Los miedos a la inteligencia artificial ponen en valor el periodismo

Los medios de comunicación son necesarios para contener la desinformación, una labor que deben pagar los que generan, distribuyen y ganan con ella

FLORENCE LO (REUTERS)

Cada día un sabio alerta de las propiedades de la Inteligencia Artificial (IA). Unos presentan al ser humano holgando mientras las máquinas resuelven; otros advierten que, o se pone orden rápido, o la especie humana desaparecerá. El fin del mundo ya se anunció en diferentes épocas de la historia y el instinto de supervivencia ha permitido al hombre dominar este paraíso llamado Tierra hasta hoy.

Las alarmas con la IA saltaron cuando un grupo de expertos y empresarios dedicados a desarrollar esta tecnología levantaron la voz pidiendo una pausa en su avance. El propósito aparente es crear unas normas éticas y establecer unos límites antes de que sea tarde. La carta abierta que escribieron lanzaba una pregunta retórica: “¿Deberíamos dejar que las máquinas inunden nuestros canales de información con propaganda y falsedad?”

La desinformación no es un hijo directo de la IA. Hay miles de casos en la historia de utilización de la mentira con fines de lo más diverso. El salto cuantitativo en su manejo se ha producido con internet y la explosión de las redes sociales, que permiten una difusión masiva de una falsedad, y el avance cualitativo viene con la IA. Si nada lo remedia, las máquinas serán capaces de construir falsas realidades con el fin de manipular al ser humano, a la sociedad.

La IA es ya la mayor preocupación en los centros de poder, quien lidere esta tecnología tendrá la primacía del mundo. Las tres grandes zonas del mundo con capacidades tecnológicas están afrontando el reto de diferente manera. En Estados Unidos dejan que las empresas privadas se espoleen compitiendo y tengan el control de los datos. Eso sí, a cambio de mantener al tanto a las agencias de inteligencia del Gobierno. En Europa, la actitud es muy garantista: los datos son del ciudadano y hay que ir con mucho cuidado para evitar excesos. En China es mucho muy sencillo: todo por y para el gobierno, que está feliz con la expectativa de un gran hermano que vigile y controle a la población.

A Estados Unidos y Europa les une su interés por luchar contra la desinformación. El pago de 787 millones de dólares que Fox News ha tenido que realizar por difundir, a sabiendas de que era falso, que se había manipulado el recuento de las últimas elecciones presidenciales, es una muestra del cambio de sensibilidad con las mentiras a gran escala. En Europa, la UE está aprobando toda una batería de normas para proteger a los ciudadanos de esta epidemia.

En junio del año pasado, se aprobó el Código de buenas prácticas en materia de desinformación y, en septiembre, la Ley Europea de Libertad de los Medios de Comunicación, que contempla la creación del Comité Europeo de Servicios de Medios de Comunicación, que tiene entre sus objetivos la protección de los ciudadanos “de la desinformación y de la manipulación de la información y las injerencias por parte de agentes extranjeros”.

Para Thierry Breton, comisario de Mercado Interior, “la UE es el mayor mercado único democrático del mundo”, en el que “las empresas de medios de comunicación desempeñan un papel fundamental, pero sufren una disminución de sus ingresos, amenazas a la libertad y al pluralismo”. Para Breton, la desinformación “es una forma de invasión de nuestro espacio digital que incide de manera tangible en nuestra vida cotidiana. Las plataformas en línea deben actuar con mucha firmeza. La difusión de desinformación no debe hacer ganar un solo euro a nadie.”

Desde 2007, la inversión publicitaria en redes sociales, buscadores y webs ha crecido más de un 2.000%, pasando de 142 millones de euros a más de 3.032 millones. En ese mismo período, la publicidad en los medios de comunicación tradicionales ha caído un 56%, de 7.044 millones a 3.095 millones, según datos de Arce Media. La batalla por la captación de la atención de los ciudadanos la han ganado las nuevas plataformas, usando los contenidos y datos de los propios medios, para mayor ironía.

Los gobiernos occidentales son, por tanto, muy conscientes de las enormes capacidades que la IA añade a la desinformación, ya que puede generar automáticamente y en masa falsedades con apariencia de verdad en todo tipo de géneros, textos, fotos, videos, etc. En este contexto, hay dos medidas claras para proteger al ciudadano: fomentar el espíritu crítico, enseñar a los niños a dudar y hacerse preguntas que les lleven a discernir entre la verdad y la mentira, y apoyar a los medios de comunicación profesionales, los que tienen códigos éticos.

La IA puede ser el refuerzo que esta industria lleva dos décadas esperando. Primero, porque los medios van a seguir teniendo el monopolio del relato de la actualidad, a menos que las aplicaciones tuvieran capacidad adivinatoria. Segundo, porque el periodismo profesional, el que trabaja con criterios éticos que se empiezan a inculcar en las universidades, será la fuente a la que acudir para discernir entre la verdad y la fabulación. Esto ya pasa hoy con las redes sociales, con lo que las marcas periodísticas con reputación se deberían ver fortalecidas.

Los gobiernos democráticos y las empresas, más aún si son cotizadas, necesitan a los medios de comunicación profesionales para hacer frente a la desinformación creada por desconocidos, incluso por robots, y difundida a través de redes sociales y otras plataformas con intereses espurios. Se ha visto en diferentes procesos electorales y en la reciente crisis de los bancos regionales en Estados Unidos, donde se utilizó Twitter de manera torticera.

No hay muchas más instituciones que puedan hacer esa labor de contención y contraste de la desinformación. Pero para cumplir con garantías ese rol, los medios de comunicación necesitan ser financieramente sólidos, lo que va a ser difícil mientras las grandes plataformas (Google y Meta, especialmente) sean las que dirigen el tráfico en la red e intermedian su publicidad, de la que les dejan migajas.

Los medios de comunicación tienen la oportunidad de aprovechar que son más necesarios que nunca para unir fuerzas y usar su capacidad de influir para poner a las plataformas en su sitio y que paguen un precio justo. Los gobiernos deberían imponer una tasa a las plataformas por contaminar el universo digital y destinar esos ingresos al sostenimiento de un ecosistema plural de medios que proteja a las democracias identificando esa basura.

Aurelio Medel es doctor en Ciencias de la Información y profesor de la Universidad Complutense

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