El intercambio de rehenes de Putin es inquietante para los altos directivos
Los empleados de las empresas occidentales podrían convertirse en presas obvias
Los empresarios tienen muchas razones para temer las consecuencias del reciente intercambio de prisioneros entre Rusia y las potencias occidentales. Podría anunciar una era en la que la toma de rehenes se convirtiera en una herramienta habitual de la política exterior de Moscú y servir de ejemplo para otros regímenes autoritarios. Comerciar o invertir en estos países se convertiría entonces en una propuesta de mucho mayor riesgo.
El intercambio de espías fue rutinario durante décadas en la Guerra Fría, parte del juego diplomático entre la Unión Soviética y Estados Unidos y, en menor med...
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Los empresarios tienen muchas razones para temer las consecuencias del reciente intercambio de prisioneros entre Rusia y las potencias occidentales. Podría anunciar una era en la que la toma de rehenes se convirtiera en una herramienta habitual de la política exterior de Moscú y servir de ejemplo para otros regímenes autoritarios. Comerciar o invertir en estos países se convertiría entonces en una propuesta de mucho mayor riesgo.
El intercambio de espías fue rutinario durante décadas en la Guerra Fría, parte del juego diplomático entre la Unión Soviética y Estados Unidos y, en menor medida, Europa Occidental. Las grandes potencias se espiaban mutuamente, a veces atrapaban a los autores y, en la mayoría de los casos, acababan intercambiándolos tras acuerdos secretos alcanzados a través de canales diplomáticos.
La tradición continuó durante algún tiempo tras la caída de la Unión Soviética. Cuando el FBI detuvo en 2010 a 10 espías rusos que vivían en Estados Unidos como “ilegales”, solo pasaron unos días bajo custodia antes de ser canjeados por cuatro presos que habían sido condenados en Rusia por espiar para Occidente.
Las reglas tradicionales de este juego ya no son válidas. Para empezar, en los viejos tiempos, el KGB –el servicio de inteligencia soviético– no enviaba habitualmente agentes al extranjero para asesinar a opositores. El presidente ruso, Vladímir Putin, por el contrario, luchó denodadamente para conseguir la liberación del agente de inteligencia Vadim Krasikov, que cumplía cadena perpetua en Alemania por el asesinato de un disidente checheno exiliado, y lo recibió de vuelta en Moscú como un auténtico “patriota”. El acuerdo, negociado en secreto durante más de un año, también incluyó a dos hombres condenados por cibercrímenes en Estados Unidos.
Otra nueva tendencia preocupante es el encarcelamiento de personas al azar para que sirvan de moneda de cambio en eventuales tratos. Ese parece haber sido el principal objetivo tras las detenciones del periodista estadounidense Evan Gershkovich y del exmarine Paul Whelan, ambos condenados a 16 años de cárcel en Rusia por cargos de espionaje que negaron.
Los jefes empresariales que insisten en que siempre hay negocios que hacer con regímenes autoritarios tal vez quieran reflexionar sobre esto. Según datos recopilados por la Escuela de Economía de Kiev, más de 2.000 empresas occidentales siguen operando en Rusia, y solo unas 400 se han marchado completamente desde el comienzo de la guerra de Ucrania en 2022. Eso es una gran reserva de rehenes potenciales.
Además, es posible que otros autócratas quieran emular a Putin: esta nueva clase de toma de rehenes, después de todo, parece funcionar. Los empleados de las empresas occidentales podrían convertirse entonces en presas obvias, para utilizarlas como carne de cañón en futuros canjes.
Los Gobiernos democráticos pueden al menos intentar asegurarse –como parece haber hecho Alemania en el reciente canje– de que se incluya a los disidentes políticos en cualquier intercambio de prisioneros. Pero siempre negociarán acuerdos para liberar a ciudadanos condenados injustamente. Para evitar poner a sus empleados en peligro, los directores ejecutivos podrían ser más selectivos con los países en los que hacen negocios.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Pierre Lomba Leblanc, es responsabilidad de CincoDías.
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