La risa de los cínicos y el ¿fracaso? de los MASC
No han fracasado: los hemos hecho fracasar nosotros, con nuestra prisa y nuestra soberbia
Hubo siglos de noche larga en los que nada parecía avanzar. Los inviernos eran el mismo invierno, las cosechas la misma espera, y el arado que no volvía era apenas una metáfora de la vida: lo perdido no regresaba. Hoy, el mundo cambia a la velocidad de un dedo deslizante. Mi abuelo se habría asombrado con un GPS; nosotros nos hemos abonado al vértigo: ciudad nueva, trabajo nuevo, amores que caducan por proximidad. Y, sin embargo, en la justicia seguimos atascados en una rotonda donde dar vueltas parece un destino.
No es que falte inteligencia; a veces falta humildad. Hemos confundido la firmeza con la estridencia, el derecho con el ruido, la tutela con la guerra. La reforma española de la Ley Orgánica 1/2025, vigente desde el 3 de abril de 2025, nos exige intentar medios adecuados de solución de controversias (MASC) antes de demandar en civil o mercantil. Respondimos con una carcajada. La mediación, la conciliación, el simple diálogo… “¿en serio?”, preguntaron algunos, como si propusiéramos recreo en mitad de un incendio. Así convertimos lo que debía ser cultura en trámite; una puerta, en torno; un signo de madurez, en un papel sellado para pelear “de verdad”.
No han fracasado los MASC: los hemos hecho fracasar nosotros, con nuestra prisa y nuestra soberbia. Yo mismo he caído en ese cinismo alguna vez, pensando que litigar era el único camino “serio”. Los reducimos a liturgia sin fe: firmamos un justificante, decimos “consta intento” y corremos al juzgado. Pero el ciudadano paga la cuenta en tiempo, en dinero y en desgaste. El pleito deja astillas en familias, cicatrices en empresas, silencios en barrios. Y los números no contradicen la sensación: los nuevos asuntos judiciales crecieron un 15,6% en el primer trimestre de 2025, con el orden civil disparado.
Lo diré sin eufemismos: la mediación no es ingenuidad bondadosa; es estrategia pura. Limita la volatilidad y protege relaciones —un socio que sale sin quemar puentes; padres que se miran sin convertir a los hijos en frontera—. El buen abogado calcula el “peor escenario” y sabe cuándo no cruzar el Rubicón. Ahí reside el oficio: cuidar intereses sin destruir vínculos. Datos históricos lo ilustran: en los juzgados de familia de Málaga, en 2014, de 231 parejas que acudieron a sesión informativa, 142 fueron a mediación y 42 alcanzaron acuerdo (30% aproximadamente). No es panacea, pero funciona cuando se toma en serio.
Claro que el sistema tiene su parte. Para que los acuerdos dejen de ser atrezzo, hagámoslos funcionales. Un entendimiento debe homologarse sin viacrucis; el tiempo en diálogo no puede ser un pasillo de espera, sino un camino con puertas abiertas. No PDFs mudos, sino procesos verificables donde la buena fe se premie. La LO 1/2025 empuja en esa dirección al convertir los MASC en requisito de procedibilidad y al impulsar la implantación de tribunales de instancia y oficinas de justicia; el resto es implementación, recursos y cultura. Nada desactiva el escepticismo como la evidencia de que hablar sirve.
Acompañemos a profesionales y ciudadanos con formación real: escuchar sin rendirse, separar posiciones de intereses, explorar opciones sin traicionarse. No es rebajar el derecho; es elevarlo. Habrá casos —asimetrías graves, violencia— en los que la vía judicial sea la primera puerta. El diálogo no se impone donde el daño impide nombrar el conflicto. Medir también ayuda: acuerdos alcanzados, tiempos, satisfacción, reincidencia. En 2024 hubo 82.991 divorcios en España; el 13,8% se formalizó ante notario (vía extrajudicial). La sociedad ya busca salidas menos contenciosas: empujemos en esa dirección.
La risa de los cínicos no es superioridad; es derrota preventiva. Prefieren creer que nada cambia para no cambiar. Pero el derecho verdadero sirve a las personas. La ley que exige intentar el acuerdo no infantiliza: exige adultez. No es un casino donde delegar la vida; es un sistema que tutela lo que cuidamos.
Quien piensa que negociar es rendirse no ha negociado de verdad. Rendirse cede todo; negociar sostiene lo esencial. El abogado que pregunta “¿Y si arreglamos en lugar de ganar?” no es menos combativo: es más útil. A veces, el triunfo es evitar la batalla.
Los MASC no han muerto; han sido maltratados por nuestra ironía. Con procedimientos que ayuden, criterios homogéneos de los juzgados, incentivos a la buena fe y formación sustantiva, respirarán. Y con ellos, la justicia.
El día que el diálogo sea costumbre, la carcajada se apagará por evidencia. En un mundo que cambia sin permiso, la vanguardia no es litigar mejor, sino saber cuándo no litigar. Ese día, nadie echará de menos la risa de los cínicos.