambios de todo tipo, así que no debería sorprender que se adapten, también, a Trump
El periodo estival ha recuperado para el mercado de valores, en una versión a pequeña escala, la complacencia sobre la que cabalgaron los mercados hasta que llegó la disrupción a la Casa Blanca. De forma un tanto inopinada, la mano invisible del mercado cotiza ahora un aterrizaje suave del PIB de EE UU, una inflación tibia y euforia tecnológica, todo ello bajo una capa de relativa estabilidad comercial. Los máximos de las Bolsas invitan al inversor a limitarse a observar cómo suben los índices. Y la inversión pasiva, popularizada principalmente por los fondos cotizados o ETF, vuelve a recuperar el brillo que parecía perdido hace solamente unos meses.
Porque hace no mucho, en la primavera y los principios del verano, el entorno inversor era diferente, con discrepancias crecientes entre áreas geográficas y sectores que invitaban a una gestión más cercana de la cartera de valores. El tsunami de arancelario rompió el equilibrio del mercado y su idilio con Donald Trump... Pero en las Bolsas nada es para siempre, y en los tiempos que corren los cambios son aún más acelerados.
En realidad, los fundamentos de mercado cambian poco, y una de las verdades no escritas del parqué es que, cuando la Bolsa está de buenas cualquier gestor es bueno. Como los marineros, prueban su valía en los mares tempestuosos. Así, a medida que el entorno cambia, distintos estilos de inversión son más o menos atractivos: la inversión direccional, la mera réplica de los índices, es más sencilla (y barata), pero deja al inversor más expuesto a cambios de tendencia tan imposibles de predecir como el ánimo del presidente de Estados Unidos. Pero si se quieren mitigar los riesgos, es mejor seleccionar un gestor que sepa hacerlo. Y, si un inversor quiere comprar a bajo precio, hay más opciones de éxito a partir de la gestión activa y la búsqueda de valores que intentando captar las tendencias generales de un mercado cada día más volátil.
Al final, es una cuestión personal, donde cuenta también la tolerancia por el riesgo, la composición de cada cartera o el horizonte temporal de inversión. Si la Bolsa es apenas una quinta parte del patrimonio, la diversificación es menos urgente que si la renta variable supone un 80% del total. Y una inversión a largo plazo implica, sobre el papel, más tolerancia a pérdidas puntuales. Los mercados llevan varios siglos adaptándose a cambios tecnológicos, industriales, políticos, sociales y de conocimiento. No debería sorprender que se adapten, también, a Trump.