Prudente, sí. Ingenuo, no: por qué la renta variable protege tu capital
El factor decisivo no es el perfil de riesgo, sino el horizonte temporal
Cuando se habla de inversión en Bolsa, todavía hoy hay quien frunce el ceño. El argumento habitual es doble: “Es demasiado arriesgada” y “requiere conocimientos especializados”. Ambas afirmaciones tienen algo de cierto, pero tomadas al pie de la letra llevan a una conclusión peligrosa: mantener el dinero inmóvil en efectivo o en productos de ahorro que no superan la inflación es más arriesgado a largo plazo. Veamos por qué.
Es cierto que, si uno necesita disponer de su capital en pocos meses, la Bolsa es un lugar inadecuado. La renta variable es volátil y puede experimentar caídas significativas en periodos breves. Para alguien que debe pagar la matrícula universitaria de su hijo el próximo trimestre o abonar la entrada de una casa en seis meses, poner ese dinero en Bolsa sería temerario.
Pero esta es solo una parte de la historia. A largo plazo, la relación riesgo-rentabilidad se invierte: el efectivo se convierte en uno de los activos más arriesgados. La inflación erosiona su poder adquisitivo año tras año, de forma silenciosa pero constante. Mantener grandes sumas en cuentas corrientes o depósitos con retornos por debajo de la inflación durante diez o 20 años equivale a aceptar una pérdida segura de valor.
La historia de los mercados muestra que las acciones, pese a su volatilidad, ofrecen retornos reales (descontando inflación) positivos en horizontes temporales largos. En otras palabras: el riesgo de perder poder de compra es mayor para quien no invierte que para quien invierte en Bolsa de forma diversificada y con visión de largo plazo.
El segundo gran argumento en contra es la supuesta complejidad. “No entiendo de Bolsa, no es para mí”. Sin embargo, la realidad es que hoy existen soluciones para cualquier perfil de inversor. Quien no tenga tiempo ni ganas de estudiar los negocios de las empresas puede delegar esa decisión confiando en fondos de inversión, ETF o gestores profesionales, algunos de los cuales invierten su propio capital junto al del resto de partícipes con bajas comisiones y de manera muy rentable. También es posible contar con el asesoramiento de un profesional transparente con sus honorarios que ayude a diseñar una cartera adecuada.
La democratización de la información y de los productos financieros ha reducido las barreras de entrada y los costes de inversión a niveles históricamente bajos. Lo que sí es imprescindible es comprender el horizonte temporal y el efecto de la volatilidad de los activos, para construir una estrategia coherente y mantenerla en el tiempo.
Pongamos un caso extremo: imaginemos que un niño de cinco años hereda 10 millones de euros. El tutor legal, muy averso al riesgo, decide no invertir en nada por miedo a que el niño, al llegar a adulto, le reproche una mala gestión si hubiera habido pérdidas. ¿Cuál sería la decisión correcta?
Si ese capital permanece 20 años en una cuenta corriente, con una inflación promedio contenida en el 2% que persigue el BCE, el poder adquisitivo que tendrá el joven será un 33% inferior al dinero que recibió. En cambio, una inversión bien diversificada en Bolsa, aunque sufra altibajos en el camino, que haya generado un retorno anualizado del 6% le habrá incrementado el valor real del patrimonio en un 119%. Es evidente que no es lo mismo conseguir en el largo plazo un 3%, un 6% o un 9% anualizado, eso dependerá del criterio y acierto de la persona que selecciona las inversiones. No obstante, este ejemplo muestra que lo verdaderamente arriesgado es no invertir.
El factor decisivo no es el perfil de riesgo, sino el horizonte temporal. Invertir en Bolsa el dinero que se necesita dentro de dos meses es una locura incluso para el inversor más experto. En cambio, mantener durante dos décadas un capital improductivo en una cuenta corriente o en depósitos que pagan menos que la inflación es un error, también para los más prudentes.
La clave para los inversores está en elegir bien en qué empresas o fondos se invierte y en ajustar la proporción de renta variable a las necesidades de liquidez. Para el dinero que se necesitará pronto, renta fija de alta calidad o efectivo son opciones sensatas. Para el dinero de largo plazo —pensiones, educación futura de los hijos, ahorro para la independencia financiera— la inversión en activos reales como son las participaciones en el capital de empresas (acciones) es prácticamente insustituible.
Esto es aún más relevante cuando vemos que los déficits públicos se hacen crónicos; cuando aumentamos el endeudamiento como medicina para todos los problemas a los que nos enfrentamos (pandemia energía, defensa, etc.); cuando los bancos centrales mantienen políticas monetarias muy expansivas porque están dirigidos por políticos o personas designadas por ellos. ¿Les suena? Es evidente que estamos eligiendo la inflación frente a otros problemas.
Los inversores conservadores suelen pensar que invertir en acciones no es para ellos. La realidad es que, no invertir en activos reales es una forma de asumir una pérdida segura. La inversión en negocios cotizados no está exenta de riesgos de mercado en el corto plazo, pero es la herramienta más eficiente y accesible que tenemos para proteger y hacer crecer el capital a largo plazo.
No se trata de jugar a ser adivinos ni de acertar el mejor momento de entrada. Se trata de entender que el mayor riesgo a largo plazo no está en las oscilaciones del mercado, sino en dejar que el tiempo erosione nuestro patrimonio.