El BCE debe combatir un miedo que no tiene fronteras

Fráncfort tiene que mandar un mensaje claro, sereno y equilibrado sobre la salud financiera de Europa y su política monetaria

Las expectativas sobre la reunión de hoy del Consejo de Gobierno del BCE, cuya previsión en principio es una subida de tipos de en torno a medio punto, han cambiado considerablemente desde el colapso sufrido por Silicon Valley Bank en EEUU y el desplome bursátil que experimentó ayer Credit Suisse. Pese a la rápida reacción de las autoridades estadounidenses, tanto con el discurso de Joseph Biden como con los cortafuegos y líneas de crédito habilitadas por la Fed y el Tesoro, la incertidumbre planea sobre unos mercados internacionales que aún tienen fresca en la memoria la última gran crisis financiera. Los problemas que vive Credit Suisse son muy distintos a los que han provocado el cierre de SVB o de Silvergate Bank, y la banca europea está sólidamente capitalizada e hiperregulada, pero el gran riesgo que se abate sobre los sistemas financieros es el de una desconfianza que no se limita con fronteras.

Con este panorama de fondo, Fráncfort debe afrontar la conveniencia o no de mantener sin cambios un calendario de alzas de tipos que puede agravar el escenario de la economía europea, la cual no es inmune al temor ni a la falta de confianza en el sistema financiero. Aunque la prioridad del BCE es meter en cintura la inflación y aunque, de momento, la banca europea parece mirar desde una segura distancia la crisis desatada en EEUU, un vistazo a la historia reciente basta para recordar los efectos del error garrafal de Jean-Claude Trichet cuando en el verano de 2008, poco después de la quiebra del banco estadounidense Bear Stearns y dos meses antes del colapso de Lehman Brothers, decidió subir los tipos de interés.

Fráncfort tiene razones objetivas para revisar el ritmo de subidas de tipos previstas en su cartera en el contexto de la batalla contra la inflación. Tras haber reaccionado tarde a la crisis de los precios, la ha combatido con una intensidad inusitada, al elevar los tipos desde menos de cero hasta el 2,5% en solo siete meses. A todo ello hay que unir que las subidas suelen tardar entre 12 y 18 meses en hacerse notar plenamente en la economía, mediante mayores costes de endeudamiento para los hogares y empresas.

Hasta ahora la preocupación central del BCE era el control de la inflación, y sus cañones estaban orientados a ese objetivo. Pero en este momento hay un nuevo factor de inestabilidad en juego que combatir: la creciente desconfianza en un sistema financiero sólido, pero no inmune a las turbulencias. Ello puede exigir reexaminar la hoja de ruta, pero sobre todo obliga a Fráncfort a mandar un mensaje claro, sereno y equilibrado a los mercados y la ciudadanía sobre la salud financiera de Europa y su política monetaria.

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