Por qué está China reorientando la Ruta de la Seda
Los países occidentales han reaccionado y han lanzado en los últimos tiempos sus propias iniciativas económicas para competir con el país
Se cumplen diez años del lanzamiento de la iniciativa de la Ruta de la Seda. Con este motivo se ha celebrado en estos días pasados un foro en Pekín, al que han asistido cerca de 150 países, que ha servido para reafirmar la vigencia de una iniciativa que está experimentando cambios importantes en su orientación.
La iniciativa ha recibido denominaciones diversas: nueva Ruta de la Seda, la Franja y la Ruta, y también es ampliamente conocida por sus denominaciones en inglés: One Belt, One Road, y (quizás la más extendida en la actualidad) Belt and Road Initiative (BRI).
...
Regístrate gratis para seguir leyendo en Cinco Días
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Se cumplen diez años del lanzamiento de la iniciativa de la Ruta de la Seda. Con este motivo se ha celebrado en estos días pasados un foro en Pekín, al que han asistido cerca de 150 países, que ha servido para reafirmar la vigencia de una iniciativa que está experimentando cambios importantes en su orientación.
La iniciativa ha recibido denominaciones diversas: nueva Ruta de la Seda, la Franja y la Ruta, y también es ampliamente conocida por sus denominaciones en inglés: One Belt, One Road, y (quizás la más extendida en la actualidad) Belt and Road Initiative (BRI).
En sus comienzos su objetivo parecía ser el desarrollo de un gran corredor euroasiático, que promoviera las comunicaciones y el comercio de China hacia Asia central y Europa. Con el paso de los años, sin embargo, su dimensión se ha ampliado, y ha convertido en un componente fundamental de la política exterior China.
La China de Xi Jinping aspira a ofrecer a los países del mundo, en especial a los menos desarrollados, un modelo de desarrollo alternativo al democrático-occidental.
La iniciativa BRI es la gran palanca económica para promover ese papel de China como líder del sur global, y acompaña otras actuaciones como la reciente ampliación a nuevos países del grupo de los BRICS, o la menor importancia que China parece conceder al G-20.
Los países occidentales han reaccionado y han lanzado en los últimos tiempos sus propias iniciativas económicas para competir con China, como el Partnership for Global Infrastructure and Investment (PGII), impulsado por el G-7, o el Global Gateway de la Unión Europea, dirigidas a canalizar fondos para financiar proyectos en especial en los países menos desarrollados.
En todo caso, la iniciativa BRI afronta un proceso de reorientación. De entrada, en estos últimos años ha perdido buena parte de su impulso en términos cuantitativos: los fondos asociados a proyectos BRI, tanto inversiones como préstamos, han disminuido de manera sustancial, algo que en buena medida está asociado a la desaceleración de la economía china.
Por otra parte, han ido aumentando las críticas a la forma en que se ha instrumentado. Muchos proyectos han sido puestos en marcha con un insuficiente estudio de su viabilidad, o se ha cuestionado su relevancia desde el punto de vista de su aportación al desarrollo.
Para muchos países, los créditos chinos han supuesto un fuerte aumento de su deuda externa, y se han encontrado con dificultades para cumplir con sus compromisos. Se ha criticado también la condicionalidad asociada a estos créditos, que en ciertos casos suponían penalizaciones muy onerosas para los países que incumplieran sus obligaciones. Los procedimientos de adjudicación de los proyectos han sido poco transparentes, y han favorecido a las empresas chinas.
En los últimos tiempos, otro tema que ha generado polémica es la política china de renegociación de los créditos en aquellos casos en los que los deudores se ven incapaces de cumplir con los compromisos de devolución. China ha preferido por regla general la bilateralidad, negociando individualmente con los países, y evitando participar en procesos multilaterales de renegociación.
Estas críticas guardan una relación con el deterioro que ha experimentado la imagen de China en buena parte de la comunidad internacional. Un ejemplo reciente de este deterioro lo refleja la encuesta publicada el pasado mes de julio por el Pew Research Center, un prestigioso centro especializado en estudios de opinión pública. Según la encuesta, realizada en 24 países, solo un 28% de los encuestados expresa una opinión favorable de China, frente a un 67% qué manifiesta una opinión desfavorable. Un 71% opina que China no contribuye a la paz y la estabilidad mundial, frente a un 23% que considera que sí contribuye.
¿Hacia dónde evolucionará la Ruta de la Seda? ¿Cuáles serán los principales rasgos de su reorientación? Se pueden prever algunas tendencias.
Se pondrá más énfasis en la calidad que en la cantidad: proyectos de menor tamaño; menos proyectos de grandes obras de infraestructura en favor de proyectos con una dimensión medioambiental o dirigidos a impulsar la digitalización (se ha lanzado en este sentido un nuevo concepto: la ruta de la seda digital); procedimientos de adjudicación más acordes con las prácticas aceptadas a nivel internacional; un mayor esfuerzo para atraer financiación privada.
En todo caso, y en contra de lo que algunos han previsto, la iniciativa se mantendrá, aunque con una dimensión más reducida en términos de los fondos que se comprometerán. La Ruta de la Seda tiene el sello personal de Xi Jinping, cuyo poder autocrático ha alcanzado unas cotas que China no conocía desde la época de Mao.
La iniciativa continuará siendo un vector principal de la política exterior china, de su competencia con el mundo occidental, de sus ambiciones de ser la potencia dirigente del sur global, una potencia que ofrece un modelo alternativo al democrático.
Enrique Fanjul es socio de Iberglobal, Observatorio de Inteligencia para la Internacionalización, y colaborador de Agenda Pública
Sigue toda la información de Cinco Días en Facebook, X y Linkedin, o en nuestra newsletter Agenda de Cinco Días