El miedo regresa a la banca

La crisis de Silicon Valley Bank tiene otra lectura: nadie está a salvo. Algo falla en los controles, interna y externamente. Y la prudencia es la única respuesta

Un guardia de seguridad vigila la sede de SVB en Santa Clara, California.BRITTANY HOSEA-SMALL (REUTERS)

La quiebra en menos de 72 horas de dos entidades financieras norteamericanas y la comparecencia del presidente Biden tratando de otorgar confianza y credibilidad al sistema bancario norteamericano hacen que nos retrotraigamos a los peores momentos de 2008, cuando las hipotecas subprime y los créditos subordinados hundieron y colapsaron el sistema bancario mundial en un efecto riesgo sistémico perfecto prácticamente sin precedentes y que dejaba en nada la crisis de los noventa y la de los setenta. En aquel momento, la mayor parte de la deuda pública estadounidense estaba en manos chinas.

En apenas diez horas, los clientes de Silicon Valley Bank retiraron la friolera de 42.000 millones de dólares. Ante tan masiva retirada de fondos ningún banco puede sobrevivir. Y el miedo es una mecha incandescente, toda vez que la burbuja tecnológica vive en medio de una marejada de vientos que no ha hecho, sino resituar el panorama financiero y económico.

El banco había colocado gran parte de sus activos en bonos estatales de renta fija que se han desplomado en medio de una vorágine inflacionista y de alzas de tipos de interés. La venta a pérdida o mil millonaria para recuperar liquidez y detener la sangría ha hecho el resto. El presidente Biden alienta y difunde confianza cuando una tercera entidad está a punto de ir a la quiebra también. El Silicon Valley Bank en tamaño era el decimosexto banco norteamericano.

Mal pintan las cosas y los viejos fantasmas se hacen presentes de nuevo. Europa mira de reojo y contiene el ánimo conscientes como somos de que la burbuja puede reventar, sobre todo en el entramado tecnológico startup que es el principal cliente de estos bancos.

La banca europea ha pasado por diferentes test de estrés que hoy se quedan obsoletos y no radiografían la fortaleza y credibilidad del sistema. Los fondos de garantía cambian entre EEUU y Europa. La inmensa mayoría de los clientes del banco quebrado superan la cifra máxima de garantía. Un cuarto de millón de dólares, lo que da buena cuenta del tipo de clientela.

Qué ha fallado o qué se ha conjurado en una aparente tormenta perfecta es algo que hoy se preguntan muchos analistas, al tiempo que se repite la sempiterna matraca audaz y mezquina de que esto no costará nada a los ciudadanos o a los consumidores y sí a las tarifas que los bancos pagan al regulador. Soniquete ditirámbico mil veces escuchado. Han fallado las garantías, incluso el que estos bonos sirvieran de prenda o security interest ante préstamos que el Silicon podría haber solicitado en el mercado de urgencia y contragarantizado en parte con esta deuda pública en vez de venderla perdiendo.

Cuidémonos muy mucho de las barbas del vecino ... porque en la anterior crisis el sistema europeo y también el español eran robustos. El precio, ya lo sabemos, han sido cajas de ahorro desaparecidas, concentración bancaria y miles de despidos y oficinas cerradas. No hace falta que lo digan Joe Biden. Lo sabemos todos. El miedo al contagio y a pendular entre el mercado norteamericano y los mercados asiáticos también se ha manifestado en Europa. Por lo de pronto, el euríbor cae con fuerza. Nada hay en la economía más timorato que perder dinero. Y lo que ha sucedido, una falta grave de liquidez, síntoma de un estado de insolvencia, se ha acabado convirtiendo en un colapso desproporcionado de un banco incapaz de hacer frente a un retiro masivo de fondos de tamaña envergadura y con el efecto contagio ínsito a una situación tal.

La lupa de nuevo está en los mercados financieros y, sobre todo, en el bancario. Y la alarma se ha encendido ante el vendaval de dos o tres bancos que en sí no tienen por qué arrastrar al sistema, pero que suponen un extraordinario aviso a los navegantes, a la cautela, al monitoreo y supervisión más rígida y sobre todo a pensar en mecanismos que eviten o palíen soluciones tan drásticas como la liquidación bancaria.

Algo está fallando, al menos en los controles internos. Pero lo sucedido es un efecto que puede rebotar en sentido contrario y producir un repunte de cotización de no pocas entidades que se perciben como más sólidas o mejor gestionadas por el mercado y, en suma, por el inversor o especulador bursátil.

Son estos días volátiles de incierta inestabilidad y, sobre todo, de alcance y efecto. Un aviso en toda regla frente al que la regulación y la supervisión no deben claudicar. La zozobra del último año, tras la pandemia y sus efectos, la crisis del precio de la energía, la guerra en Ucrania, subidas de tipos de interés a un paso firme y veloz, la inflación disparada y un largo etcétera no terminan de traer el sosiego y la tranquilidad a los mercados, la inversión, y al consumo en último término. En este escenario, una cierta contracción del precio del dinero puede aliviar la presión del mercado hipotecario, pero también suponer una inyección necesaria para la inversión en pequeñas y medianas empresas. La imparable alza del tipo de interés acaba de frenar en seco, otra cosa es si se mantiene o no la tendencia, y hace recapacitar a las autoridades centrales de las principales zonas monetarias, sobre todo la de la Reserva Federal estadounidense y del Banco Central Europeo.

Lo sucedido tiene una lectura más: nadie está a salvo. Algo falla en el control. No es total. Ni externa ni internamente. Somos más vulnerables de lo que creemos. Y ello solo se afronta, no desde el miedo, sino desde la sana prudencia y la racional decisión de políticas monetarias para un momento sumamente delicado como el que atravesamos en medio del tsunami de la guerra, la falta de suministros, el encarecimiento de la energía y la incertidumbre de los precios en ese mercado.

Abel Veiga es profesor y decano de la Facultad de Derecho de Comillas Icade

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