Por qué nos cuesta pensar en el futuro (y cómo hacerlo sin miedo)
Reflexionar sobre el futuro y sobre cómo planificar nuestra herencia es un paso clave para ganar tranquilidad y proteger a quienes más queremos
Pensar en el futuro no es una tarea natural. A la mayoría nos cuesta detenernos a imaginar qué ocurrirá dentro de unos años, y todavía más si se trata de decidir qué pasará con nuestro patrimonio o nuestra familia cuando ya no estemos. Postergamos esas conversaciones, quizá porque preferimos centrarnos en el presente o porque sentimos que todavía “queda tiempo”. Sin embargo, dejarlo para más adelante es, en realidad, una forma de renunciar a decidir.
Planificar nuestra sucesión no significa anticipar lo inevitable, sino asumir el control de algo profundamente humano: el deseo de cuidar de los nuestros cuando ya no estemos. Pensar en ello con serenidad y de la mano de asesores expertos nos permite ordenar nuestro patrimonio, reducir la incertidumbre y garantizar que nuestras decisiones reflejen nuestros valores y prioridades vitales.
“Nos cuesta reflexionar sobre el futuro, especialmente cuando se trata de temas delicados como la sucesión”, explica Paula Satrústegui, socia de Asesoramiento patrimonial de Abante. Según recuerda, solo el 13% de los españoles tiene hecho su testamento, una cifra que ilustra nuestra tendencia a dejar las decisiones importantes para otro momento.
La psicología también da algunas pistas. Tenemos estructuras mentales diseñadas para pensar en el corto plazo: nos resulta más fácil ocuparnos de lo inmediato que proyectar a largo. De ahí que muchas veces actuemos por impulso, guiados por la emoción, y no por una reflexión serena. “Decidimos emocionalmente y justificamos racionalmente”, apuntan los expertos. Por eso, cuando hablamos de planificación sucesoria, el reto está en equilibrar esas dos fuerzas: la emocional, que nos mueve, y la racional, que nos da perspectiva.
Más allá del testamento
Hacer testamento es un paso importante, pero no suficiente. “Tener testamento es la condición necesaria, pero no la suficiente para planificar con éxito nuestra sucesión”, subraya Satrústegui. Planificar la herencia implica algo más amplio: reflexionar sobre cómo queremos que se gestione nuestro patrimonio, qué necesidades tendrán nuestros hijos o cónyuge, y cómo asegurar que nuestras decisiones sean coherentes con nuestro proyecto vital.
En este proceso, pueden abordarse cuestiones muy distintas: desde quién queremos que actúe como tutor o administrador si tenemos hijos menores, hasta si conviene hacer donaciones en vida, o cómo dejar establecida la gestión de una empresa familiar. No se trata solo de evitar conflictos, sino de construir una estructura que proteja tanto a nuestro patrimonio como a las personas que más nos importan.
De la preocupación a la acción
Pensar en la sucesión desde una visión global -personal, familiar, financiera y patrimonial- ayuda a transformar la preocupación en ocupación. Según Satrústegui, “integrar este ejercicio dentro de nuestro plan de futuro completo nos permite tomar decisiones coherentes con nuestros objetivos y dar certidumbre a nuestra familia”.
Antes de tomar decisiones, conviene hacerse preguntas que rara vez nos planteamos: ¿cómo quiero que se reparta mi patrimonio?, ¿qué parte puedo donar sin comprometer mi seguridad?, ¿cómo quedaría mi familia si algo me ocurriera hoy? Las respuestas no siempre son inmediatas, pero el simple hecho de abordarlas con tiempo ya cambia nuestra forma de mirar el futuro.
Y es que la planificación sucesoria no es un trámite jurídico ni una cuestión exclusivamente fiscal: es un acto de responsabilidad. Hacerlo no significa pensar en el final, sino en la continuidad; no se trata de controlar lo que pasará, sino de dejar las cosas claras para quienes vienen detrás.
“Cuando incorporamos la sucesión a nuestro proyecto biográfico, ganamos perspectiva y tranquilidad”, concluye Satrústegui. Y quizá ese sea el mejor punto de partida para pensar en el futuro sin miedo: entender que planificar es, en realidad, una forma de cuidar.