¿Por qué el ecosistema digital e innovador de Europa no crea gigantes globales?

La obsesión por regular la competencia en la UE ha venido acompañada por una voluntad de obstaculizar los esfuerzos de los Estados miembros en desarrollar políticas industriales

En 1951 se firmó el tratado de París, creando la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. El principal objetivo de este tratado era estimular la cooperación económica franco-alemana y evitar más guerras entre estos dos países. No hay que olvidar que entre 1701 y 1945 estallaron nueve guerras entre Prusia/Alemania y Francia, algunas con efectos tan devastadores como las dos guerras mundiales del siglo XX. Posteriormente, se firmaría el Tratado de Roma en 1957, el Tratado de Maastricht en 1992 (el tratado de la Unión Europea), y el Tratado de Lisboa de 2009, que es el actual Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE).

Desde el primer tratado, y quizás por el foco en la cooperación económica como medio para evitar futuras guerras, se hizo énfasis en las normas para mantener la competencia. Todavía hoy, las normas sobre competencia son exclusivas de la Unión Europea. Solo la UE puede legislar y adoptar actos jurídicamente vinculantes sobre este tema. De esta manera, la Comisión Europea vigila y toma medidas para evitar que las empresas abusen de alguna posición dominante, que adopten acuerdos que restrinjan la competencia, que se fusionen si ello puede restringir la competencia, y que las ayudas de Estado no distorsionen la competencia en el mercado interno de la UE.

Ello ha motivado (por ejemplo) que la Comisión Europea vetase la compra de Alstom por parte de Siemens para tener un fabricante europeo de trenes de alta velocidad de mayor tamaño y poder competir con los fabricantes chinos. La UE quería evitar la creación de un campeón global, cautelosa en velar por la libre competencia, aunque la mayor empresa china del sector, CRRC, fabricaba 230 trenes por año (frente a los 35 de Alstom y Siemens), y pese a que el mercado de trenes europeo estaba agotado, mientras en China se añaden 3.000 km por año. Por otra parte, en EE UU hay cuatro operadores de telecomunicaciones panamericanos. No hay ningún operador paneuropeo. Los operadores europeos tienen que competir en mercados fragmentados con mucha competencia. Y finalmente, los Perte españoles están siendo examinados por la Comisión Europea bajo la cautelosa lupa de las ayudas de estado. Y todo ello se ha hecho con el bienintencionado objetivo de beneficiar a los ciudadanos de la UE, a costa de renunciar a la masa crítica y al liderazgo tecnológico global. ¿No debería hacernos reflexionar el hecho de que no existan Googles europeos? ¿Por qué el ecosistema digital e innovador de Europa no crea gigantes globales? ¿Alguien cree que Google, Apple o Tesla hubieran surgido sin políticas enfocadas al liderazgo global, desde la investigación en física de semiconductores, al diseño de procesadores o la fabricación de sistemas aeroespaciales auspiciada por el gobierno? ¿Cómo se explica la rápida emergencia de empresas como Huawei en China, o de TSMC, en Taiwan si no es por la acción estratégica y decidida de sus gobiernos?

Esta obsesión por regular la competencia en la UE ha venido acompañada por una voluntad de obstaculizar los esfuerzos de los Estados miembros en desarrollar políticas industriales. No se ha desplegado ninguna política industrial ambiciosa en la UE, con objetivos claros de liderazgo global. La idea era que un gran mercado interno muy competitivo sería suficiente para el desarrollo de industrias robustas, sin necesidad de intervenciones públicas, según la ortodoxia de las últimas décadas. Aunque desde 2018 la Comisión Europea se ha mostrado más abierta a aprobar ayudas de Estado para grandes proyectos (los Ipcei, por ejemplo) relacionados con la transformación digital y las energías renovables (la pandemia de Covid y la guerra de Ucrania han ayudado a este cambio de actitud), no existe una política industrial europea comparable a las iniciativas americanas, como el Inflation Reduction Act, o a las asiáticas.

No se trata de dejar de velar por la competencia en el mercado interno de la UE, pero hay sectores para los que el volumen de inversiones necesario para poder competir globalmente exige empresas de gran tamaño, que a su vez que impulsen al resto de empresas del sector. Airbus es un buen ejemplo. Sin este fabricante europeo de la industria aeroespacial, resultado del proceso de consolidación de empresas aeronáuticas de varios Estados miembros de la UE, hoy estaríamos bajo el monopolio de una única empresa norteamericana del sector aeroespacial. Hay que saber distinguir entre defender la competencia en el mercado interno, y ser capaces de competir en el mercado global.

El mundo hoy es muy diferente del mundo de 1951. El último informe del Global Innovation Index augura dos olas de crecimiento basado en la ciencia y la tecnología para las próximas décadas. La primera es una nueva ola de innovación digital (¡otra más!) basada en la supercomputación, IoT y la Inteligencia Artificial. La segunda es una nueva ola de deep science basada en los últimos avances en biotecnología, bioquímica, nanotecnología y nuevos materiales.

¿Está Europa preparada para poder aprovechar estas dos olas de innovación y crecimiento? La obsesión por la competencia en el mercado interno y la ausencia de una política industrial con objetivos claros, ¿favorece la competitividad de las empresas tecnológicas europeas globalmente? No lo parece. Entre las 500 mayores empresas del mundo (Global 500) hay 35 empresas tecnológicas. De ellas, 13 son americanas, 6 japonesas, 6 taiwanesas, 5 chinas, 3 coreanas, una empresa de la UE y una rusa.

Dicho de otra manera: insistiendo en mantener la competencia en el mercado interno de la UE a toda costa y sin una política industrial clara, ¿reduciremos la dependencia de Asia en el suministro de circuitos integrados para la industria europea? Parece que no. Para afrontar los retos del siglo XXI es preciso adaptar las estrategias al nuevo contexto de competencia entre bloques. Debemos estar a la altura de EEUU y de China. También en instrumentos de apoyo, crecimiento, y liderazgo empresarial global. Necesitamos más ejemplos como Airbus en otros sectores.

Grupo de reflexión de Ametic

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