La inquietud de la banca ante el próximo euro digital

Mientras el ecosistema de las criptodivisas lucha por no consumirse en su propio fuego, la llegada de las monedas digitales pone en guardia al sector

Moneda de euro y un billete de dólarBloomberg

Como comentan muchos informáticos, la tecnología blockchain es una excelente solución para la cual es preciso encontrar un problema concreto. Tal sería la potencia, sobre el papel, de la solución, que los ideólogos del bitcóin pensaron en solucionar nada menos que el orden monetario mundial. Fue dos semanas después de la caída de Lehman Brothers. Quince años después las aplicaciones prácticas de la tecnología blockchain siguen en fase experimental. Por arrojar algo de contexto sobre la curva tecnológica, en 2008 se lanzó también el sistema operativo Android, la App Store, el GPS integrado en los teléfonos móviles o los discos duros de memoria de estado sólido. WhatsApp se fundó en 2009.

Pese a ser concebido como un medio de pago que sortearía el sistema financiero tradicional (era la época de la gran crisis financiera), nunca pudo competir con los procesos de pago tradicional: una base de datos distribuida es menos eficiente si crece el número de miembros de la red y las operaciones a procesar, y viceversa. Una característica a priori secundaria (la limitación en la oferta) convirtió al bitcóin en un jugoso activo financiero. Con oferta limitada, las ganancias de adeptos a la filosofía del bitcóin se trasladan al precio, y nada alimenta más la fe que una buena plusvalía.

Dinero a raudales y años de salvaje Oeste legal han dado lugar a un experimento financiero de escala planetaria. La conclusión ha sido un tanto gatopardiana, pues la tecnología que lo cambiaría todo ha traído al mundo de las finanzas nuevos ropajes para prácticas tan antiguas como el dinero: especulación, préstamos, arbitrajes o estafas.

Esta fiebre ha opacado que pese a su denominación las criptodivisas nacieron como moneda. Y 2023 es un año crítico para el sector, no solo por la resaca de la gran purga de 2022. Se prevé que, por un lado, el BCE fije sus planes para crear un euro digital (que no es una criptodivisa, como insiste el banco), mientras la UE cierra la directiva MiCA. El debate sobre qué tipo de regulación precisan los criptoactivos es de gran calado, si bien en los últimos meses la caída de plataformas de gran relevancia ha alterado los equilibrios.

“El euro digital es un movimiento defensivo”, explica el responsable de tecnología de pagos de una entidad financiera, “ante tres amenazas: otros bancos centrales, las grandes tecnológicas y las criptodivisas”. Por más que experiencias recientes en el mundo cripto, y en particular en las stablecoins, invitan a huir de ellas sin mirar atrás, la teórica estabilidad de estas últimas las ha convertido, de facto, en un medio de pago, pues dentro del ecosistema cripto son la vía de conexión con el mundo financiero real. Con las stablecoins han proliferado los servicios financieros dentro de este ecosistema (con los vicios y riesgos propios de un sistema bancario sin regular), por lo que el movimiento defensivo tiene su lógica. Por otro lado, ya pasó a mejor vida, pero el proyecto libra/diem de Facebook (antes de llamarse Meta) apuntaba también a crear un medio de pago transversal que sortearía jurisdicciones nacionales. Y, finalmente, un dólar digital o un yuan operando como medio de pago en la eurozona sería un quebradero de cabeza para los responsables de la estabilidad monetaria y política europea. “Es un proyecto de soberanía europea, eso es algo que [en el BCE] aseguran abiertamente”, añade el experto en pagos.

Pero no solo eso. Por más que un empleado urbano estándar considere que el sistema financiero cubre todas sus necesidades, esto no es así para todo el mundo. Los países con bajas tasas de bancarización bien pueden sortear las entidades tradicionales, y no disponer de una versión digital puede jugar en contra del papel del euro como moneda global. El ejemplo de Kenia con el M Pesa demuestra cómo una red móvil puede sustituir un complejo mecanismo de pagos. Igualmente, tanto por la ausencia de sucursales bancarias en amplias zonas del territorio como por las características de algunos hogares, existe el riesgo de que determinados colectivos queden fuera del sistema bancario lo que, en estos tiempos, es una forma de exclusión social. El FMI ha destacado las posibilidades de estas monedas digitales en el terreno de la inclusión financiera.

Al igual que Bizum ha convertido en innecesarias muchas transferencias bancarias, un eventual euro digital pueda cumplir funciones hasta ahora reservadas para el sector bancario, como transferencias, recibos, pagos y cobros. Es un escenario sobre el que alertó el gobernador del Banco de España ya en 2021: “El euro digital puede, potencialmente, afectar a la intermediación financiera de manera importante, sustituyendo los medios de pago que ahora provee el sector financiero, o incluso los depósitos que ahora custodian los bancos”.

Ahora, tanto BCE como el Banco de España han expresado, con cierta contundencia, que erosionar mediante la desintermediación el papel de los bancos comerciales tradicionales no está entre los objetivos de este desarrollo, antes al contrario. El modelo futuro será de distribución indirecto, donde será el sector financiero se ocupa de proporcionar los euros digitales (y los servicios asociados)al cliente final. Pero, en estos tiempos líquidos, es imposible aventurar cuál será el resultado de estos procesos. La inquietud de la banca pasa por los detalles: en qué medida el euro digital puede estropear las cuentas de resultados al suponer más obligaciones en un segmento de baja rentabilidad.

El impacto final del euro digital dependerá de la adopción por parte de los ciudadanos. El usuario tiende a ser neutral en lo relativo a la tecnología, siempre y cuando le facilite la vida: Bizum ha sido un gran éxito porque facilita el día a día, como ocurrió con los SMS. Es, en todo caso, un giro paradójico del destino que la misma tecnología que supuestamente liberaría a los usuarios del control de los bancos centrales pueda, finalmente, ser el detonante de un proceso en el que quien termine orillado sea la banca comercial.

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