Las claves del día: la exhibición de malabares del Gobierno en torno a la reforma fiscal

Un Ejecutivo que no puede acudir al Parlamento con textos que tengan visos de ser aprobados es un Ejecutivo que vive con respiración asistida

La vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, sale de un pleno en el Congreso de los Diputados, el pasado 14 de noviembre.Eduardo Parra (Europa Press)

El lunes se produjo en el Congreso de los Diputados una de las demostraciones de malabares más caóticas protagonizadas por un Ejecutivo liderado por Pedro Sánchez, que ya es decir. De la sala de comisiones a los pasillos de la casa de la democracia, cualquier lugar era bueno para rascar un par de votos que pudieran sacar adelante una reforma fiscal basada en cimientos de arena. Esos que, por mucha cal que reciban, tienen poca integridad estructural.

La sesión –muy larga, para el portavoz del PNV, Aitor Esteban, que se quejaba amargamente en X, pero cuyo partido ha bebido con gusto de la fragilidad de la mayoría gubernamental– no evidencia más que la dificultad que afronta el Ejecutivo para sacar pactos en esta legislatura, porque, sorpresa, el centroderecha vasco, la izquierda independentista catalana y el centroizquierda nacional (sea lo que sea eso) no reman todos a una. Un Ejecutivo que no puede acudir al Parlamento con textos que tengan visos de ser aprobados es un Ejecutivo que vive con respiración asistida. Y aún hay que aprobar los Presupuestos Generales del Estado.

El vaso casi vacío de ecologismo de Repsol... y el vacío a medias de Iberdrola

Un juicio en Santander, en vez de Madrid, y con despachos de abogados de segunda fila, por los conflictos de intereses de las grandes firmas. Es el llamativo conflicto judicial que afrontan Iberdrola y Repsol, denunciada la segunda por la primera, por supuesta publicidad engañosa en torno al ecopostureo. Solo el 0,4% de los ingresos de Repsol son sostenibles, frente al 40% de Iberdrola; pero el 60% de los de esta no lo son. El vaso de la petrolera está, ahora, prácticamente vacío de ecologismo, pero el de la eléctrica está solo medio lleno, o, habría que decir más bien, medio vacío.

Trabajadores del Estado inquietos por ir a la sanidad de su propia empresa

Dice Edmundo Bal, exdiputado con Ciudadanos y abogado del Estado, que con el posible final de Muface el Gobierno “deja colgados a un millón y medio de funcionarios. Gente ya mayor que lleva toda la vida trabajando en lo público que ahora tendrá que ir a la Seguridad Social”. Suena paradójico, seguramente porque lo es. Bal denuncia el mal estado de la sanidad pública, algo en lo que seguramente tiene razón, pero, en todo caso, la solución debería ser dedicar recursos para mejorarla, en vez de dedicarlos a un servicio concertado. La parte de Sumar en el Gobierno parece desear acabar con las mutualidades para los funcionarios, mientras la socialista busca un acuerdo con las aseguradoras. La anomalía que suponen debe abordarse en algún momento, aunque no tenga por qué ser este.

La frase

Reino Unido debe entablar un diálogo activo sobre comercio tanto con Trump como con Bruselas, y no debe sentirse obligado a elegir entre ambas. Literalmente, no sabemos cuáles son las intenciones de Trump. El libre comercio no consiste en elegir una zona en lugar de otra
Andrew Bailey, gobernador del Banco de Inglaterra

La ardua tarea de cambiar la cultura de tomar sustancias para rendir más

El elegido por Donald Trump como secretario de Sanidad, Robert F. Kennedy, es muy crítico con lo que considera un abuso de los fármacos en Estados Unidos. Elon Musk, otro de los favoritos del presidente electo, toma varios tipos de drogas (desde cocaína hasta LSD, pasando por la ketamina), según el Wall Street Journal. El consumo de sustancias es habitual en el mundo empresarial del país, a fin de aumentar la creatividad, pero también para soportar las jornadas de trabajo. Cierto es que casi todo el mundo está enganchado a algo, aunque sea legal: puede ser el café, pero también las redes sociales (como X, del propio Musk, o su némesis Blue­sky). A Kennedy, si realmente aspira a cambiar las cosas, y no es simple disidencia programada, le queda mucha tarea por delante.

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