La simbiosis insostenible entre las macrogranjas y el biogás
La apuesta por este recurso debe ser clara, porque nos permitirá cubrir nuestras necesidades no electrificables
La transición energética solo tendrá éxito si su desarrollo lleva consigo la aceptación social de las tecnologías de descarbonización. Por eso es tan importante contar, no solo con el beneplácito del medio rural donde se van a desplegar y desarrollar, sino, también, con la distribución de valor añadido y la mejora del bienestar de los vecinos en las zonas afectadas.
Uno de los elementos que más expectativas y contestación está produciendo es el desarrollo de la producción de biogás a través de la digestión anaerobia de residuos sólidos y líquidos. La producción de biogás en la transici...
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La transición energética solo tendrá éxito si su desarrollo lleva consigo la aceptación social de las tecnologías de descarbonización. Por eso es tan importante contar, no solo con el beneplácito del medio rural donde se van a desplegar y desarrollar, sino, también, con la distribución de valor añadido y la mejora del bienestar de los vecinos en las zonas afectadas.
Uno de los elementos que más expectativas y contestación está produciendo es el desarrollo de la producción de biogás a través de la digestión anaerobia de residuos sólidos y líquidos. La producción de biogás en la transición energética es de vital importancia, tanto porque hay demandas de energía difíciles de electrificar, que deberán ser cubiertas con bio o electrocombustibles, como por la necesidad de integrar, desde su generación, una correcta gestión de los residuos orgánicos, incluyendo su tratamiento y valorización energética.
El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) ha fijado como objetivo de producción de biogás/biometano 20 TWh para 2030, el 5,5% de la demanda nacional de gas natural. Este objetivo supone un incremento de un 92,3% sobre el que se fijó dos años antes, en marzo de 2022, en la llamada Hoja de ruta del biogás. España produjo, en 2023, 0,25 TWh de biogás, valor muy alejado no solo de los objetivos, sino, del nivel de desarrollo existente en países como Alemania, Italia o Francia.
La Asociación Española del Gas, Sedigas cifra nuestro potencial de biogás en 163 TWh/año, un 45% de la demanda nacional actual de gas natural, un potencial inflado que encierra serias dudas, tanto por el origen y la disponibilidad real de la materia orgánica, principalmente agrícola o forestal, como por la viabilidad económica y social. Sin embargo, el potencial de residuos ganaderos, del sector agroalimentario, de residuos urbanos o de los lodos de las EDAR, es en la actualidad de más de 40 TWh y permitiría superar con creces los objetivos del PNIEC.
Pero, antes de hablar de la valorización energética de los residuos, la cuestión de mayor importancia es el origen y la responsabilidad previa del tratamiento de estos. Es decir, no podemos generar residuos orgánicos exprofeso para producir biogás. Esta situación ya la vivimos con la inclusión del tratamiento de purines como coartada para plantas de cogeneración o con las incineradoras de residuos sólidos urbanos (RSU), que supusieron que la tarifa eléctrica acabase subvencionando instalaciones de tratamiento de residuos.
La relación entre las macrogranjas y la producción de biogás es simbiótica. Es decir, son la coartada perfecta de una actividad frente a la otra, sin tener en cuenta que el resultado final de poner en marcha una explotación ganadera intensiva de tamaño suficiente para rentabilizar una planta de biogás altera, de forma drástica, las posibilidades de mantener una vida digna y saludable, teniendo en cuenta, tanto la contaminación del aire como la del agua que ocasionan. Este proceso simbiótico recuerda a los procesos fraudulentos que se llevaron a cabo con los Mecanismos de Desarrollo Limpio, MDL, en los que, para obtener los derechos de un proceso de descontaminación en un país tercero, previamente se incitaba a contaminar.
Si atendemos al desarrollo del sector porcino como máximo exponente del bum del biogás, España es ya el tercer país del mundo en producción de carne de cerdo (5% del total) y el primer país exportador de la Unión Europea (24%). Hay más de 30 millones de cerdos, con especial concentración en Aragón (29%), Cataluña (23%) y Castilla y León (13%), que juntos suponen el 65% de todo el ganado porcino español. Hemos experimentado una transformación del sector ganadero en la que las instalaciones intensivas han ido ganando cada vez más peso, en detrimento de las extensivas. Esto tiene unas consecuencias importantes en el medio ambiente y en el territorio, ya que la industrialización de la ganadería implica instalaciones más grandes, con más cabezas, mayor consumo de agua y energía y, por tanto, un mayor riesgo por la existencia de residuos ligada, exclusivamente, a su vertido directo en cultivos agrarios y, por lo tanto, a su incorporación en los acuíferos.
España tiene pendiente una regulación sobre el modelo de producción ganadera, no solo atendiendo a las exigencias de las leyes y directivas de bienestar animal, sino, también, a la permisividad no planificada por una apuesta ganadera no sostenible, de carácter industrial e intensiva. Disponemos de experiencias que se han llevado a cabo de forma integrada, con generación de valor, y formulaciones cooperativistas que se han convertido en el motor de desarrollo y de fijación de población en algunas comarcas hasta ahora olvidadas y que ya incluyen la digestión anaerobia de los residuos como parte del proceso.
La viabilidad económica del biogás debe ser analizada desde una doble vertiente: por un lado, el coste del biogás producido mediante digestión anaerobia, que se sitúa entre los 55 y 65 euros/MWh sin incluir conexión a la red de gas natural, y, por otro, el modelo de aprovechamiento y uso, bien mediante la conexión de los digestores a la red de gas (en Europa más del 80% de las plantas están conectadas), con el consiguiente coste y riesgo que supone el transporte de residuos por carretera, o a través de la producción y uso con carácter local, allí donde no exista infraestructura gasista disponible. El modelo de aprovechamiento debería basarse en la conexión a redes de gas, pero no existe un plan de desarrollo que viabilice esta solución.
Necesitamos fomentar la producción de biogás a través del obligatorio tratamiento de residuos orgánicos, pero su desarrollo debe poner el acento en que el coste del tratamiento de los residuos recaiga en los procesos que lo generan, en identificar localizaciones que minimicen el transporte de residuos y la construcción de infraestructuras y en obligar a las macrogranjas existentes a que incluyan digestores.
La apuesta por el biogás debe ser clara, porque no solo nos permitirá cubrir nuestras necesidades no electrificables, sino también complementar el desarrollo rural de la ganadería. Pero, esta apuesta no puede olvidar que su futuro depende del establecimiento de normas de implantación que incluyan tanto las líneas rojas que exige la conservación del medio ambiente, como las ayudas y el marco legal necesarios para que se lleven a cabo.
Fernando Ferrando es presidente de la Fundación Renovables.